Del apocalipsis al paraíso. Simplificando un poco las cosas, ese podría ser el tránsito de Parabellum a Los decentes, la primera y segunda película, respectivamente, del realizador austriaco-argentino Lukas Valenta Rinner. Por razones de diverso tenor, en los dos relatos un personaje ingresa conscientemente en universos hasta ese momento desconocidos, no tanto vedados como invisibles, al menos hasta que el primer atisbo de su existencia los hace definitivamente manifiestos. En ambas películas, además, el funcionamiento de grupos cerrados —un campo de entrenamiento para la supervivencia humana en la primera, un country y un club nudista “con sorpresas” en la segunda— ilumina saberes y talentos ocultos, permitiendo asimismo el descubrimiento de potencialidades desconocidas. Allí se acaban las posibles similitudes temáticas: en Los decentes no hay atisbos de convulsiones sociales locales o globales sino, muy por el contrario, la descripción del statu quo de un ecosistema integrado por varios microcosmos colindantes que nunca llegan a relacionarse entre sí. Al menos hasta que la protagonista comienza a hacer probable lo insospechado: mezclar el agua y el aceite y lograr un novedoso componente de cualidades explosivas. “Cuando presenté el proyecto sentí un poco de temor, pero luego me alivié, porque se notaba que tenían intenciones de apoyar ideas que empujaran un poco los límites de la censura”. Valenta Rinner responde a las preguntas desde Estambul, una de las paradas de un periplo europeo que lo tuvo presente, durante las últimas semanas, en Polonia, Alemania y Austria, donde nació hace 32 años. Su película es una coproducción entre este último país, Argentina (donde vive desde hace muchos años) y Corea del Sur y fue precisamente en este último territorio asiático donde se puso en marcha el impulsor económico esencial de lo que luego se transformaría en Los decentes. El Festival de Jeonju viene apoyando la coproducción internacional de films desde hace bastante tiempo, pero ese miedo mencionado por el director está relacionado con la constante exhibición de cuerpos desnudos en la película, combustible esencial tanto de su fondo como de su forma. “Hay algo de la relación con el desnudo en Corea que hace que, por un lado, sean mucho más distantes, pero por el otro exista siempre algo de curiosidad. En las películas coreanas eso se ve mucho. Por suerte allí se estrenó sin cortes ni censura de ningún tipo”.

La película también se estrenó en varios países europeos y ahora, a casi un año de su paso por el Festival de Mar del Plata, se exhibirá comercialmente en la Argentina, donde fue filmada en su totalidad y en idioma español (coproducción internacional pero finalmente independiente, no hubo ninguna imposición de que participaran actores o actrices austriacos y/o coreanos, como suele ocurrir en proyectos de mayor envergadura). Hay algo de lógica poética en ese internacionalismo de origen: el mismo Rinner nació y se crió en Salzburgo, organizando una mudanza a Barcelona con apenas dieciocho años, donde realizó un curso básico de dirección de cine. Mientras vivía en España, un fotógrafo que había estudiado en la Universidad del Cine porteña le recomendó que viajara a Buenos Aires para seguir la carrera. Y eso mismo ocurrió, junto con un amigo y colega, Román Kaserroller, quien años después terminaría siendo el director de fotografía de sus dos películas. En un español de perfecta sintaxis y ligero acento germánico, Rinner detalla que “en la FUC se creó un vínculo muy interesante con algunos compañeros, que ahora trabajan en la productora”. El realizador firmó el guion de Los decentes junto a otras tres personas, confirmación de una forma de trabajo que incluye la circulación colectiva de ideas. En el origen, sin embargo, el mundo cinematográfico aún por erigirse era apenas un afiche en la calle. “Me gusta pensar en proyectos extraños o que te lleven hacia otros lados, que te descoloquen un poco o te corran de la realidad. Hace muchos años, en una plaza de Palermo, vi un cartel enorme, un anuncio con una parejita semi desnuda que decía ‘Palos Verdes, paraíso nudista swinger’. Conozco algo del nudismo en Austria, donde está bastante diseminado, pero esa mezcla de nudismo y cultura swinger era algo que nunca había escuchado. En la página de Internet de Palos Verdes había fotografías de parejas y también de los espacios arquitectónicos, que me parecieron interesantes y fueron un impulso para el proyecto a nivel visual. Fui a conocer el lugar en invierno, mientras no funcionaba, y de inmediato me di cuenta de que había un barrio privado lindero. Allí nos comenzaron a contar historias de la lucha de los vecinos —que era algo cotidiano, casi como una lucha de ideologías—, y comencé a pensar que ese podía ser un posible motor inicial para una película: quebrar un poco el estereotipo de dos clases enfrentadas, los pobres de un lado y los ricos del otro, darle una vuelta de tuerca y buscar un choque más ideológico entre esos dos mundos”.

Belén en el país de las maravillas

La excusa para ese choque con insospechadas consecuencias es Belén, una “chica que limpia” interpretada con preciso equilibrio gestual por la actriz Iride Mockert, en su primer papel protagónico en la pantalla. La primera escena de Los decentes —un extenso plano secuencia que grafica a la perfección la fascinación de Valenta Rinner por los planos frontales y simétricos— registra la monotonía de una serie de entrevistas de trabajo a posibles empleadas domésticas. Los “¿Tenés domicilio fijo en Capital?”, los “¿Tenés hijos?” y los “¿Podés trabajar cama adentro?” terminan inevitablemente en un “Dejá la puerta abierta”, seguidos por el único momento de vacío y silencio en el desfile constante de mujeres. Belén, de 32 años, con domicilio fijo en Capital también deja la puerta abierta y consigue un empleo en una típica casa de country bonaerense, habitada por una mujer de unos sesenta años (Andrea Strenitz) y su hijo veinteañero, un tenista semi profesional interpretado por el realizador y eventual actor Martin Shanly, a su vez uno de los coguionistas del film. Luego de la llegada y los primeros pasos para aclimatarse al nuevo hábitat, las rutinas comienzan a apoderarse de las horas: las tazas van siempre encima de su platito correspondiente, el piso de losa del living-comedor se limpia sólo con un producto especial, las compras pueden hacerse en el mercadito dentro del complejo. Pero ya durante los primeros días de trabajo Belén descubre, del otro lado de la ligustrina, un mundo diferente a ese orden cotidiano, espiando con algo de vergüenza primero, con curiosidad después y, finalmente, con inextinguible interés. ¿Quiénes son esos hombres y mujeres de diferentes edades y contexturas físicas que, del otro lado, se pasean completamente desnudos, indiferentes al rigor de las etiquetas del pudor y las buenas costumbres de la gente decente? “Creo que el componente surrealista de la película está dado de entrada, por el hecho de que Belén es una especie de Alicia pasando del otro lado del espejo. Ese pasaje de ella, cuando se abre el portón y todo se convierte en posibilidad. A partir de ese momento, hay escenas más desconectadas o narradas de manera libre y la idea de una narración fuerte regresa recién durante las últimas escenas, cuando el tono se vuelve más enrarecido y, de alguna manera, se va todo al carajo”.

Antes de irse todo al carajo (¡y vaya que lo hace!) Los decentes narra pacientemente el origen de un despertar, el nacimiento de una confrontación donde antes había equilibrio, excepción hecha de las quejas constantes de algunos habitantes del country ante los molestos vecinos. A medida que avanza, la película va dejando atrás la típicamente tirante relación entre patrones y empleados, entre la mujer de la limpieza y la dueña de casa, para ingresar en territorios mucho menos transitados. “Hay una cita muy linda del realizador Harun Farocki que habla de la posibilidad de hacer cine político de otra manera, de que no es posible mostrar siempre el dolor puro y que es necesario encontrar una vuelta de tuerca para hablar de ciertos temas, de encontrar una discusión política distinta”, continúa Rinner. “El humor estuvo presente siempre, planteado desde la escritura. Pero no sabíamos del todo qué grado de humor iba a tener finalmente la película. Es un humor algo distante que depende en cierta medida de la lectura que haga el espectador. No queríamos hacer algo demasiado obvio, aunque es cierto que juega con algunos clichés que, en la Argentina en especial, se entienden mucho. En otros países quizás esos estereotipos se desdibujen un poco. La dinámica entre Belén, la madre y el hijo nos fue dando pautas para ese humor, para encontrar escenas que nos divertían mucho. El choque que se logró en el montaje también ayudó a crear ese cruce entre momentos más lúdicos y otros más secos”. El viaje de Belén incluye una apertura de los sentidos, un descubrimiento del deseo, que es erótico y sexual pero también filosófico. Un viaje de descubrimiento. “Y de encontrarse a uno mismo, de entenderse, abrirse y convertirse en otro”.

Cuerpos fuera de norma

“Jardincito erótico”, reza un cartelito clavado en la tierra. Dentro del jardincito, sentados en ronda, Belén y algunos de sus nuevos compañeros recitan poesías recién escritas, rimas que hablan de plantas en flor y cavidades que se engrosan. Dice Rinner que el rodaje fue muy apacible, sin demasiadas complicaciones. “Tratamos de respetar bastante las actividades reales que tenían lugar allí y hablamos mucho con la gente para partir de algo cercano a lo documental. Pero luego fuimos agregando detalles y situaciones que sentíamos que podían ser buenas escenas, como la clase de poesía, lo cual también permitió armar escenas con los actores y no actores, pedirles que ellos mismos escribieran algunos versos para recitar. Quebrar un poco el rol del director, también”. ¿Quiénes son esas personas en la vida real? ¿Nudistas, swingers, eso y algo más, nada de eso? “La única obligación que teníamos era traer a nuestra propia gente para el rodaje, porque mientras filmábamos el lugar seguía funcionando normalmente. Hallamos en el casting a actores y actrices que venían del teatro y artes vecinas, como una modelo que trabaja posando para pintores o una bailarina. Gente que tiene una relación especial con su cuerpo. Lo simpático fue que, durante el segundo día de filmación en el club, hubo gente que se acercaba y nos preguntaba si íbamos a filmar una película porno y si podían participar. Obviamente, ese no era el caso, aunque finalmente algunos de ellos se incorporaron en ciertas escenas. El casting creció un poco de esa manera”. En cuanto a Iride Mockert, cuyo punto de vista como Belén la película no abandona en ningún momento, Rinner afirma que “a pesar de que se presentaron muchas actrices, fue claro rápidamente que ella era la adecuada. Iride viene de un teatro muy físico y en el casting hicimos la escena de apertura y otra que transcurre bastante después; ella ya tenía muy en claro esa idea de transformación del personaje, de algo cerrado a otra cosa más abierta. Esa intuición casi física la comenzamos a trabajar en los ensayos, lo que nos permitió conocernos el uno al otro y convencerla, de alguna manera, en el sentido de tener confianza. Es algo importante eso: la confianza que todo el reparto tuvo que depositar en nosotros al exponer su cuerpo de esa manera”.

Lo que sigue luego de que la escisión de Belén en dos seres muy distintos (aquel que trabaja cama adentro y aquel otro que vive en total desnudez a algunos metros de distancia) ya no es posible ni conveniente, no vale la pena revelarlo. Pero es explosivo y violento. E inesperado. Un cierre sin epílogo ni coda que adquiere un aire a revolución narrativa. “El final fue una de las discusiones más fuertes con el equipo de escritura: cómo terminar la historia. Sentíamos que era algo muy lindo y cinematográfico que esos cuerpos —que no se acomodan fácilmente a cómo están representados los cuerpos en nuestra sociedad— invadieran esos espacios típicamente capitalistas y contemporáneos y los tomaran por la fuerza. Nos parecía un bello choque poético el poder ver esos cuerpos no perfectos corriendo en un campo de golf. En todos los festivales donde se ha presentado la película el final genera una cierta chispa, una liberación de cierta presión que, de alguna manera, se mantiene en estado de contención durante el resto de la proyección. Ojalá eso empuje al espectador a hacerse algunas preguntas. Salir discutiendo del cine es algo que me parece muy vital”.