En una declaración de hace unas semanas, Ofelia Fernández impugnaba la pretensión refundacional con la que el gobierno de la La Libertad Avanza introdujo su controvertido paquete de medidas. Aunque la sospecha articulada por la joven frente al supuesto alcance transformador de la propuesta libertaria encerraba el propósito de reivindicar la experiencia de los gobiernos de Irigoyen, Perón y Alfonsín, la crítica no debería pasar inadvertida a aquellos que están persuadidos de que el mercado es la fuente de toda verdad y justicia.

Al igual que en la década del ’90, pero con prescindencia del esfuerzo de construcción de consensos, hoy estamos asistiendo a un colosal intento de “regulación para la desregulación”. Que el Estado intervenga eliminando “trabas” y sembrando incentivos para que los individuos compitan tiene lógica.

Para que el mercado cumpla adecuadamente la función que los liberales esperan de él debe estar sostenido por una trama de valores, hábitos y reglas de conducta. Así, según la teoría política que se deriva del pensamiento de Friedrich Hayek, uno de los más conspicuos representantes de la Escuela Austríaca, el Estado solo puede ser mínimo si el orden social alcanza un nivel de auto-regulación muy complejo.

Ahora, el entramado de reglas no escritas en el que, según el economista, se engarza el orden espontáneo, tarda centurias en generarse. Si Milei hace bien las cuentas, y el país se desvió del buen camino allá por 1912, no hay tradición favorable al mercado en la que el preconizado objetivo refundacional pueda apoyarse.

Ciertamente, el Gobierno no tiene tiempo para sentarse a esperar los réditos de unas pautas de comportamiento que, lejos de obedecer a un plan racional, resultan de un proceso lento y gradual de selección, ensayo y error. No obstante, está firmemente dispuesto a ponerlo en marcha, eliminando, a golpe de decreto, estanflación y protocolos que vulneran el derecho a la protesta, todo aquello que obstaculiza el trabajo de la evolución cultural, donde lo que no resulta afín a la competencia sucumbe.

Dejando de lado las estrategias que tienen por objetivo limitar la resistencia en las calles, para que el “auténtico individualismo” y la predilección por el riesgo se arraiguen, hace falta inocular, incluso en los “argentinos de bien”, dosis camufladas pero cotidianas de violencia: “pequeños empujones” que, articulados bajo formatos deportivos o amenazantes, nos aguijonean para que reaccionemos en el sentido esperado: consumiendo, dejando de consumir, comprando dólares, vendiéndolos. Y así lo hacemos: equipamiento psicológico para la sobrevivencia y cierto gustito por la aventura no nos faltan.

Asimismo, de la mano de las políticas y de la retórica del gobierno de la alianza Cambiemos, el sueño de los “46 millones de emprendedores” cobró importante brío y, de la pandemia a esta parte, LLA habilitó y promovió el desarrollo de actitudes hostiles al intervencionismo estatal y la justicia social, entre otros blancos de ataque.

Si de aprestamiento cultural se trata, Javier Milei, caudillo en la era de la imagen, supo aprovechar con maestría el reservorio de sentimientos anti-statu quo que caracteriza a toda sociedad. Transversal a diferencias de clases y posicionamientos ideológicos, nuestra “sensibilidad anarquista”, como la llama Javier Trímboli en Sublunar, exacerbada en las últimas décadas por la corrupción, las crisis económicas y la palmaria ineficacia de los gobiernos, antecede, con creces, a la rutilante aparición del líder libertario en el espacio televisivo y digital.

Con todo, cabe hacer dos observaciones: mientras la tradición en la que, según Hayek, la competencia puede anidar, es indefectiblemente conservadora, la pasión por la independencia ha dado muestras, en estas latitudes, de una gran versatilidad ideológica. Basta considerar, en esa dirección, que entre la variopinta serie de personalidades y símbolos que han contribuido a su articulación política, se alistan, como señala Trímboli, no solo Evita y el “que se vayan todos” de la crisis del 2001, sino también el Borges de "Nuestro pobre individualismo".

Por otro lado, si bien la energía de los que se sienten libres y pretenden, en la palabra poética de José María Ramos Mejía, “los derechos del caballo bagual”, ofrece un combustible nada desdeñable para varios proyectos políticos (incluido el liberal), la sociedad, en tanto espacio de interacciones amplio y durable, necesita asentarse, como escribió Juan Bautista Alberdi en 1838, en una “comunidad de costumbres”: el mercado sólo consigue integrar, sin coerción y armoniosamente, las actividades económicas de los individuos, cuando está embutido en una conciencia de solidaridad.

En este punto, de nuevo, la historia nacional se aparta de los desarrollos idealizados por el pensamiento liberal. A juzgar por la magnitud y el ritmo que han tomado los aumentos de precios, y por las enseñanzas que se derivan de la aplicación de otros planes de ajuste, es difícil que Milei pueda contar con que el gran empresariado vaya a cooperar, voluntariamente, para que su proyecto resulte política y socialmente sustentable.

Y mientras Hayek, lector de Alexis de Tocqueville, apela, como contrapeso a la miniaturización del Estado, al desarrollo voluntario del asociativismo, en Argentina, en cambio, los intentos “societales” de moralizar la vida económica, habituando a quienes participan en el juego del mercado a considerarse mutuamente partes de una empresa de cooperación social, han tenido más que ver con la pertenencia gremial, la gimnasia de la negociación entre capital y trabajo y la participación de las organizaciones de trabajadores de la economía popular en diversas instancias de diálogo social, que con el desarrollo, a “escala local”, del tercer sector.

Hasta ahora, el Gobierno no ha hecho esfuerzo público alguno para obtener de esas tradiciones y experiencias, que protagonizan sindicatos y movimientos sociales, los apoyos (o las treguas) que le permitan poner a rodar “en paz” su proyecto. Y, a menos que Milei sepa del desarrollo de acciones de responsabilidad social empresaria o de otras innovaciones destinadas a acolchonar las fricciones ocasionadas por la competencia, el volumen y la intensidad de la conflictividad social siembra un serio manto de dudas sobre la viabilidad de la refundación prometida.

Con el individualismo sólo no alcanza.

* Victoria Haidar es investigadora del CITRA –Conicet-UMET.