Perdimos. La sociedad, en su colectividad, en la sumatoria de sus singularidades, votó esto. Y votó por esto:

Votó por el cierre de los comedores, por el fin de los medios públicos, por el desfinanciamiento de la educación y la salud. Por el fin del aguinaldo, la indemnización y las vacaciones pagas para quienes pudieran tenerlas. Por la venta de las tierras, las aguas y los minerales a quienes fueran más amigos del rematador. Por el fin de la clase media. Porque al vecino le vaya mal (aunque para el vecino, el vecino sea uno). Porque el tuit reemplace a la investigación periodística. Por el narcisismo hecho carne. Por un gabinete de canes clonados.

Votaron esto. Y que nadie diga “no lo sabía”. Hubieras preguntado. Y si no te gustaba lo que había, hubieras votado otra cosa. O a nadie.

Creo que hay que entenderlo, hacer el duelo por lo que perdimos.

Cuando digo “perdimos”, no me refiero al peronismo, o al populismo. Me refiero a la idea de que había algunas cosas que estaban mal y eran inaceptables para todos (negarles la comida a los comedores de las escuelas, los remedios a los jubilados, la protección social a quien la necesitase); la idea de que es “entre todos” como se crece. No digo que eso “no exista más”, sí digo que “ya no es la idea predominante”.

Mi estado de ánimo va cambiando. Hay momentos de dolor, pero hay otros de angustia, otros de tenue desazón, otros de una melancólica tristeza. A la larga, pasan, reemplazados por una furia asténica y un desasosiego consuetudinario que dan lugar al enojo amnésico que no impide que me concentre en el pesimismo esperanzador que, luego de reinar en mi neurona, da espacio y tiempo a cierta sonrisa cínica que remite a una especie de lenta pero certera catarata de insultos dirigidos a todes y cada une de quienes creo que hicieron posible esto. Como insultar a tanta gente lleva mucho tiempo y energía, al instante dejo de hacerlo, y me invade el desprecio por quienes “intentan ver el vaso lleno”, cuando en verdad el vaso se rompió y solo quedan pedacitos de vidrio cortante e invisible.

Entonces me digo que no era para tanto, y me respondo: “Era para tantos, pero, por tontos, ahora es para muy pocos”. A veces me llega el optimismo ajeno, pero por suerte le pego un shot con los tapones de punta. Escucho a Charly y Nito interpretar Para quién canto yo entonces, y recuerdo que ese tema era de 1975 y ahí es cuando la orfandad política hace lo suyo. Pero no dura mucho: es derrocada por la vulnerabilidad, en triunvirato con la precariedad y la debilidad.

Intento salir del laberinto hablando con seres queridos, a quienes termino consolando por la pérdida de sus trabajos, de sus casas, de sus ahorros, de sus prepagas, de sus derechos, de sus proyectos, de sus sueños…; pérdidas reales, concretas.

Salgo.

En el supermercado, una señora quiere pagar con tarjeta de crédito, y el verdulero la mira como si fuera del siglo pasado. Otra compra un kilo de pesceto, y el carnicero le ofrece, por unos pesos más, seguro contra robo. Ella le pregunta si el “robo” incluye el precio, pero eso no lo cubre ninguna empresa. Un señor de anteojos compra una lata de palmitos y se le acercan periodistas de tres medios, no para hacerle una nota, sino para ver si los convida. Un muchacho le muestra al frutero el efectivo que tiene, y recibe a cambio “dos cerezas” (una es de yapa, le dice el vendedor). Una señora pregunta por un medicamento, y le explican que allí no puede comprarlo, que debe ir a la farmacia. “En la farmacia tampoco pude comprarlo, está carísimo”. Otro pregunta si tienen “champú anticasta”.

Entonces un hombre mal vestido, de unos 50 años, dice: “Esto es terrible, pero era necesario”, y recibe como premio un chorro de soda en la cara. Otra señora dice: “En junio vamos a estar mejor”, y recibe su chorro de soda. Otro dice: “Lo voté porque así no podía seguir", y… ¡sí, chorro de soda!

Quiero decir que el de los chorros de soda no fui yo, pero me hubiera gustado serlo. De hecho, quise comprar un sifón, siempre que se pudiera abonar en tres cuotas sin recargo. No fue posible.

Estuve pensando qué me diría el Licenciado A. sobre esa escena y mi propio deseo reprimido. Supongo que se reiría o me diría algo sobre las maneras que tiene la libido de compensar los malos tragos. Okey. Pero si solamente llegase a mencionar la palabra “culpa”..., ¡pshhhhhhhhhhhh...! ¡Chorro de soda!

Sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Argentinos más o menos”: