Dirigida por Edward Berger, Sin novedad en el frente es una película antibélica alemana que sigue al soldado raso Paul Bäumer, que manijeado por el clima de época se alista con sus compañeros de escuela para pelear contra los franceses en la última etapa de la Primera Guerra Mundial. “Poco después del inicio de las hostilidades en octubre de 1914, el Frente Occidental quedó trabado en una guerra de trincheras –se lee en una coda–. Para el final de la guerra, en noviembre de 1918, el frente apenas se había movido. Más de tres millones de soldados murieron ahí, a menudo, intentando ganar unos cientos de metros de terreno”. Se calculan 17 millones de muertos en la contienda. La película empieza con el rescate de los uniformes de los cadáveres de los soldados alemanes, la ropa enchastrada de sangre y barro, desgarrada, y el proceso de puesta a punto hasta el planchado final y la entrega a los novatos, que la reciben emocionados. Sin novedad en el frente ganó el año pasado el Oscar al “mejor filme internacional” y enfoca en la masacre: cuerpos y cuerpos destrozados en los pozos de los obuses, en los refugios, en las zanjas, a campo abierto. Cada tanto la narración esboza apenas un alivio, alguna difusa perspectiva esperanzadora, pero no hay redención.

Se basa en la novela homónima que a fines de 1928 el ex combatiente Erich Maria Remarque fue publicando semanalmente en el periódico Vossische Zeitung: fue un boom. De inmediato se publicó en libro y se tradujo a decenas de idiomas. Para 1930 Hollywood compró los derechos e hizo una primera película, canónica en el género, dirigida por Lewis Millestone: ganó dos Oscar al año siguiente. A los nazis les había caído mal el libro y también el estreno en Alemania, porque no exaltaba el heroísmo de los soldados alemanes, los pintaba un tanto debiluchos, humillados por la derrota. Entre los libros que Hitler mandó quemar algo después estaban esa novela y otras de Remarque, que se exilió primero en Suiza y luego en Estados Unidos. La reciente versión fílmica de Berger tuvo sus premios, pero también sus críticas: que se toma sus licencias respecto a la narración original, que le faltó imaginación o rigor histórico. Berger ecualiza el libro bajando los tonos de coloquialismo y del sesgo reflexivo del narrador y se centra en mostrar las marcas de la guerra en el cuero y en la psiquis, sus secuelas brutales en las carnes de cañón.

Las guerras, por supuesto, no son sucesos aislados: devienen de procesos históricos. Presiones, aprietes, provocaciones, chispazos, acorralamientos y humillaciones a granel. De fondo, la angurria económica del poder. Y superpuesta, a veces, la figura de algún fundamentalista que agita una verdad absoluta, excluyente, con iracundas definiciones ideológicas, religiosas, o… de superioridad estética. Lo que hace pensar en Milei, su impronta. Sobre una sociedad ya machacada, en poco más de dos meses ha producido una debacle en la que, galopantes, confluyen devaluación, inflación, caída del salario, aumento de la indigencia y la pobreza, que alcanza ya al 57 por ciento de la población. Campea, en su oratoria, un nivel de violencia inaudito: “nido de ratas”, acaba de decir en referencia al Congreso. “Zurdos de mierda”, “comunistas de mierda”, se despacha cada tanto. Abomina de los derechos humanos y toda problemática de género, secó las ayudas a los comedores populares y descalifica toda forma de colectivismo, de construcción “social”. Le ha quitado recursos vitales a la educación, la salud, las jubilaciones, la ciencia y la cultura. Y ha dispuesto una represión alevosa contra cualquier forma de protesta, con decenas de manifestantes, periodistas y fotógrafos gaseados y baleados. Hasta ahora las balas son de goma, pero la ministra Bullrich ya autorizó a policía y gendarmería para que porten proyectiles de plomo.

Milei milita en la internacional de extrema derecha y se alinea con el eje Estados Unidos – Israel, que juegan sus guerras. Hizo su primera visita de Estado a Israel y allí prometió trasladar la embajada argentina a Jerusalén, una provocación que sintoniza con la declaración de beneplácito por la devastación de Gaza, que ya carga 30.000 palestinos muertos. Su alineamiento recuerda las relaciones carnales que en los ’90 festejaba su admirado Menem, que mandó dos naves a combatir en la Guerra del Golfo y luego, de vuelto, recibió los atentados terroristas de la Embajada de Israel y de la AMIA.

Estaba en Israel cuando supo que su descabellada Ley Ómnibus se estrolaba en el Congreso; enseguida subió a Twitter unos versículos en hebreo del Libro del Éxodo, en los que Moisés se enfurece porque, en su ausencia, el pueblo que conducía había renegado de Dios para adorar un becerro de oro. Traidores: a ver quién está conmigo y quién contra mí. Evitó postear cómo sigue ese tramo de la Biblia: Moisés ordena pasar a cuchillo a los disidentes, y así se carga a unos tres mil. Tiene esas facetas: además de león y de rey, Milei ha dicho que se autopercibe junto a su hermana como reencarnaciones de Moisés y Aarón, también hermanos. La frecuente apelación de Milei a “las fuerzas del cielo” proviene de otro libro del Viejo Testamento, el de los Macabeos, que se caracterizan por guerrear por la tierra santa.

En Sin novedad en el frente el soldado Bäumer y un camarada se mandan a una granja: los corren los perros y los escopetazos, pero consiguen llevarse un ganso. Esa comida es quizás el tramo más luminoso de la película. Subyace la desesperación: salió bien, puede salir mal. No hace falta mucho para asociarlo con los soldados estaqueados en Malvinas por echar mano a un cordero. Acá nomás, el jubilado de 80 años que hace unos días se chafó una manteca de un mercado sanjuanino. Todavía más cerca, la pibita de doce años que hurtó fibras y lápices de una librería en La Pampa, para poder llevarlas al colegio. Cada día más personas revuelven la basura en busca de comida. Lo que viene es todavía más duro, dice Milei. Habla de libertad, pero lo que trae es desesperación.