“Daniel, dime, ¿cuánto tiempo llevas como chofer?”, pregunta el pasajero mientras se acaricia la barba y sonríe a su joven acompañante. Sin verdadero interés, desliza la pregunta solo para amenizar la charla durante el recorrido por la noche de Londres. “Un par de años”, responde Daniel (Peter Capaldi), mirando fijo al frente. “¿Jornada completa?”, continúa el curioso con aire displicente. “No, solo me llaman cuando hay clientes importantes como ustedes”. La pareja en el asiento trasero se ríe al unísono y la charla continúa con comentarios jocosos, arrogancia pueril y chistes de mal gusto. Mientras tanto, Daniel observa a los transeúntes a través del parabrisas, las peleas en las esquinas, el frenesí de la ciudad, un mundo que desprecia y necesita al mismo tiempo. Daniel es el inspector Hegarty, un policía de homicidios, quien por las noches debe trabajar como chofer privado para cubrir sus gastos. Se lo ve curtido por la profesión, por esas calles cada vez más violentas, por una carrera para la que ya no está en forma. “No es trabajo para viejos –le aclara a la mujer que lo mira por el espejo retrovisor cuando le revela que es policía-. Por muy en forma que estés, los criminales siempre tienen 18 años”.

La primera escena de Criminal Record, el nuevo policial británico de Apple TV, instala el ambiente a la perfección: urbano, tenso, sin devaneos de forma y concentrado en las contradicciones de la tarea policial puertas adentro. La inesperada contrincante de Daniel será la sargento June Lenker (Cush Jumbo), una mujer joven, de raza negra, dedicada al papeleo burocrático y a atender los asuntos policiales que parecen necesitar una “mirada femenina”. Así lo considera su jefe cuando le pide analizar una llamada anónima por violencia doméstica ocurrida la noche anterior. Una mujer con acento portugués se comunicó desde una cabina telefónica para denunciar la agresión de su pareja. En la conversación sugirió que su novio se jacta de haber asesinado a una mujer a puñaladas con el mismo cuchillo con el que ahora la amenaza. Por ese crimen ocurrido en 2011 fue condenado otro hombre, quien purga una condena de 24 años en la prisión de Whitecross. La conversación concluye cuando la mujer huye asustada hacia la noche. Lenker se comunica con la telefonista de emergencias que atendió la llamada, entrecruzan algunos datos hasta llegar al nombre de la víctima del 2011, Adelaide Burrowes, y al del condenado, Errol Mathis. Lo que queda es una cita con el investigador de aquella causa para informarle sobre la denuncia que puede corregir una terrible injusticia. Ese investigador es Daniel Hegarty.

La estrategia de Criminal Record consiste en utilizar el mundo exterior como disparador de una pesquisa que se da al interior del cuerpo policial. Ambos agentes funcionan como figuras especulares que tensan vicios y conflictos de una profesión romantizada en la literatura, estilizada en las narrativas del noir y explotada hasta el hartazgo en la nueva moda del true crime. Los británicos, sin embargo, han insistido en quitar a la policía su pátina heroica pero al mismo tiempo restituir a esa labor su crudeza y peligrosidad. En esa línea, Prime Suspect, escrita por Lynda La Plante y protagonizada por Helen Mirren, exploró en la década del 90 las tensiones internas en el cuerpo policial desde el prisma de género, actualizando el lugar de la mujer en una institución signada por la misoginia, la corrupción y la difícil comprensión del delito en plena crisis social. Tiempo después, una serie como Line of Duty, creada por Jed Mercurio, imprimió ritmo y suspenso a las investigaciones de un grupo de oficiales sobre las relaciones de la fuerza con la justicia, la política y el crimen organizado.

Creada por Paul Rutman, guionista de algunos policiales de procedimiento como Vera, Miss Marple y Lewis, Criminal Record recoge aquella vena del policial clásico inglés, asentada menos sobre el whodunit que sobre el propio modus operandi del investigador. Lo que confiere nervio y dinamismo al relato es el juego de opuestos que se plantea entre Hegarty y Lenke, eslabones distantes de una cadena que empuja a la policía a una resistida renovación. Desde el instante en que Lenker pone los pies en la oficina de Hegarty, para llevar sus sospechas sobre la condena errónea de Morris, se pone en marcha una red de alianzas que involucra a policías de calle y retirados, contactos en el servicio penitenciario y otros informantes civiles. Lenker, aguijoneada por el paternalismo de su colega, comienza a rastrear el historial del asesinato de Adelaide Burrowes, los testigos y las coartadas, hasta llegar al despacho de la abogada defensora del condenado. Un mundo con el que puede construir empatía, sin los prejuicios raciales que, cree, condicionan a Hegarty. ¿O tendrá ella sus propios condicionantes a la hora de contar las costillas de su némesis?

Mientras tanto, la llamada por violencia doméstica se repite. La denunciante, identificada esta vez como Maria De Souza, llama desde su propio domicilio, escondida de las garras del agresor. La telefonista contacta de inmediato a Lenker en la calle y el enfrentamiento deriva en una tragedia. Ahora es Hegarty quien asume el seguimiento del caso y debe decidir si unir o no la información sobre el agresor de De Souza con aquella cuestionada condena del pasado. La serie ofrece un retrato detallado tanto del trabajo burocrático de la policía –la comparación de datos y registros, el rastreo de información en legajos y archivos judiciales–, como la operatoria en la calle, sin histrionismos ni proezas, sino con el peligro de una carrera en la que siempre se puede llegar tarde. Peter Capaldi y Cush Jumbo ofrecen a sus personajes la presencia justa; el primero hierático y silencioso, una silueta sinuosa en sus tratos con sus antiguos aliados; y la segunda, marcada por su raza, su condición de mujer, su insistencia en no darse por vencida.

En una época en la que el policial se ha convertido en moneda corriente en las narrativas contemporáneas, tironeado para cubrir todo el espectro posible, desde los crímenes reales hasta la serie negra, desde retratos de personaje encubiertos bajo un misterio criminal hasta melodramas domésticos enredados en pesquisas intrascendentes, Criminal Record decide volver a las bases. Su espacio es el de la gran ciudad, las calles sucias y transitadas de Londres, la noche y la violencia, el crimen como emergente social y su resolución como responsabilidad institucional ante el ciudadano. En esos recovecos anidan las debilidades humanas, los trabajos mal pagos, las tentaciones de un poder escueto pero anhelado. Una institución asediada por sus monstruos internos como el racismo y la misoginia, obligada a responder ante un presente violento y desconcertante. La investigación policial ya no es una danza para la mistificación sino el minucioso detalle de una práctica en plena compulsa por su futuro.