“Siempre supe que era una historieta de terror, ese fue el puntapié. Lo que acepté es que dentro del terror a veces hay cosas que quedan sin explicar, que es un tropo del género en sí y que era algo que no había hecho nunca antes”, cuenta Sole Otero a propósito de Walicho. Su más reciente novela gráfica –publicada por Salamandra Graphic- es un entramado de historias en torno a tres brujas que viven ocultas a plena vista en las márgenes del Río de la Plata. Instalada hace rato como una de las voces renovadoras de la historieta contemporánea en la Argentina y en Francia, la autora apuesta aquí por un guión complejo, articulado en torno a elipsis, saltos temporales y una galería de personajes curiosos.

Según explica a Página/12, el tema central del libro parte de distintas reflexiones sobre la religión y su origen en el animismo, aunque reconoce que en el proceso fue ganando preeminencia la estructura del relato y el tema quedó acechando al lector en los intersticios de la historia. Además, cada pasaje tiene su propio subtema: los vínculos y mandatos familiares, la dicotomía responsabilidad invididual versus sociedad, la pareja, la conexión (y su opuesto) en las redes sociales, la amistad en la infancia y más, pues hace rato que las historias de Otero son un prisma que pide varias lecturas.

Si se le insiste, Otero explica que todo el relato se conecta con “la evolución del animismo al monoteísmo, a la religión más estructurada y más dogmatizada, o fanatizada, que se fue dando en la historia de la humanidad, y su conexión con el feminismo, con la desaparición del matriacado y el establecimiento de la sociedad patriarcal”. La llegada del catolicismo, las creencias e identidades de los pueblos originarios, y la conformación del paganismo atraviesan todo Walicho, apunta. “La identidad argentina se percibe en los intersticios, en la coexistencia de los pueblos originarios con los criollos, con los inmigrantes que llegan de otros lugares, en la convivencia entre la vida del campo y la vida de ciudad, cómo se fue fundando en la Argentina todo esto que somos, muy relacionado con las distintas versiones de la brujería o el chamanismo de acuerdo a la época. La versión indígena, el walicho urbano, la llegada de la brujería europea con el símbolo de la cabra, son una mezcla de todas las cosas que creo que al final son las que conforman a la identidad argentina”, reflexiona.

Quería hacer algo ambicioso, salirme de lo que ya había hecho antes, y de a pasitos fui complejizando la estructura de este libro, partí con un par de ideas que tenía, que quería conectar, y después terminé descubriendo qué necesitaba, o sea, descubrí esta estructura a medida que iba avanzando”, cuenta.

Otero destaca que en Walicho la estructura es más visible que el tema subyacente. “Intenté trabajar esa lucha entre las diferentes perspectivas sobre la religión, el animismo, el paganismo, todas enfrentadas en un contexto histórico. Mostrar los contrapuntos”, señala. “Quizá mi pregunta inicial, el disparador, no quedó tan explorada como en otros libros y no importa, porque tuve que aprender que no iba a poder meterme tanto como quería en el tema que yo había planteado en un principio, que me iba a quedar más ambiguo de lo habitual”.

“Usualmente, con mis libros, empiezo con ciertas preguntas y a medida que voy avanzando voy encontrando otras, y luego con la relectura me doy cuenta de que hice algunas más de forma inconsciente, y termino de entenderlas una vez que veo el libro publicado, a veces hasta años después", agrega. "Hay algo del crear que hace que uno vuelque cosas muy inconscientemente y que pueda verlas después de terminado el objeto. Un poco como pasa con los sueños, uno sublima cosas que termina entendiendo con el tiempo. Siempre me pasa eso y con Walicho creo que me pasó más todavía porque es un libro que tiene mucha data, es mucho más complejo que los demás. Hay más ideas dando vueltas y por eso quizá tratar de ver qué hice con esa idea no tiene tanto sentido, que lo que más terminó pesando fue la estructura”.

Una característica habitual de los personajes de Otero es su tridimensionalidad. Incluso en viejas tiras como Siempre la misma historia hay capas de sentido en sus protagonistas, y ni que hablar en su consagratoria Naftalina. Walicho no es la excepción y su trío “protagonista” (o mejor dicho, omnipresente, pues el protagonismo cambia de lugar según el pasaje de la historia) tiene múltiples facetas y ambigüedades. “No es que la ambigüedad esté más marcada –aclara la autora-, lo que pasa es que a mí me gusta hacer personajes tridimensionales, personajes que no sean claramente ni buenos ni malos; intentar que el lector empatice con ellos, pero que al mismo tiempo no sean ni héroes ni villanos, sino personas, como para que el lector pueda entender de dónde vienen esos rasgos de la personalidad. En este libro, estas mujeres en algunas de las historias parecen buenas, en otras parecen malas, en otras parecen violentas, generosas o vengativas. Lo que tiene Walicho en particular respecto a eso es que no se esfuerza tanto en explicar esa personalidad, la de las brujas, sino que las deja en la oscuridad: qué son, qué hacen, por qué son así... no importa, porque es una historia de terror”.