Los incidentes en la previa del partido entre River y Argentinos Juniors, la trágica jornada de Ascenso del fin de semana pasado con los dos hinchas muertos en los partidos de la Primera Nacional entre Chacarita y Deportivo Maipú de Mendoza y Gimnasia y Esgrima de esa provincia y Defensores de Belgrano y la suspensión por incidentes del partido de Primera B de Cañuelas y Ferrocarril Midland dejaron en evidencia la precaria política en materia de seguridad deportiva que ha resuelto llevar adelante la ministra Patricia Bullrich. El nombramiento de Franco Berlin, su exchofer personal y un estudiante de abogacía de 25 años sin ninguna experiencia en un área crítica de altísimo riesgo revela una subestimación del problema. Y anticipa nuevos y graves episodios que pueden seguir costando vidas en el corto plazo.

Dos crímenes en veinticuatro horas y en la primera fecha de un campeonato no es la mejor manera de iniciar una gestión. Y eso es lo que le ha sucedido al bisoño Berlin. Los barras le han dado un brutal mensaje de bienvenida al funcionario inexperto. Y habrá que ver qué recibo acusa y que carácter y espalda exhibe Berlin para darle pelea a los asesinos y narcotraficantes que se cobijan en la pasión del fútbol, para tratar con policías, dirigentes y políticos que miran el tema como un mal menor o parte de la religión, y para articular con las autoridades de las provincias. Ni siquiera se reconoce Berlin a sí mismo como alguien ligado al fútbol o conocedor de su problemática. Es un improvisado al que Bullrich metió en la jaula de los leones y, luego, tiró la llave al río.

A tono con lo que se viene viendo en la Plaza de los dos Congresos, el temor que recorre el mundo de la pelota es que en verdad Berlin sea sólo un mascarón de proa. Y que sea Bullrich quien tome las decisiones de fondo y quiera resolver el problema de la violencia a su manera, metiendo bala y gases de la Policía en las tribunas. Lo que sucedió en Chacarita -este martes clausuraron su estadio- y en Mendoza puede volver a suceder en cualquier momento. Las internas de las barras por sus negocios están lanzadas y hay inquietud por lo que pueda llegar a pasar con las hinchadas de los equipos más grandes que además de ser numerosas, tienen inserción en zonas marginales de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Y también de La Plata, Rosario, Córdoba, Mendoza y Tucumán. Hay mucho dinero y pocos escrúpulos en juego.

La violencia en el fútbol es una de las tantas cuestiones que la democracia argentina lleva cuarenta años sin poder resolver. Y requiere un enfoque multidisciplinario que excede largamente el capítulo represivo con el que la ministra Bullrich parece resuelta a acumular poder. Encausarlo y resolverlo demanda una mirada experta y no la de un caído del catre como Berlin. Quedó dicho. Pero no está de más reiterarlo: su nombramiento en el máximo nivel de la seguridad deportiva nacional revela la subestimación de un problema que mancha de sangre las tribunas argentinas. Mientras tanto, la pelota sigue corriendo como si tal cosa por el verde césped.