Las enfermeras están demasiado solas en Honrar la vida, una clínica para pacientes terminales que se parece demasiado a un lugar olvidado donde ellas realizan tareas para prolongar la subsistencia de un grupo de ancianos a los que su familia ya no visita. En esa desolación imaginan que están vigiladas por unas cámaras que, en realidad no funcionan, y traman, desde un uso precario del secreto, pequeños robos de medicamentos y algunas trampas para sacar cierta ventaja frente a un sistema que, todavía imaginan que las controla y sospechan desesperadas (pero con la excitación que la escena implica) que llegará a juzgarlas y a exigirles que rindan cuentas de sus actos.

Ludmila (Noelia Prieto) y Silvia (Valeria Giorcelli) intentan asignarle un sentido a esas rutinas de subsistencia, tanto para los pacientes como para ellas que afrontan las complicaciones de un trabajo precarizado. Siguen por la computadora las proezas de Gloria (Karina Elsztein), su jefa que está encarando una lucha sindical en las calles. La paciencia se define como una obra sindical, especialmente porque está atravesada por solidaridades equívocas.

Lo que hacen Ludmila y Silvia es tratar de traficar sentidos y motivaciones con los pequeños elementos que tienen a su alcance. Buscan la manera de irse de vacaciones, de pedir licencias y también de compensar a lxs pacientes más allá de la cuenta. Ludmila, además investiga a la familia de las personas abandonadas en esos cuartos que vemos en fila detrás de una cortina en la escenografía de Duilio Della Pittima. El realismo costumbrista deviene en realismo social y en una pregunta por esos mecanismos que sostienen el dispositivo médico.

Es importante destacar aquí que las tres actrices realizaron un trabajo de observación del comportamiento de las enfermeras que les permite encarar un tipo de actuación casi mimético. Hay verdad en su modo de manipular las jeringas, desplazarse en el espacio y de implementar su oficio. Este dato no queda en un lugar ilustrativo sino que permite instalar el verosímil pero además hace posible el desarrollo narrativo, le da cierto rigor al desempeño actoral, imprescindible para sostener la situación.

Las actrices de La paciencia observaron el trabajo de enfermeras reales para darle verosimilitud al relato. 

En ese lugar perimido el poder está ausente. No solo por esas cámaras que no funcionan como el resabio de una puesta en escena médica que revela la mentira de esa estructura. Los médicos nunca aparecen, confiados que esos cuidados que las tres enfermeras se esfuerzan por sostener sobre esos seres agónicos serán efectivos hasta que la muerte por fin llegue. Es en ese abandono donde las tres enfermeras descubren, un poco inconscientemente, a partir de una sucesión de errores fatídicos, que pueden disponer sobre la vida de sus pacientes

En este universo creado por Macarena García Lenzi desde la dirección y la dramaturgia las tres mujeres luchan no solo por una mejor laboral sino por encontrarle un sentido a sus tareas y a sus vidas. Gloria construye un vínculo con los pacientes de un apego extremo. Ludmila no sólo espía la vida de lxs hijxs de las personas internadas sino que arma perfiles falsos en las redes sociales para interactuar con ellos y Silvia podría ser la más adaptada pero algunos detalles funcionan como pequeñas evasiones. Un trabajo que las absorbe completamente, que les impide tener una vida consigue en esta obra ser el impulso para una serie de acciones definitivas ¿Por donde pasa la rebelión? Podría ser la pregunta de esta obra, por luchar en las calles como hace Gloria por o por desarticular los mecanismos de un sistema que muestra completa indiferencia.

La paciencia se presenta los sábados a las 20:30 en El Camarín de las Musas