"Se hace con responsabilidad", dice el bandoneonista Mariano Dugatkin. "Con la disciplina bien entendida, como en la película El sacrificio, de Tartovsky, donde si uno ama algo tiene que cuidarlo. Si vos querés que el arbolito crezca, todos los días lo tenés que regar y tenés que amar el proceso. Entonces, si te gusta Piazzolla y sabés que es difícil, ¡estudialo! Técnicamente tenés que estar a la altura de poder tocarlo y tener paciencia y disfrutar del proceso".

Dugatkin sabe de lo que habla. Lleva años entregado al amoroso proceso de revisitar la obra del marplatense con su quinteto Tinto Tango. Recientemente lanzaron su segundo disco, Alma. El primero llegó con el centenario de Piazzolla, en tiempos pandémicos, y les valió un Grammy latino. Para este nuevo disco –ya disponible en plataformas- trabajaron con el productor Rafa Sardina, colaborador de figuras como Lady Gaga, Celine Dion, Stevie Wonder o Eric Clapton.

-Incorporar la batería le quita la presión percutiva al piano. Como músicos, ¿a ustedes les da otra libertad? ¿Les quita un deber ser?

-En cierta forma, hacerle espacio a alguien implica en algún momento reducir o callarse un poco. En este caso, el instrumento rítmico-armónico que es el piano se ve potenciado con la batería. Nosotros consideramos que esta era una sonoridad menos árida que la que en su momento propuso Ástor. Que al día de hoy a mí me encanta, pero por momentos me resulta un poco árida. Con esto de alguna manera lo suavizamos y eso permite que el que está sentado en la butaca esté pasándola bien. De todas manera, la batería no toca en todos los temas; sí en este disco casi todos los temas, pero hay otros que no. Hay momentos en los que hay espacio para que juguemos todos y otros en los que no.

-¿Por qué seguir haciendo Piazzolla tantos años después de Piazzolla?

-Algo que me gusta mucho pensar es que lo bueno y lo malo solamente lo dictamina el tiempo. Si seguimos escuchando a los Beatles es porque algo bien habrán hecho. Si se mantienen vigentes es porque es el tamiz del tiempo lo que de alguna manera dictamina que está bueno y que no. El Pipi (Piazzolla, nieto de Ástor) decía que hoy Piazzolla es uno de los compositores más interpretados en todo el mundo. Piazzolla tiene algo que nos deja a todos con la panza llena. Un tipo en que la música clásica está totalmente presente. Que también tiene un discurso muy cercano al jazz en el libre juego de los solos, mete armonizaciones con tensiones con séptimas, novenas y más, un juego muy cercano a Stravinsky, a un neoclasicismo que juega de un 3/4 a un 6/8 para volver después y de golpe te mete otra cosa. Entonces hay un una cantidad de recursos que el que se acerca desde la música clásica está contento, el que se acerca desde el jazz está contento. Está dentro del tango, entonces tiene particularmente a los porteños y toca la fibra, está el fuelle. El tiempo va demostrando que fue un tremendo compositor, de lápiz fino, con una riqueza increíble una música muy profunda una música con gestos muy románticos. Las canciones tienen una poesía espectacular de Eladia Blázquez, de Ferrer, de Pino Solanas en “Vuelo al sur”, que nosotros grabamos. Entonces es un tipo muy conectado en muchos aspectos y que a todos nos deja con las panzas llenas.

-¿Qué los distingue de otros grupos piazzolleanos?

-Creo que la batería, que es distinta a las otras propuestas que hay de los dos grupos grandes de acá. Que los admiro a los dos y son capísimos, pero nosotros vamos con la batería y con una propuesta en la que abrimos espacios para improvisar. Nos pasa muy seguido con “Verano porteño” que dura mas o menos seis minutos cuando lo hacemos en vivo, porque se abre una ventana y hacemos un espacio de improvisación, de charla entre los distintos instrumentos.

Para Dugatkin, el amor por la obra de Piazzolla le viene de lejos, de tempranos viajes en auto con su padre, cuando en el pasacassette del coche sonaba el marplatense. Su viejo era cantor de tango –aunque luego se decantó por la escultura- y toda su familia eran músicos. “En la mesa en casa no se hablaba de fútbol, se hablaba de música”, recuerda el bandoneonista. Y desde chico él también se formó en ese camino, aunque empezó con el piano. El volantazo lo pegó cuando se encontró a Camilo Ferrero (primer fueye y fundador de la Orquesta El Arranque) haciendo un reemplazo. “Todavía no existía El Arranque, éramos muy pibes, y el vino y la rompió. Ahí el bandoneón me conquistó, sentí que tenía una conexión en el alma con el fueye”, rememora.

Poco después, un sábado, su padre lo despertó porque había visto que alguien vendía su bandoneón. Era mediados de los ’90 y lo consiguieron por 200 pesos (dólares) del momento. Menos de la décima parte de lo que saldría hoy. Ese mismo amor se sostiene con el tiempo y llega a Tinto Tango, aún en la lejana Los Angeles, donde vive Dugatkin. “Cuando tocas con gente que vibra lo que hace pasa algo mágico, si a todos se nos pone la piel de gallina, nos volvemos locos. Acá no hay pecho frío, acá todos nos prendemos fuego”.