La primera de las cuatro funciones que el músico uruguayo Jorge Drexler brindará en el teatro Gran Rex para presentar su nuevo disco, Salvavidas de hielo, no pudo escaparse del clima social que se vive en el país. Drexler, de hecho, no quiso evadir lo ocurrido con Santiago Maldonado y eligió transitar el concierto con esa presencia en el aire. Apenas comenzó el recital, el uruguayo dijo que comprendía que ésta “era una semana triste y difícil” para los argentinos y que prometía que él y la banda regalarían un “momento de reposo y darían todo de sí”. “Permítanme decir una cosa”, pidió en la mitad del concierto, solo en el escenario y con la guitarra criolla sobre las piernas. “Está muy alejado de mí hacer un comentario político, no creo mucho en la política partidaria, me gusta mucho la filosofía y la manera de pensar. Pero me gustaría dedicarle una canción a Santiago Maldonado. Sé que es una semana jodida. Pero una vida es una vida en cualquier circunstancia. Les pido que hagamos un esfuerzo mínimo de abstracción y pensemos que se trata de la vida de un pibe y la familia está pasándola mal. Todas las vidas merecen respeto”, reflexionó y le dio lugar a “Polvo de estrellas”, aquella canción que dice “una vida lo que un sol vale” y “toda vida es sagrada”. Fue uno de tantos momentos en los que el propósito se cumplió, que el “punto ciego de la pena” –como dijo más adelante– se concentró en el escenario de la sala de Avenida Corrientes.

El concierto había comenzado con “Movimiento”, la canción que abre el nuevo disco y que atraviesa a todas las demás. Se desprende de una TED talks en la que el músico habla sobre la identidad y los procesos migratorios. Las canciones fueron construidas a partir de las posibilidades de la guitarra, única fuente de sonido en todo el disco, además de la voz. El desafío era trasladar esa experimentación sonora al vivo y lo logró gracias al aporte de sus músicos. Una escena para ilustrar: en la última canción de la lista, “Quimera”, las cajas de las guitarras funcionaron como instrumentos de percusión y emularon una cuerda de candombe. Después del clásico “Río abajo”, de Frontera (1999), un disco que le abrió las puertas en Argentina, continuó con “Abracadabras”, una canción nueva compuesta a dúo con el mexicano David Aguilar. Las ausencias de las invitadas del disco –Julieta Venegas, Mon Laferte y Natalia Lafourcade– hicieron que Drexler tuviera que adaptar a su voz algunas canciones y proponer nuevos arreglos. Fue sublime, por ejemplo, la versión de “Salvavidas de hielo” (en la original aparece Lafourcade), con un toque de guitarra mínimo y una voz cálida. “Las cosas no tienen que durar mucho para ser importantes. Esta es una oda a lo efímero”, dijo.

Sin embargo, no todo fue intimidad. La mayoría del concierto transitó con una impronta de banda con la percusión y las guitarras eléctricas al frente –por momentos, demasiado fuertes– y un sonido colorido pero compacto. La puesta en escena se lució en “12 segundos de oscuridad”, mientras un reflector imitaba al faro de Cabo Polonio y hacía viajar a playas uruguayas. De fondo, imágenes de glaciares y teléfonos se proyectaban en una enorme boca de guitarra. “Usemos este lugar como un asilo nuestro, fuera de todas las inclemencias”, invitó después de tocar “Asilo”, una especie de bolero. El pulso rítmico levantó con la cumbia tropicalista “Bolivia”, que hizo que todo el teatro se levantara para bailar, “Universos paralelos”, “La trama y el desenlace” y “Telefonía”, el primer corte de difusión del disco nuevo. En “Silencio”, Drexler jugó con la ansiedad del público y logró un verdadero “instante de silencio”, como dice en la canción.

Un momento de quiebre fue cuando se quedó solo en el escenario. Ahí fue cuando le dedicó “Polvo de estrellas” a Maldonado y luego regaló un himno para sus seguidores, “Sea”, una canción que hasta Mercedes Sosa le puso voz. La austeridad y el despojo de la guitarra criolla generó el clima para lo que vendría: el segmento folklórico de la noche. Entonces, se largó con “Zamba del olvido” y luego armó un trío de guitarras con Martín Leiton y Javier Calequi para interpretar la milonga “Pongamos que hablo de Martínez”, dedicada a su amigo y maestro Joaquín Sabina, quien le insistió hace más de veinte años para que probara suerte en España. Luego vinieron la chamarrita “Frontera” y la zamba “Alto el fuego”, cuyos arreglos, contó Drexler, fueron hechos por Eduardo “Toto” Méndez, guitarrista de Alfredo Zitarrosa.

Después de “Transocéanica”, “Inoportuna” y “Mundo abisal”, hubo lugar para un homenaje a Tom Petty, recientemente fallecido. En ese momento, “Free fallin’” en la voz del guitarrista Javier Calequi se fusionó con “Antes”, clásico del uruguayo. Bajo un pulso pop, Drexler logró otro momento de intensidad con “Despedir a las glaciares”, tal vez una de las perlitas del nuevo disco, que invita a celebrar y brindar por aquello que ya no está. “Hay que saber decir adiós”, deslizó, en ese mismo clima con el que había arrancado el concierto. “Y aunque la pena nos hiera, que no nos desampare / Y que encontremos la manera de despedir a los glaciares”, quedó sonando en toda la sala.