Tenía más de 60 años y ya era una de las artistas más famosas de Brasil cuando lo hizo por primera vez a la luz del día. Se depiló las piernas, se puso vestido, se calzó los tacos y cruzó la calle de su casa al bar con emoción y con miedo. Fue un camino fundacional y muy corto, apenas una cuadra, pero a Laerte Coutinho le bastó para saber que efectivamente otra vida era posible.

Un tiempo después, en el año 2013, cuando posó desnuda en la revista Rolling Stone para un célebre reportaje donde festejaba por primera vez su identidad trans ante un público que la adoraba pero que siempre la había conocido con aspecto maculino, en el mundo y en su vida ya habían tenido que pasar varias cosas: tres matrimonios tradicionales que no funcionaron y tres separaciones en composé. Tres hijos y la muerte de uno de ellos –apenas a los 22 años en un accidente automovilístico–, que le cambió la vida. Una dictadura militar en su país, el retorno a la democracia y varios tipos de militancia delante y detrás de los tableros de dibujo. El advenimiento de internet y las redes sociales, el cambio de los formatos y de los materiales. Y, con la llegada del siglo XXI –con todo su desborde y su posibilidad y sus decepciones–, una carrera larga y exitosa donde lo único que se mantuvo imperturbable para ella fue su poder de observación de cada época, sus tiras y el sentido del humor que la hicieron famosa.

Laerte Coutinho, o simplemente Laerte, como es más conocida, sin duda es una rara avis en el mundo del dibujo y la ilustración. Se podría decir que su presencia es mucho más cercana a la de una estrella de televisión –donde también ha tenido algunas incursiones– que a la de una humorista gráfica del periódico. Es decir, a diferencia de prácticamente cualquier dibujante, ella es el tipo de persona a la que la gente reconoce en la calle e incluso detiene con entusiasmo para pedirle una foto. Ganó varias veces el premio HQ Mix, algo así como los Premios Oscar del cómic brasileño, su carrera está activa hace más de 50 años y debe ser, en su país, una de las plumas más famosas en la historia del medio. Es más, el primer documental original producido en Brasil para Netflix fue de hecho sobre su vida, su contundente carrera y su pregunta más reciente en ese momento: ¿Después de reconocerse transexual a los 60 años también debía o quería modificar su cuerpo con cirugía? La producción colaboró a instalar en Brasil un tema que recién empezaba a asomarse con más fuerza en las agendas masivas de la región, e incluso estuvo aquí en Buenos Aires hace algunos años como parte del jurado de Asterisco, el Festival de cine LGBTIQ+, donde tuvo una charla pública con Maitena. Sin embargo, en Argentina, uno de los países más progresistas de Latinoamérica –al menos hasta ahora–, y uno de los más influyentes en el lenguaje del cómic a nivel mundial –o quizás, justamente por eso– su trabajo es apenas conocido por fuera de la comunidad del cómic y nunca había tenido una edición español que le hiciera justicia a su trabajo.

Es por eso que la noticia que llega de la mano del sello local Loco Rabia Editora en este, el año más intenso políticamente en mucho tiempo, convoca y entusiasma porque esta es la primera vez que esta pluma monstruosa y divertida, ya consagrada y sin embargo justo a tiempo para esta época, tiene edición argentina ya disponible en librerías de nuestro país. “Brasil tiene una especie de cortina de hierro con los vecinos hispano-hablantes. Lo que se dibuja en Argentina es impresionante desde siempre, pero solo hemos tenido hábito de publicarlo en los años ‘70 durante la dictadura, o a artistas que han venido vivir acá como Luis Trimano”, dice Laerte, que responde online, muy amablemente, en un esmerado portuñol y que también se queja del poco provecho que sacamos al intercambio entre vecinos. “Estuve algunas pocas veces en Argentina, la primera en el ‘77, la última en el Festival Asterisco. Conocí a algunos personajes magistrales como Fontanarrosa, Crist, Maitena, Rep y en una breve ocasión a Quino”.

Laerte Coutinhoh, más conocida como simplemente Laerte

LO QUE SÉ HACER

Laerte Coutinho, que fue militante de izquierda pero que también ha sabido ser crítica de los movimientos progresistas contemporáneos, que sobrevivió el Bolsonarismo, que contribuyó a la creación de la Asociación Brasileña de Transgéneros, ahora tiene 72 años y jamás ha dejado de dibujar. “¿Consejos? ¡Ay de mí!”, se ríe ella. “Diría que quizás con Milei las cosas no serán tan graves desde el tema de diversidad sexual. Cierto que habrá cortes en los servicios sociales, pero creo que el bolsonarismo reunía apetitos mucho más sangrientos. No sé. Seguro habrá que resistir con nuestro trabajo y construir una vía de salida para derrotar a esta gente”, asegura. Bueno, ella sabe alguna cosa sobre resistencias y reinvenciones. Nació en 1951 y empezó a dibujar a los 20 años a principios de los ‘70, en plena dictadura militar. En su juventud, en los años ‘60, ya se había identificado ideológicamente con el comunismo y luego colaboró con el Movimiento Democrático Brasileño. Para la década del ‘80, con el retorno de la democracia, ya era una figura consolidada en el lenguaje de la historieta que se transformó en pluma trascendental del comic under brasileño, a la par de nombres como Angeli, Glauco y poco después también Adão Iturrusgarai; parte de una oleada creativa que, como la de Argentina, se caracterizó por un feliz florecer de las publicaciones en papel, la producción de revistas y la colaboración entre varios artistas, y que luego fue arrasada por el colapso de la industria editorial.

La verdad es que el momento en que Laerte empezó a dibujar sus tiras debió haberse sentido como estar en el centro mismo de la historia. Al mismo tiempo en que el horror de las dictaduras militares asolaban Latinoamérica, Rita Lee endulzaba la década con su voz pionera en Brasil y las vanguardias artísticas se esparcían por la región con todo tipo de esperanza de transformación. Realmente, uno solo puede imaginarse. “Era un contexto de censura y represión, pero había además deseos políticos organizados, de los cuales formé parte. Hay que decir que la dictadura no fue la única dinámica de nuestra cultura en aquel momento. El fin de los ‘60 fue decisivo, estábamos en dictadura, pero yo estaba interesada en la creación: en Caetano Veloso, en la explosión del cine y las artes plásticas. Mi formación, como la de otros, mezcló esas inquietudes con la necesidad de hacer un trabajo políticamente elocuente, consistente”, observó alguna vez Laerte sobre su devenir artístico, que se consolidó popularmente en revistas históricas como Balão, O Pasquim y Chiclete com Banana, pero que se hizo decididamente famoso con la tira Piratas do Tietê, sobre las aventuras de un grupo de piratas crueles y cómicos que navegaban por el río Tietê de Sao Paulo –su ciudad– que tuvo tanto éxito que se convirtió en una publicación propia y que también fue adaptada al teatro.

“Pero también me siento un poco descolocada cuando me consideran combativa y militante. Hice parte de algunos movimientos, pero no sé, también hice parte de varios momentos idiotas. Dibujo y hago humor, es lo que sé hacer, o lo que hago mejor y no siempre he tenido la claridad en cuanto a ese rumbo profesional”, dice Laerte. “En los años ‘70 había una diferencia crucial: tenía 20 años. Hay algo en nuestra juventud que es invencible. Pero no tengo mucha idea sobre lo que caracteriza nuestro tiempo ahora. Para mi pesa mucho la edad que tengo y el punto dramático al que llega nuestro planeta. Ver, aunque por fotos, los ríos de la Amazonia secándose como el Sahara puede hacerte perder la cabeza”, reflexiona la dibujante, que hoy sigue produciendo sus tiras para Folha de Sao Paulo, un diario no precisamente de izquierdas pero que le ha dado total libertad a su despliegue. Un puñado de tiras que incluyen comentarios sobre el racismo o la homofobia de la sociedad brasileña más conservadora, pero también sobre el comportamiento del progresismo contemporáneo. Solo por poner un ejemplo, esta es una tira que se puede leer en su más reciente libro: un grupo de niños está declamando un poema de exaltación patria de Olavo Bilac en el escenario de su colegio. Entre los profesores se preguntan:

–¿No teníamos un alumno negro en esta clase?

–Se lo prestamos al 3ºB. Van a declamar “Voces de África”.

Portada de la edición de Loco Rabia

LA LAERTE

Ahora, Manuel del Minotauro: Transfiguraciones es el libro que se edita en Argentina, y por primera vez en español, con el que se puede conocer a Laerte en su esfera más íntima. Se trata de un imponente tomo de 224 páginas que reúne su trabajo más contemporáneo y reconocido por ser una etapa de madurez extraña y contemplativa. Una serie de dibujos decididamente personales con los que Laerte, sin dejar el todo la sátira política, el formato de sus tiras y sus comentarios sobre la actualidad y la cotidianidad del mundo en que vivimos, también empezó a preguntarse sobre asuntos más introspectivos, espirituales o existenciales. Un minotauro es una criatura de la mitología griega con cuerpo humano y cabeza de toro que fue encerrado por los dioses en un laberinto sin salida, y a través de esa metáfora, este es el momento en que también Laerte empieza a preguntarse sobre sí misma, sobre su propio cuerpo y sus transformaciones posibles, sin perder el temple y la ironía. “He elegido el humor como mi vía para cualquier cosa. Sea la política, sea la fantasía, sea la sátira social. Esto lo hago hace muchos años, desde mi infancia, y las pocas veces en que intenté la vía dramática fueron medio desastrosas”, se ríe ella.

El libro incluye un prólogo de Rafael Coutinho, su hijo mayor y también dibujante renombrado, que explica al personaje de Laerte a un público virgen, pero que francamente actúa como un objeto independiente. Podría ser la carta de un hijo que intenta de desentrañar a una figura filiar compleja: “Es sorprendente cómo mi padre, sin entender muy bien lo que estaba haciendo, fue capaz de transformarse tantas veces y convertirse en un faro para tantas edades”, dice Rafael. “Mi padre nos presentó, a mi hermana y a mí, su nueva identidad. La Laerte. Recuerdo que mi principal miedo era que su voz cambiara, que empezara a hablar más agudo. Además del temor de no poder verla ya como mi padre, tenía miedo de comenzar a reír. Pero no fue lo que pasó. La misma persona que me había criado desde niño estaba allí, igualita, solo que con uñas pintadas, vestido, tacones altos, chistes picantes. Poco a poco, este proceso de descubrimiento comenzó a tomar otros contornos, a medida que ella descubría, se presentaba al público y, en la década de los ‘10, enseñaba a todo el país a entender lo que era la transidentidad, ser una mujer trans en transición a los 60 años en la televisión, en Internet, en charlas y eventos, descubriendo un nuevo activismo, impregnado en una nueva producción de tiras y caricaturas que reflejaban esta búsqueda”.

Si efectivamente Laerte ha inspirado a varias generaciones es porque ha transitado varias épocas afanada en desentrañar los sentimientos colectivos de cada cual: desde el comentario sobre las transformaciones sociales hasta el advenimiento de internet, cuyas herramientas supo aprovechar para seguir trabajando. Ahí ha encontrado una permanente actualidad, pero luego también, a través de tematizar su propia transición de género, ella, una persona que entraba en la tercera edad y una personalidad con una fama de ya varias décadas, también contribuyó a hablar del tema públicamente, no sin críticas a su propio país. “Por acá, parece que hemos evitado lo peor, que sería la continuidad del bolsonarismo. Algunos derechos estamos consiguiendo mantener, pero Brasil continúa siendo un país donde se ataca y mata a personas LGBTQIA+, sobretodo cuando son pobres o negras”, explica ella. Para el momento en que Laerte empezó a dibujar las tiras que recopila Manual del Minotauro sus dibujos habían devenido tan crípticos y reflexivos que algunos lectores coléricos y bastante maleducados, llegaron a escribir al diario para que la despidieran.

Los otrora simpáticos personajes, mucho más simples, a veces corrosivos, pero casi siempre festivos, habían pasado a ser un desfile de criaturas bastante inusual: seres antropomorfos inquietantes, reflejos en el espejo que cobraban vida, la muerte que se vestía para salir a trabajar, una esfinge contemporánea que tenía problemas mundanos. También aparecían reflexiones vitales para nada listillas ni graciosas. Por ejemplo: “Una vez fui joven, una bolsa de supermercado pasó bailando en el viento, ya no lo soy”. Eso fue al principio de los años dos mil, después de la muerte de Diogo, su hijo de 22 años, en un accidente automovilístico. Un evento como ese podría cambiarle la vida a cualquier persona, y entonces previsiblemente a Laerte la hizo preguntarse por la vida y por la muerte, y por todo lo que hay en medio.

DEL DIBUJO A LA CALLE

Fue gracias a esas mismas tiras que ella, que siempre vivió su sexualidad más bien en la esfera de lo privado, y muchas veces en la negación, fue descubriéndo algo nuevo de sí misma. “Cuando las empecé tenía la vaga voluntad de retomar una forma, un procedimiento, que se situara en los años anteriores a mi etapa profesional. Quería estar de nuevo en el campo libre y hacer lo que la mano me pidiera hacer”, explica ella.

Efectivamente, fue uno de sus personajes que nacieron libres el que finalmente le animó a reconocerse públicamente como persona trans. El personaje recurrente Hugo Baracchini, que además se convirtió en uno de sus personajes más famosos, era un hombre que experimentaba la modernidad con el advenimiento de internet, y había mucho que decir sobre eso para la época, pero también operó como una suerte de alter ego. Por eso, cuando Baracchini comenzó a travestirse en las tiras, también Laerte comenzó a preguntarse por esa posibilidad en su propia vida. Un día, sin más, publicó un dibujo donde el hombre se maquillaba, se ponía tacones y decía: “Algunas veces un hombre tiene que montarse”. Exactamente lo que ella haría algun tiempo después para cruzar de su casa al café vestida de mujer por primera vez. En ese momento, una lectora trans reconoció ese dibujo, ese deseo, y le preguntó si esa tira era autobiográfica. Fue gracias a esa misma lectora, que le recomendó un club crossdresser en Sao Paulo, que Laerte tuvo sus primeras incursiones asumiendo una expresión de género femenina. Luego, se reconoció travesti y después públicamente como persona trans.

En principio, no quiso cambiar su nombre: descubrió que en Brasil, 264 personas usaban el nombre Laerte, usualmente un nombre masculino, también como femenino y decidió habitar esa expresión libre y sin obligaciones. “No me considero mujer sino del género femenino, que no es lo mismo”, dijo en la segunda mitad de los dos mil, cuando la prensa se abarrotaba en su puerta preguntándole ¿por qué? o ¿por qué ahora? o ¿para qué?. “No sé si hubo valentía. Lo hice en un momento y en un contexto más o menos seguro. Algún riesgo habría, pero el suelo firme era ancho. Sabía lo que esperar de mi familia, mis amigos y buena parte de las relaciones profesionales. Mi trabajo, más que una elección, fué mi guía en ese viaje. Yo a mis personajes los hacía ir adelante”, cuenta ella.

Son varios de estos personajes extraños y libres los que ahora se pueden visitar finalmente en español, una gran forma de conocer a Laerte. A la Laerte política, a la Laerte existencial, y todo el universo propio que hay en medio. En palabras de su hijo Rafael: “Hay muchas Laertes, todas muy ricas, cultas, de múltiples humores y habilidades. También hay, detrás del chiste sucio, del chiste erudito, la caricatura política devastadora y una amplia producción en torno a algo absurdo y oscuro que, como hijo y autor, tampoco necesito saber mucho. Les dejo a ustedes esta búsqueda, con la esperanza de que se encanten tanto como yo me he encantado como autor, a medida que me descubría y me reinventaba cerca de ella”.