Si algo no puede destacarse en la filmografía del realizador británico Jonathan Glazer, nacido en Londres hace casi 59 años, son sus cualidades prolíficas. Al menos no en el terreno del largometraje: apenas cuatro películas en cinco lustros de carrera. Distinto es el caso en las áreas de la publicidad y los videoclips, espacio este último donde supo poner su oficio al servicio de bandas como Portishead, Blur, Jamiroquai, Nick Cave and the Bad Seeds y Massive Attack, trabajos visualmente distintivos realizados en una era –los 90 y comienzos de los 2000– en la cual el formato brilló con luz propia antes de apagarse casi por completo. Sus películas también suelen destacarse por aspectos ligados a lo formal, al trabajo con la imagen y el sonido. Luego de la ópera prima La bestia salvaje (2000), un relato de gánsteres modernos con un Ben Kingsley al borde de un ataque de sociopatía, le siguieron las idiosincráticas y perturbadoras Reencarnación (2004), un retrato sobre el trauma y la soledad con afilados bordes fantásticos protagonizado por Nicole Kidman, y Under the Skin (2013), historia con resabios sci-fi acerca de una peculiar viuda negra (Scarlett Johansson) embarcada en un raid para consumir la mayor cantidad posible de hombres. Una década después de esa película, Glazer estrenó el smoking en el Festival de Cannes con un film muy alejado de sus intereses temáticos previos: una adaptación de la novela La zona de interés, del escritor inglés Martin Amis, cuyos protagonistas son el oficial encargado de comandar un campo de concentración durante el nazismo y su familia, habitantes de una casa literalmente adyacente al horror del genocidio.
Coproducción entre el Reino Unido, Polonia y los Estados Unidos, el film fue rodado en idioma alemán con la participación en el reparto de Christian Friedel como el comandante Rudolf Hoss, jefe máximo de los operativos cotidianos en Auschwitz, y la gran Sandra Hüller, la protagonista de la aún en cartel Anatomía de una caída, como su esposa Hedwig. Film de tesis con más de un componente experimental, elaborado a partir de un milimétrico trabajo de encuadre y sometido a una rigurosa pátina sonora que metaforiza lo innombrable, Zona de interés, el eufemismo utilizado por los nazis para referirse a las inmediaciones de los campos de exterminio, llega a las salas de cine este jueves 15, semanas después de haber recibido cinco nominaciones a los premios Oscar: el doblete a Mejor Película y Mejor Película Internacional, Mejor Dirección, Mejor Guion Adaptado y Mejor Sonido.
“No me era extraño el resplandor del relámpago; no me era extraño el rayo. Con una experiencia envidiable en ambas cosas, no me era extraño el aguacero; el aguacero y luego el sol y el arcoíris. Ella volvía de la Ciudad Vieja con sus dos hijas, y se hallaban ya muy dentro de la Zona de Interés. (...) Alta, ancha y llena, y, sin embargo, de paso liviano, con un vestido estriado blanco que le llegaba hasta los tobillos y un sombrero de paja de color crema con una banda negra, y un bolso de paja bamboleante (las niñas, también de blanco, también llevaban sombreros y bolsos de paja), entraba y salía de tramos de una calidez leonada, amarillenta, difusa. Reía con la cabeza hacia atrás, y la garganta tensa. Yo le seguía el paso, en paralelo, con mi chaqueta de tweed hecha a medida y mis pantalones de sarga, con mi tablero de pinzas y mi pluma estilográfica. (...) Y entraron en el Kat Zet; en el Kat Zet I. Algo sucedió a primera vista. Un relámpago, un trueno, un aguacero, el sol, el arcoíris..., la meteorología del primer vistazo”. Las primeras líneas del libro de Martin Amis, fallecido el mismo día del estreno mundial del film de Glazer en Cannes, ofrecen un intuito del estilo descriptivo, impresionista, del texto, que generó alguna que otra polémica en el momento de su publicación pero, al mismo tiempo, fue recibido por la crítica con los brazos abiertos. Las palabras anticipan también algunas de las emociones del protagonista, un oficial joven, hacia la esposa del comandante del Kat Zet, apócope de konzentrationslager, campo de concentración. Nada de eso ocurre en el traspaso a la pantalla: la adaptación de Glazer es libre, toma elementos de la novela y deja otros completamente de lado. En ese sentido, se trata de una película que conversa con el texto original, eligiendo la construcción de un clima antes que la conservación de las anécdotas y las subtramas. La tesis de Zona de interés (el film perdió en la traducción local el artículo) es simple y diáfana: el horror, lo indecible, el Holocausto, conviven pacíficamente con las actividades triviales. La banalidad del mal es cosa de todos los días.
El mal como acto banal
Los acordes deformes de Mica Levi, compositora británica que también se hace llamar Micachu, suenan en los parlantes mientras la pantalla permanece en total oscuridad. Así será durante los primeros minutos de proyección, aunque a la melodía electrónica de la banda de sonido irá sumándose el inconfundible canto de unos pájaros. La primera imagen es bucólica: un grupo de hombres, mujeres y niños descansan sobre el césped, frente a un río y bajo el sol de la tarde. Podría tratarse de una versión hiperrealista de una pintura de Monet o Renoir. Al atardecer, Rudolf Hoss, su esposa Hedwig, sus hijos e hijas y la sirvienta caminan hacia los autos estacionados a la vera del camino de tierra. El regreso a casa incluye los rituales típicos: el baño, la cena, la conversación cotidiana, las buenas noches, amén del apagado concienzudo de todas las luces de la casa, que Rudolf lleva a cabo con un ritmo preciso y calculado, sin duda idéntico al de la noche anterior y al de la siguiente, similar asimismo al de los objetivos y obligaciones laborales.
Es de mañana y Glazer impone el impacto visual de todo lo que vendrá: el cuidado jardín, que incluye toda clase de plantas y flores; el invernadero ubicado en el fondo del lote; la pequeña piscina con tobogán; la mesita y las sillas para descansar por las tardes. Todo se ubica a escasos metros de una de las paredes del campo de concentración, coronada por un alambre de púas. Más arriba, el humo de las chimeneas señala el continuo movimiento fabril en la fábrica de muerte. Algunos presos privilegiados logran salir de allí para ayudar momentáneamente a los Hoss en tareas de jardinería o arreglos generales; otros le traen a Hedwig una bolsa llena de ropa interior femenina y un tapado de piel, obsequios que sólo son posibles gracias al trabajo del padre. Más tarde, mientras la familia y unos invitados celebran el cumpleaños del comandante, se escuchan los gritos de algunos prisioneros, el ladrido de los perros, los disparos que finalmente apaciguan los desesperados alaridos. Con la excepción de algunos planos documentales sobre el final que parten del pasado para ingresar de lleno en el presente, Zona de interés jamás cruzará los límites de esos muros grises, dejando en un fuera de campo absoluto las actividades que día tras día, noche tras noche, ocurren allí dentro.
“Tuve una relación muy extraña con el proyecto, desde el principio”, declaró Jonathan Glazer en una entrevista reciente con el periódico The Guardian. “Era el camino por el que transitaba y no podía evitar seguirlo, pero al mismo tiempo estaba listo para abandonarlo en cualquier momento. A veces quería golpear una pared de ladrillos, darme la vuelta y decir: '¿Sabes qué? Lo intenté y no puedo hacerlo’. Estaba dispuesto a que eso sucediera”. El film fue rodado en locaciones polacas cercanas al campo de exterminio; el equipo técnico construyó los sets de los exteriores e interiores del hogar familiar utilizando fotografías de época reales, en particular de la casa del jerarca nazi Rudolf Hoss, condenado a muerte durante los juicios de Núremberg y ejecutado en 1947 cerca del crematorio de Auschwitz I. Respecto de las complejidades a la hora de escribir un guion centrado exclusivamente en los victimarios y no en las víctimas, el realizador afirmó que “reconocer a esa pareja como seres humanos fue una parte importante del proceso creativo inherente a la película, pero siempre pensé que, de poder hacerlo, tal vez fuera posible vernos a nosotros mismos en ellos. Para mí, Zona de interés no es una película sobre el pasado. Intenta hablar del presente, de nosotros y de nuestra similitud con los perpetradores, no de nuestra similitud con las víctimas. Es necesario llegar a un punto de comprensión de la ideología para poder escribir, pero me interesaba hacer una película que fuera más allá de eso, hasta el fondo. Creo que hay algo en nosotros que lo impulsa todo, la capacidad para la violencia que tenemos. Por esa razón era importante construir un relato que el espectador complete, involucrándose, haciéndose preguntas”.
La náusea
La visita de la madre de Hedwig acerca un punto de vista novedoso, la de una extranjera que llega por primera de visita para conocer el hogar familiar. La cuidadosa ornamentación del jardín recibe elogios, aunque la mujer imagina, erróneamente, que las chicas que ayudan en la casa son judías del campo. El antisemitismo es rampante, pero está tan imbuido en cada uno de los personajes que lo anormal sería que tuvieran algún tipo de consideración humana. A pesar de ello, algo empuja a la visitante a irse antes de tiempo: el reflejo del fuego de las chimeneas por las noches, el olor de las cenizas o tal vez algo más inasible pero definitivamente horroroso. A la hora de pensar en el personaje de Hedwig, que en gran medida dirige la narración desde su punto de vista de ama de casa, esposa y madre, Glazer apunta en la mencionada entrevista que “está esa sensación de que nada ni nadie debe detenerse. Todo el mundo debe estar ocupado con alguna actividad todo el tiempo, porque si te detienes, piensas. Y si piensas, reflexionas. Con Hedwig no hay reflexión, no hay consideración por nada o por nadie excepto ella misma. Ella está constante e implacablemente ocupada para no tener que pensar”.
En varios momentos, Zona de interés se ve atravesada por secuencias con los colores invertidos, como un viejo negativo fotográfico en movimiento. Podría tratarse de sueños o pesadillas (una noche el padre les lee a las niñas la versión original, no suavizada de Hansel y Gretel), pero también de una inversión muy real del horror circundante: una joven esconde en la tierra manzanas y otras frutas para que, al día siguiente, sean recogidas por aquellos afortunados que logren salir un rato del campo para realizar tareas en el terreno colindante. Más tarde, en Berlín, Rudolph Hoss asistirá a una fiesta de la alta sociedad militar y civil, y los vómitos –provocados quizás por el consumo excesivo de alcohol– se confunden en la mente del espectador con una emesis más esencial. Polémica, divide aguas, la película de Glazer ha recibido enormes alabanzas pero también críticas por su carácter quirúrgico, seco, distante. Difícil imaginarse otra manera de retratar la convivencia de lo normal –arropar a los niños antes de dormir, una fiesta al aire libre en el jardín, el paseo a caballo de un padre y su hijo– con la destrucción industrial de los cuerpos, del ser humano. La apuesta del realizador es extrema y sin ornamentos: la normalización del exterminio y el horror es mucho más común y corriente de lo que podría imaginarse y el tiempo presente, este siglo XXI que apenas si ha comenzado, no ha hecho hasta ahora más que demostrarlo con creces.