Haití vive momentos dramáticos. Las noticias que llegan a la prensa internacional son todo caos, sangre y drama: cuerpos en bolsas o carbonizados tirados por las calles de Puerto Príncipe, ataques coordinados entre las bandas armadas contra instituciones públicas, fuga masiva de presos de cárceles de máxima seguridad… A esto se suma la renuncia del primer ministro, Ariel Henry, y el anuncio de una nueva intervención militar, orquestada por la comunidad internacional y encabezada por Kenia.

De acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ya son 362 mil los haitianos y haitianas desplazadas por la violencia. Haití es una de las naciones más pobres de América y del mundo: el 60% de la población está bajo la línea de pobreza. Es un país muy vulnerable a desastres naturales (terremotos, huracanes, deslizamientos de tierras) y en los últimos años sufrió la propagación de enfermedades erradicadas en otros países del mundo, como el último brote de cólera.

“No se puede entender la situación que vive Haití sin pensar su proceso histórico y sin tener en cuenta la degradación del sistema que impuso la llamada comunidad internacional”, explica Jackson Jean, haitiano y activista por los derechos de las personas afrodescendientes, que vive en Argentina desde 2016 y trabaja tendiendo redes entre los migrantes haitianos. Jean advierte que ninguna solución será posible si no proviene de entre los haitianos; o como mínimo, si no se incluye a ninguna de las voces de Haití en las mesas donde se toman las decisiones.

El quiebre

Jean hace un brevísimo resumen de la historia reciente de Haití. Se remonta a 1986 cuando el pueblo se levantó contra el dictador Jean Claude Duvalier, quien continuó el sangriento régimen impuesto por su padre en 1957. En 1991 es electo democráticamente el presidente Jean-Bertrand Aristide con quien llega al poder un gobierno popular y con “tendencia de izquierda”, aclara. A partir de ahí comienza un período de sucesivos golpes de Estado por parte de los militares, que incluyeron detenciones, torturas, ejecuciones extrajudiciales y la expansión de las bandas paramilitares. “Haití quedó encerrado dentro de una trampa: si no cumple con los intereses de las potencias de la región, el pueblo sufre las consecuencias de las maniobras desestabilizadoras”, sintetiza Jean.

La última gran fractura, explica, se ubica en 2011 con la llegada a la presidencia de Michele Martelly. “El resultado de esa elección lo dió la embajada de Estados Unidos. El Colegio Electoral nunca anunció quién fue el ganador porque el titular tenía miedo de hablar, estaban amenazados. A partir de este momento Haití entra en un quiebre”, agrega Jean, sobre el rol que juega Estados Unidos en la política interna del país.

Después de Martelly -que Jean describe como un gobierno “inútil porque no hizo nada por el pueblo y fomentó el crecimiento de las bandas armadas para conservar el poder”- llegó Jovenel Moïse al poder, asesinado en 2021. “Haití desarrolló una relación tóxica con las potencias de la región. Los políticos están obligados a satisfacer los intereses de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea en detrimento de los haitianos. Cualquier gobierno que quiera tener otra posición cae”, explica a modo de síntesis. 

En el medio ocurrieron el terremoto de 2010, que dejó 220.000 muertos y severos daños materiales, y el escándalo de corrupción por la desaparición del fondo de PetroCaribe (petróleo a precio subsidiado, iniciativa de Hugo Chávez para asistir a la nación caribeña).

“Las bandas armadas siguen recibiendo armas y balas pero Haití no produce balas ni armas… ¿cómo se explica? Estados Unidos reconoció que la mayoría de las armas que hay en Haití salen de su territorio, especialmente de la Florida. Estados Unidos siempre juega un doble rol de oposición y oficialismo”, agrega Jean que actualmente está en Nueva York para disertar sobre la situación de su país.

Haití hoy

“La gente está cansada de luchar, está cansada de vivir en el país. Los que se quedan lo hacen porque no tienen opción. O no conocen a nadie en el extranjero o no tienen la plata necesaria o no tienen documentos, es muy difícil conseguir documentos en Haití. Muy pocos se quedan por convicción y son los que siguen resistiendo”, explica Jean, sobre este desplazamiento masivo que ve en casi todos los jóvenes.

A los desplazamientos forzados de quienes deben abandonar sus hogares por la violencia o la pobreza, se suma este, que también de alguna manera es forzado. La sensación es que no hay otra opción que irse. Irse, dice, es “caer en el juego del imperialismo”. “Estamos obligados a preferir la seguridad en vez de la libertad”, agrega.

A la inestabilidad política, la fragilidad económica y la pobreza, se suma la violencia ejercida por las bandas armadas que se siente en la vida cotidiana con extorsiones, secuestros y enfrentamientos en las calles. En este contexto, la ayuda internacional parece la única opción viable. El problema es que esas misiones multinacionales causaron estragos entre la población. “La ocupación fue un desastre: abusos, violaciones, destrucción de bienes culturales y materiales, propagación de enfermedades”, suma Jean, que hace referencia a estas misiones como lisa y llanamente una intervención militar de las potencias, una invasión militar solapada.

También cuenta Jean que cada vez que se está por terminar una de estas misiones, casualmente, aumenta la violencia y la inseguridad y la comunidad internacional vuelve a insistir con una nueva misión. “Siempre es una excusa. Se crea el caos, con muertes indiscriminadas, para justificar en un informe que Haití necesita una intervención. Acá la gente dice que Estados Unidos invadió el país sin necesitar ningún informe”, ironiza y aclara: “Ya tuvimos 11 intervenciones militares y siempre es necesaria otra. Está claro que las intervenciones son parte del problema”.

Paz o liberación

“No hay ningún país que se solidarice verdaderamente con nuestro país. Todos apoyan la intervención sin escuchar a la sociedad civil: los problemas de los haitianos los tenemos que resolver los haitianos”, Jean explica esto y lo describe como “el racismo de la comunidad internacional”, el hecho de entender a Haití siempre como un país víctima que no puede tomar las riendas de su propio destino.

Existen dos caminos, piensa Jean, sobre el futuro cercano de su país; y para ello es necesario diferenciar el concepto de “paz” del de “liberación”. “Haití puede estar en paz si el pueblo deja de resistir y cumple con las pretensiones de Estados Unidos y se convierte en el nuevo Puerto Rico del caribe”, aclara que con “paz” se refiere a la paz política que no necesariamente significa “paz alimentaria” ni “paz económica”.

La otra opción, para Jean, no existe por vías pacíficas. “Si quisiéramos ser un país libre e independiente va a ser necesario pasar por un período de rebelión y no podría ser pacífico. Ojala que América Latina se solidarice con la lucha del pueblo haitiano”, cierra.