Hace ya varios siglos que aquellos con interés en manipular la mirada de una comunidad, han entendido que deben construir un marco de referencia para conseguir que la opinión mayoritaria se oriente en determinada dirección, muchas veces incluso contraria a sus propios intereses.

Uno de los principales componentes de ese marco es el miedo.  Miedo al entorno de la vida cotidiana; miedo al futuro económico; miedo a ser despojado; incapacidad de pensar sin temores un futuro propio y de eventuales dependientes familiares. 

También debe haber un culpable de esa inseguridad. Ese culpable debe ser una entidad o institución que simbolice la comunidad; que formalmente tenga la responsabilidad de cuidar a los ciudadanos y se le pueda imputar que no lo hace. Es fácil concluir que la mejor elección es el Estado y por extensión, quienes ejercen o reclaman ejercer su administración, que sostienen que es el Estado quien debe proteger a los débiles.

Ideas simples sobre el camino de salida

Se trata de fijar consignas sobre conceptos aparentemente simples, que evacuarían los miedos, pero que no estén al alcance de cada ciudadano, que deban ser ejecutadas por especialistas.

La economía - en especial la economía de mercado - es la disciplina ideal para completar este círculo de domesticación. Hay muchas maneras de utilizar conceptos elementales, que surgieron cuando la economía nació como disciplina intelectual hace 500 años, para trasladarlos con impunidad social y política a la vida cotidiana de las personas y de allí extrapolarlos a la vida de las naciones.

Esta secuencia no tiene rigor técnico ni científico alguno, pero tiene el efecto de convencer a cualquier ciudadano que está manejando variables económicas, que puede analizar su entorno y proyectarlo.

Con esa metodología se instalan socialmente ideas falsas sobre el uso de la moneda, sobre los presupuestos públicos, sobre los derechos económicos o sociales de cada uno de nosotros, completando el trípode que consolida la manipulación y perpetúa el plano inclinado a favor de quienes diseñan tal perverso sistema.

En síntesis: el miedo; el Estado protector como culpable del miedo; la fuerza del mercado impersonal como liberadora y como solución, constituyen hace ya más de un siglo, el andamiaje de manipulación de muchas comunidades a todo lo ancho del planeta incluyendo, por supuesto, a la Argentina.

La solución propuesta fracasa como posible éxito comunitario, una y otra vez, pero el aparato manipulatorio se encarga de generar mutaciones que vuelven a asignar la responsabilidad de ese fracaso a los intentos de regular, de ordenar, de hacer mínimamente menos explotadoras a las acciones de quienes controlan los mercados, sean éstos de producción, de abastecimiento, inmobiliarios, financieros, de comercio internacional, cualquier dimensión económica o social que se examine. La transferencia de riqueza y de calidad de vida de muchos hacia pocos, hacia cada vez menos, se reitera y profundiza.

El sentido común diría que este proceso debería desgastarse; que los reiterados fracasos deberían limar los argumentos manipuladores. Seguramente eso sucede. En nuestro país se han probado dos reaseguros para repetir los ciclos.

Primero: promover la memoria corta. Cada generación es llevada a construir un sentido común distorsionado, sobre su propia realidad, sin vínculo con el pasado, sobre todo sin explicaciones que surjan de él.

Segundo: encontrar nuevas formas de visibilizar a los salvadores, aunque detrás estén siempre los mismos poderes económicos. Se pasó de los golpes militares, a una pseudo clase empresaria que conduciría el Estado con más eficiencia, para llegar a un presente que deposita esperanzas en un Mesías que busca reconstruir el sistema, que en parte se cree destruyeron los antecesores y en parte terminaría de destruir el recién llegado, por contrario a los principios básicos del mercado.

Recuperar el valor del pensamiento que incluya a la historia en el escenario no es fácil, aunque es imprescindible. Cortar la cadena de mutaciones manipuladoras, en cambio, parece más factible en un corto plazo, porque la necesidad misma de mutar muestra que ningún proyecto puede reiterar fracasos sin costos graves.

Recuperar la vida

La política superestructural ha quedado tan contaminada por la repetición incesante de la prédica domesticadora que se me hace muy difícil - especialmente desde afuera del sistema político - hacer propuestas y mucho menos pronósticos de las formas de contrarrestar tanta mezquindad dominante.

Me resulta más accesible entender qué y cómo pueden hacer grupos comunitarios, que por elemental defensa propia, busquen ser dueños de su destino, acotando los temores y las dependencias de factores que se busca no solo que no controlen, sino que hasta que sean incapaces de definirlos e identificarlos.

Hay un principio básico: diseñar e implementar formas de atender necesidades comunitarias básicas, que tengan el mayor grado de independencia posible de acciones gubernamentales potencialmente dañinas.

Hablamos de la alimentación, la vestimenta, la vivienda, la relación con el ambiente o la provisión de energía o de conectividad digital.

Hablamos de pensar, de estudiar soluciones en otros países - hay centenares de ejemplos-, de dimensionar las soluciones.

Hablamos de entender lo que está al alcance de la comunidad, mediante cambios en los hábitos de abastecimiento o de producción y de definir a quién y cómo se debería interpelar para que el sector público aporte la tierra, la tecnología, la financiación o el trabajo especializado que esté faltando.

Existen muchas iniciativas que llevan dentro esta vocación de construir esperanza a través de generar nuevas realidades. Sin embargo, no hay una sistemática de trabajo a disposición de grupos comunitarios; no hay espacios efectivos - no aquellos meramente discursivos - que intercambien experiencias y sirvan para mejorar.

No existe lo que podríamos llamar la plataforma de producción social, que muestre que hemos asumido este camino de construcción de base, tal vez insuficiente para cambiar los destinos políticos de un país, pero que aportaría claramente en esa dirección y que en algún momento la política popular entenderá que es condición necesaria para escapar del maldito trípode manipulatorio.

*Instituto para la Producción Social (IPS)