Lunes luctuoso, el del 29 de enero, con el simultáneo fallecimiento de dos patriotas del pensamiento y la acción por la independencia económica latinoamericana, el argentino Alfredo Eric Calcagno y el brasileño Samuel Pinheiro Guimarães.

Cuando en muchos países de la Patria Grande la mayoría de los economistas que pululan en medios, gobiernos, charlas pagas y redes antisociales son timberos o lacayos que nombrados aquí insultarían la memoria de los fallecidos, Don Alfredo y Pinheiro Guimarães fueron a contramano de la academia y el orden dominantes.

Primeros pasos

Calcagno tenía 99 años, pero seguía muy activo. Por ejemplo, participaba junto con sus dos hijos también destacados en la batalla de ideas, en un programa conducido por Néstor Piccone en la AM740, ejercicio de pedagogía y memoria por la soberanía.

Don Alfredo no se formó como economista, sino como abogado, siguió por la ciencia política y derivó en la economía del desarrollo. Su tesis doctoral (publicada en 1957) fue sobre la nacionalización de empresas y servicios públicos. Y en su primera incursión pública, en el gobierno bonaerense de Oscar Alende, promovió un impuesto agrícola a tierras ociosas, cuando Arturo Frondizi era Presidente.

Condujo luego el Consejo Federal de Inversiones y organizó un equipo para diseñar proyectos de inversión regional, en la línea del desarrollismo popular. Ahí conoció el trabajo de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en cuanto a capacitar a gobiernos del área. Y su titular, el también argentino Raúl Prebisch, lo autorizó a usar desde el CFI eso que hoy llamaríamos software en las provincias argentinas; incluso le envió expertos para colaborar.

Etapa chilena

Con Arturo Illia debió dejar el CFI y consiguió trabajo en la sede central de la CEPAL, en Chile. Allí redactó los informes anuales tan completos que aún hoy emite el organismo. Era 1964, recuerda su hijo Alfredo, ese organismo arrancaba su “época dorada”, en la que abrevarían los brasileños Celso Furtado y Fernando Henrique Cardoso y los chilenos Jorge Ahumada, Aníbal Pinto, Gonzalo Martner o Pedro Vuskovic, “jefe directo de mi padre” en la división de Desarrollo Económico, dice.

En 1971, los dos últimos se integrarían como ministros de Planificación y de Economía de Salvador Allende, y Calcagno colaboraría con ellos desde afuera. Durante el golpe de Estado de 1973, tras el cual comenzarían a instalarse en el comando de Chile y de otros países de la región la contracara de aquellos economistas, la casta neoliberal que todavía fracasa (salvo para hacer negocios a sus dueños) pero porfía, Calcagno y su familia protegieron a mucha gente de la represión escondiéndola en su casa de Santiago, como al hasta entonces ministro de Salud Juan Carlos Concha, o llevándolos a las embajadas de México o Suecia aprovechando la chapa diplomática del auto que les daba la CEPAL.

Entre ellos, llevó a su inicio de exilio a dos de los funcionarios más odiados y buscados por la dictadura pinochetista, el propio Vuskovic y la secretaria de Allende, Miria Contreras, la “Payita”. Cuenta su hijo Alfredo: “Mi padre fue a buscar a Vuskovic, que estaba escondido en un descampado, y lo llevó a la embajada mexicana. El ministro se había dejado la barba para cambiar su rostro y le preguntó a mi padre qué le parecía. ‘Estás disfrazado de sospechoso’, le dijo. El ex funcionario de Allende le contestó: ‘Si nos paran, dí que soy tu jardinero’”.

En esos salvatajes, al argentino lo ayudó otro destacado brasileño exjefe de la Juventud Universitaria Católica de su país, director de Planificación de la reforma agraria durante el derrocado gobierno de João Goulart y colaborador del proceso chileno y la CEPAL: Chico Whitaker.

Con el pinochetismo y los monetaristas no había más lugar para los Calcagno en Chile y el secretario ejecutivo de la CEPAL, el uruguayo Enrique Iglesias, sugirió abrir una sede en Buenos Aires y ubicar ahí a Don Alfredo. Lo negoció con Orlando D'Adamo, segundo de José Ber Gelbard en Economía en el gobierno peronista. Esa experiencia, desde la cual en 1973 se apoyó el diseño del Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional, también fue una cantera notable por la que pasaron Jorge Katz, Oscar Varsavsky, Bernardo Kosacoff o Daniel Heymann entre otros. Calcagno alentaba una corriente que confrontaba ideas con instituciones liberales como FIEL, nacida en 1964, o más tarde la Fundación Mediterránea, en 1977, ambas, entre otras, proveedoras de cuadros a cuanta aventura dictatorial surgiese.

Exilio y después

El golpe de 1976 volvió a obligarlo a salir del país. Calcagno fue a Ginebra, Suiza, sede de la UNCTAD, una suerte de CEPAL pero global. Allí, como antes en Santiago, redactó informes y escritos sin firma por ser institucionales, pero con su sello en favor del desarrollo popular. Cuando volvió a la CEPAL de Buenos Aires a fines de la dictadura convocó a los equipos del PJ y la UCR a debatir sus planes futuros de gobierno. Participaron Roberto Frenkel, Juan Sourrouille, Adolfo Canitrot o Bernardo Grinspun. Ya jubilado, se dedicó a escribir, solo o con sus hijos, ahora sí libros con su firma. Todos destacan por “la coherencia y la orientación política económica”, dice Alfredo, quien también trabajó varios años en la UNCTAD como jefe de la División de Políticas Macroeconómicas y Políticas de Desarrollo.

Claro que lo de jubilación es un decir. Siguió siendo parte de proyectos como el del Plan Fénix de la UBA, del Instituto Argentino de Desarrollo Económico (IADE) o debatiendo sobre un posible “Fondo Monetario Latinoamericano”. Lo entrevisté al respecto para Clarín (3/11/2002) en su casa de Palermo cuando el G24 lanzó la idea ante el descrédito del FMI. Don Alfredo alentaba la iniciativa por las “condicionalidades y la injerencia indebida” del FMI en las políticas económicas locales, que él databa desde 1969, cuando el Fondo “desvió su función”.

Venezuela

También siguió activo en la experiencia de Hugo Chávez en Venezuela, cuando asesoró al propio Presidente y al Ministerio de Planificación junto a su otro hijo, Eric. Sociólogo, administrador público y exsenador por el Frente para la Victoria unos años después, Eric recordaría, cuando lo entrevisté en el programa “Que vuelvan las ideas” (AM530), que “vimos con mi padre a un líder que interpretó junto a intelectuales, trabajadores, campesinos, militares y todo un pueblo invisibilizado hasta entonces, un nuevo camino de lo que podía ser una transformación social, profunda y democrática. Asesoramos sobre lo estratégico del petróleo y en cómo superar los desafíos que supone reformar el estado y, al mismo tiempo, gobernar, algo muy complejo. Es todo un tema formar cuadros, cuadro medios-altos, pues en procesos reformistas o revolucionarios en general la clase media-alta huye despavorida del ‘aluvión’ de negros, mulatos, zambos (como era Chávez) o de blancos que están del lado correcto”.

El propio Don Alfredo contó también en la AM740, en 2021: “Chávez nos dijo que no quería gobernar por instinto, sino con racionalidad. Y el gran tema era cómo hacer irreversibles las conquistas. Recuerdo también que justo se discutía privatizar las jubilaciones y lo alertamos de lo nefasto del asunto, que él deshizo”.

De nuevo se impone el cotejo. Mientras unos asesoraban al peronismo, a la UP o a la Revolución Bolivariana, tres momentos de fuertes transformaciones en Nuestramérica (Calcagno también había interactuado con Fidel Castro y con el guatemalteco Juan J. Arévalo), otros cimentaban la reacción y la dependencia: Domingo Cavallo ayudaba a dolarizar el Ecuador, el gobierno de Mauricio Macri enviaba armas para el golpe en Bolivia de 2019, el brasileño Paulo Guedes, hombre fuerte del gobierno de Jair Bolsonaro, enseñaba en la intervenida Universidad de Chile en la dictadura y asesoraba al régimen vía Jorge Selume, director de Presupuesto con Pinochet. Guedes, antípoda de Samuel Pinheiro Guimarães, fallecido el mismo día que Don Alfredo.

Pinheiro

Pinheiro, economista y diplomático, entró a la Cancillería en 1963 y ocupó varios cargos, siempre forzado a abandonarlos a la hora de los golpes militares o el liberalismo. Por ejemplo en 1965, cuando el dictador Castelo Branco lo sacó de la Superintendencia de Desarrollo del Nordeste tras presiones de EE.UU. Volvió al Estado durante el régimen militar, en Embrafilme, ente promotor del cine, pero el dictador de turno, Figueiredo, lo echó por la película “Pra Frente, Brasil”, que aludía a las torturas de los presos políticos.

Ya en “democracia”, se opuso a Collor de Mello y a su apertura importadora, y también a Henrique Cardoso, amnésico de su paso por la CEPAL, por querer entrar al ALCA, lo que todo el Mercosur frenó en 2005.

Como castigo, perdió el cargo de director del Instituto de Relaciones Internacionales en Itamaraty. En los gobiernos del Partido de los Trabajadores, Pinheiro volvió como secretario general de Relaciones Exteriores y luego como ministro de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, hasta 2010, fin del gobierno Lula. Tuvo funciones en el Mercosur (fue impulsor de la “ciudadanía Mercosur”, conocía muy bien la Argentina), en la Escuela de Políticas Públicas y en universidades públicas. Tenía 84 años al morir.

Con Calcagno y Pinheiro se van dos grandes exponentes del pensamiento nacional latinoamericano, búsqueda inconclusa y de nuevo trabada por una reacción político-ideológica cuya máxima expresión hoy sufre nuestro propio país.