Los cambios que se observan en el orden global impactan en las estructuras políticas regionales y nacionales. La guerra en Ucrania ha catalizado dichos cambios y ha debilitado a las dos grandes coaliciones, la socialdemócrata de Olaf Scholz y la oposición conservadora de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Ese bipartidismo ha empezado a perder centralidad a causa de la crisis recesiva provocada –entre otros factores– por la ruptura del vínculo energético con Moscú, promovido por Washington para quebrar la alianza ruso-europea.

La desestructuración del sistema político alemán se ha hecho evidente en el último año con el crecimiento de Alternativa por Alemania (AfD) y, recientemente, con la irrupción de un nuevo conglomerado de izquierda liderado por la Sahra Wagenknecht, escindida de Die Linke, el partido progresista que cuenta hoy con 39 parlamentarios en el Bundestag. La flamante alianza se presentó en sociedad en Berlín el último 27 de enero, con el nombre de Alianza Sahra Wagenknecht - Por la Razón y la Justicia (BSW- VuG, por sus siglas en alemán), contando con la participación de una docena de parlamentarios de la Die Linke.

Según Wagenknecht, hija de padre iraní y madre alemana, las organizaciones socialistas y marxistas occidentales se han transformado en corporaciones progresistas liberales que han abandonado las aspiraciones de los trabajadores: la izquierda ha mutado hacia un esteticismo de indignados preocupados más por “el estilo de vida (…) centrados en la dieta, los pronombres [de género], la percepción del racismo” y los debates culinarios. Según la plataforma de la nueva organización, la izquierda –a nivel global– sufrió una transformación basada en privilegiar las luchas identitarias posicionando en un segundo plano las penurias de los trabajadores. Esta omisión ha sido castigada por las grandes mayorías sociales que en muchas ocasiones se sienten más identificadas con los grupos de ultraderecha, afines a la cultura familiar conservadora. La clase obrera, para poder afrontar la inseguridad económica, necesita sustentar su identidad en pilares de certeza limitadamente ambiguos.

El género fluido y las particularidades cariocinéticas no conmueven al sistema, sino que pueden incluso fortalecerlo al debilitar las demandas políticas y de clase. Desde la perspectiva de Wagenknecht –y de muchos movimientos que empiezan a replantearse su agenda de comunicación de cara a la sociedad–, las izquierdas se han vuelto, en muchas ocasiones, una expresión intelectualizada, moralizante y testimonial que se concentra en las luchas de minorías, inmigrantes, perspectivas de género y de orientación sexual, olvidando a los trabajadores, sus penurias y sus luchas. 

La Plataforma es acusada de populista porque cuestiona la alianza de Scholz con la OTAN, asume una perspectiva euroescéptica, se opone a la destrucción incremental de las culturas locales ejecutada por una globalización unilateral funcional a Washington, estructurada a partir de su tridente orgánico: el Complejo Militar Industrial, Wall Street y las transnacionales.

Sahra advierte que las grandes corporaciones y los fondos de inversión –como Blackrock Amazon, Alphabet, Facebook, Microsoft y Apple– extraen rentas monopólicas de diferentes actores del mercado, destruyendo la competencia y debilitando la democracia. El programa económico presentado por BSW impulsa la lucha contra la precarización laboral, la gestión estructural del asilo y los migrantes, el incremento del salario mínimo a 14 euros la hora, el aumento de las ayudas para los más pobres, el incremento de impuestos para los grupos concentrados y la lucha contra la inflación a través de la estipulación de precios máximos para la canasta familiar. En la dimensión internacional, propone una perspectiva soberanista respecto a los Estados Unidos, cesar el envío de armas a Ucrania, alcanzar una paz con Vladimir Putin e integrar a Moscú a un esquema de seguridad común europea. Todas esas propuestas horrorizan a la OTAN.

BSW se propone, además, superar la discursividad intelectualizada de la izquierda caviar, que subestima y desprecia a las culturas populares. Eso supone prescindir de la estrategia woke (que multiplica identidades), al considerar que promueve una izquierda estéril, estilística y académica, funcional al statu-quo, y a la vez cómplice en infravalorar la desigualdad. Según una encuesta de la consultora INSA, el nuevo partido podría convertirse en uno de los cuatro más importantes de Alemania, disputándole base electoral a la ultraderecha, a la socialdemocracia y a los conservadores.

El escritor alemán Harry Rowohlt fue consultado unas décadas atrás por el diario AZ sobre qué significaba ser de izquierda: “No tengo idea”, respondió. A continuación se le volvió a preguntar: “¿Eres de izquierda?”. “Sí”, respondió. Pareciera que la BSW busca recuperar el sentido primigenio de esa tradición que no es una sensibilidad tribal sino un compromiso representacional con los despojados.