“… la locura. Lejos, pues, de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento”.

Jacques Lacan

Cual muestra del más fantástico realismo mágico, el escenario político argentino se ha visto sacudido con el resultado de las elecciones presidenciales del pasado 19 de noviembre. En las mismas resultó ungido un candidato extravagante quien, entre sus muchas y disparatadas declaraciones, figura aquella según la cual la justicia social es una aberración. De esta forma el neoliberalismo ha retornado a la cima del poder político criollo de la mano de un discurso que hace de la libertad una rehén de la fantasía narcisista por excelencia: el individuo. Ilusión que el delirio privado del alienado ilustra a cielo abierto. A manera de metáfora proponemos entonces considerar la hipótesis de un desencadenamiento social en este resultado electoral que habilita eliminar derechos ciudadanos para así consagrar al Individuo como el nec plus ultra de la democracia. Ahora bien, si es cierto que un desencadenamiento jamás está escindido del legado social que lo produce, se hace interesante rastrear entre los textos fundantes de la institucionalidad argentina las huellas significantes que hoy asoman su mórbida mueca en el actual derrape que afronta la sociedad de nuestro país.

Juan Bautista Alberdi revista como una de las fuentes ideológicas de Javier Milei. En los últimos años de su vida este jurista liberal argentino adoptó posiciones teóricas extremas. Entre ellas, considerar que la Revolución Francesa no hizo más que repetir la omnipresencia del estado propio de las antiguas sociedades grecolatinas en detrimento de la libertad individual. Así es que el contenido de su texto “La omnipotencia del estado es la negación de la libertad individual” [1880] transmite la falsa y tramposa alternativa entre público y privado que hoy agita nuestro libertario amante de los canes. Una confrontación de monismos excluyentes como los que Gabriel Tarde y Emile Durkheim sostuvieron en las postrimerías del siglo XIX: esa polémica que aún continúa cada vez que un episodio extraordinario nos arranca del ritmo cansino de nuestro cotidiano quehacer: ¿es el individuo o es la sociedad?

Es bueno recordar que hace tiempo ya el psicoanálisis formuló una instancia superadora. En Psicología de las masas –texto que no por casualidad aborda el tema de la identificación- Freud se encargó de señalar que no hay individualidad posible sin el socio que la sostenga, habida cuenta de que un lapsus, un olvido o un síntoma dan cuenta de la relación con un Otro determinante, el cual no se limita de ninguna manera al adulto de los primeros cuidados, sino que refiere también –por vía de lo simbólico– al entorno social. Dice: “En la vida anímica del individuo, el otro cuenta con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”. Así, por habitar en un pliegue de lo público, la intimidad del sujeto (a diferenciar del coto privado del individuo) permite que un enunciado no se transforme en la certeza propia de un orden paranoico, instancia del odio si las hay. Lo cierto es que hoy tenemos un presidente que gusta dirigirse a los “argentinos de bien” para así excluir a los que no piensan como él. Un país …privado.

Sin Patria no hay nombre que se sostenga

Desde esta perspectiva la opción Milei no hace más que actualizar una confrontación carente de tramitación entre las libertades individuales y el dominio del estado sobre los ciudadanos. Una polémica que, para decirlo de una vez, Alberdi llevó a la dimensión del delirio al afirmar que “la libertad del individuo (…) es la libertad patriótica por excelencia”. Perspectiva que anula toda posibilidad de existencia en comunidad. De hecho, se habla del resentimiento y la melancolía presente en esta tardía etapa del jurista argentino que con sus Bases había dado forma al ingreso de nuestro país en el orden capitalista.

La reciente y traumática historia de nuestro país así lo atestigua. Con probabilidad pocos ejemplos ilustran la constitución del sujeto a partir del Otro como la lucha de los familiares de los niños a los que les fue arrebatada su identidad durante el terrorismo de estado: deuda simbólica si las hay. El nombre, que es un significante, representa a un sujeto para otro significante –que en este caso es la comunidad hablante toda. Por eso cada bebé robado es un lugar menos en el ser social que nos habita como seres hablantes. En este punto se hace interesante recordar que, bajo el seudónimo de Figarillo, Alberdi hablaba con desprecio de las “verdades guachas” al referirse a los saberes sin autoría. Lo cierto es que basta recordar que –tal como afirma Michel Foucault- “el autor no es exactamente ni el propietario ni el responsable de sus textos; no es ni el productor ni el inventor” para, al menos, poner en tela de juicio la cuestión de la propiedad privada cuando del orden simbólico se trata. De esta forma “El 'guacho' y la ´patria sin hijos´ son la quintaesencia (…) del pensamiento liberal y, ahora, libertario. ¿Por qué? Porque el pensamiento liberal que eleva las banderas de la libertad (es decir, el sujeto libertario) subsume la dependencia a alguien o a algo en pos de evitar la idea de la sujeción a la patria”. Es decir, el rechazo a la deuda simbólica. De allí que de manera tan siniestra como inevitable la delirante libertad que propone Milei se acompañe del negacionismo y la reivindicación de la dictadura. Desde este ángulo, el desencadenamiento neoliberal argentino traduce un dispositivo (una motosierra) implementado para eliminar, en la enunciación del sujeto, todo atisbo que revele el lazo simbólico que nos constituye como seres hablantes: ese mismo lugar que nos hace decir la Patria es el Otro.

Para terminar: si bien Alberdi no mostraba la extravagancia de nuestro actual presidente electo y su profusa producción escrita jamás fue denunciada por plagio tal como sucede con los libros de nuestro mandatario libertario, se hace interesante destacar la posición común que estos dos personajes guardan respecto al lugar simbólico del Padre. El jurista que solo contempla individuos fue huérfano temprano de su madre y -tutelado por su hermano mayor Felipe- recibió la crianza de su hermana Tránsito. Ya pronto a morir, le negó la herencia su hijo. Por su parte Milei –que despectivamente trata de “progenitores” a sus padres-, deposita toda su confianza en su hermana Karina (a quien llama “El Jefe”), al tiempo que considera a sus perros como sus hijos. ¿Quién podría asombrarse entonces de la ausencia de la palabra Patria en el discurso de este mandatario electo que trazó su campaña en base a injurias, amenazas y el recurso de transformar en Enemigo a quien piensa distinto? Cualquiera sea la respuesta, huelga recordar que Javier Milei fue elegido por sujetos libres en elecciones libres, realizadas con absoluta libertad, tal como corresponde a una democracia. Liberal.

Salud.

*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Algunos párrafos de este texto figuran incluidos en el recientemente publicado libro “Viva la libertad, carajo. Alberdi revisitado”, texto de escritura compartida por Nathalie Goldwaser Yankelevich; Diego Fiscarelli; Clara Schor Landman; Daniel Caputo; Sergio Zabalza y editado por Milena Caserola.