"Javier Milei es un traidor, un negacionista, y muchas cosas más que no digo por miedo. Que diga que admira a Margaret Thatcher, que fue la persona que apretó un botón y hundió el crucero General Belgrano matando a 323 compañeros, es algo inentendible", dice Fernando Terminiello a Buenos Aires/12. Está enojado. "Que la canciller Diana Mondino hable de 'los derechos de los isleños' en un medio inglés, demuestra no sólo que no aprendimos nada, sino que no tienen respeto hacia nosotros, los ex combatientes", agrega apenas unos días antes de un nuevo aniversario del inicio de la guerra de 1982. 

Como en la mayoría de combatientes, la herida de Terminiello no termina de cicatrizar. Cuando cierra los ojos todavía escucha las ráfagas de las ametralladoras, la explosión de los morteros y el zumbido de las bengalas. "Están en la cabeza de todos los que estuvimos allá", dice. Y pese a que cada frase la acompaña con una breve risa ligada a la incredulidad, cuenta que se pone nervioso cuando llega navidad y año nuevo y el cielo se ilumina de explosiones. Lo mismo le pasa con los helicópteros. Esa tormenta sonora que se apodera de todo el radio lo "inquieta demasiado", aunque hayan pasado cuarenta y dos años atrás.

Él nació en La Plata, el 15 de septiembre de 1962. Junto a sus dos hermanas, una mayor y otra menor, se criaron en Villa Elisa, barrio que hasta hoy lo cobija. Mientras cursaba el secundario en la Escuela Nacional de Comercio, desarrolló su adolescencia pateando la pelota en las calles de tierra o en el descampado de la esquina. Los fines de semana seguía a Estudiantes de La Plata, su pasión, a todos lados.

Cuando lo sortearon para el servicio militar, en ese momento obligatorio, no tenía ningún problema, total iba a ir a dónde le tocara en suerte. El 23 de marzo de 1981 se presentó en el Regimiento 7 de calle 7 y 51, hoy Plaza Malvinas, y la advertencia de un amigo le retumbó la inconsciencia. "Rajá de acá porque esta es la más brava", le advirtieron a Terminiello, a quien le había tocado una compañía a la que "le decían 'la voladora', porque era la más picante cuando hacían bailar a los soldados". Tres días después, el platense realizó la instrucción militar en San Miguel del Monte.

Por la cabeza le pasaba la idea de que "tenía que aguantar las injusticias y el maltrato", ya que "el baile era algo normal". "Trataba de pasar desapercibido dentro del grupo". El subteniente a cargo, por la confianza que Terminiello generó, lo ubicó como plomero del barrio militar, ya que su padre vendía repuestos y "algo de eso sabía". "Era la manera de pasarlo lo mejor posible", recuerda. Esa tarea, y el furcio de un militar que enojado pifió su apellido, le adjudicaron el apodo de "tornillo", por el cual lo llaman sus amigos hasta el día de hoy.

Malvinas

Era febrero de 1982 y su clase comenzaba a despedirse del servicio militar, llegaba el momento de "los 63", que a esa altura ya realizaban las prácticas. Como él trabajaba en el barrio militar, se quedó hasta último momento. El 2 de abril a la madrugada, un compañero que escuchaba la radio lo despertó para darle la noticia. "Recuperamos Malvinas", le dijo. Pero Terminiello sólo quería dormir. Eran las cinco de la mañana y desde las seis había que estar en formación. 

El 7 de abril, los rangos militares más elevados dieron la orden de que los nuevos soldados regresaran a sus casas. Terminiello, que además de arreglar caños realizaba diversos servicios operacionales en la cotidianidad, fue enviado en Jeep al centro platense para buscar un telegrama. "Pasábamos por calle 8 riéndonos y disfrutando, pero fuimos a buscar un telegrama que pedía la reincorporación de toda la clase 62. Ahí se me vino el mundo abajo", cuenta Terminiello. "Fue un golpe duro, yo estaba en una sección que no estaba preparada para ir a nada, había mozos y oficinistas", explica el platense, que junto a la compañía C del Regimiento 7, de la Tercera Sección, fueron informados de que irían al sur argentino. "No teníamos la precisión de nada, sólo nos llevaban al sur y después se vería".

La falta de información

"Ninguno de nosotros sabía nada" es una frase que se repite en el relato de los soldados que fueron enviados a las islas en abril del 82. Terminiello cuenta que viajaron en un boeing 707 desde la base aérea de El Palomar hasta Río Gallegos sin saber dónde irían. Como muchos, ni siquiera pudo avisarle a su familia que iba a Río Gallegos. No tenían teléfono de línea porque vivían fuera de zona para Entel, que tenía el último poste en la esquina. El domingo anterior recibió la visita de sus familiares en el regimiento, y a partir de ahí no los vio más. Un amigo y compañero alcanzó a avisarle a su novia, que replicó el mensaje. Al otro día, desde Río Gallegos, partió un boeing 737 directo a las islas.

El 15 de abril, a las seis de la tarde, Fernando Terminiello pisó Malvinas. Él recuerda: "Cuando llegamos, como todo nene de 19 años, estábamos en una especie de aventura. No teníamos ni idea, porque no tuvimos información". Según dice, a él "le cayó la ficha" el 26 de abril, cuando junto a otros siete soldados, fue convocado para hablar con el jefe del regimiento. "Jodíamos a los otros compañeros porque íbamos en helicóptero, pensado que íbamos a comer y a dormir bien, pero llegamos y un teniente de la primera sección dijo que nuestros nombres iban a quedar grabados en los libros de historia. ¿Pero la historia de quién se acuerda? De los muertos", rememora. 

La misión encomendada era situarse en San Carlos, al noroeste de la isla Soledad, para "avisar si venían los ingleses". Enfrentados al Monte Longdon con 1.500 metros de distancia y frente al río Murray, debían vigilar que las tropas británicas no ingresaran por el río. 

Junto a un compañero debían permanecer atentos a los movimientos enemigos durante 48 horas. Pero el relevo llegó recién a los cuatro dias y los víveres se acabaron. "Ahí entendimos que estábamos en la guerra, no teníamos visores, era de noche y hacíamos guardias caminando sobre la playa pero sin mirar", recuerda el soldado platense. "La radio, de tanta niebla que había, no pasaba las ondas y no nos podíamos comunicar; o sea que si hubieran desembarcado no podríamos ni siquiera haber avisado", agrega para explicar por qué entiende que "el nivel de improvisación fue un desastre".  

Más de cuatro décadas después resume las sensaciones que le atravesaban el cuerpo en una sóla palabra: "Miedo"

El hambre

Era 5 de junio, y Terminiello continuaba en el puesto de avanzada, al borde del río. Él dice que para entonces ya estaban "muy débiles", un plato de sopa y un mate cocido a la mañana, era la comida para todo un día. "Primero comía el oficial, porque los primeros cucharones del guiso eran de comida sólida, pero después comía el sub oficial, y por último el soldado", cuenta y, con un dejo de bronca recuerda que a los soldados, sólo les quedaba el caldo.   

"La preocupación más grande que teníamos durante los últimos días era el hambre, llega un momento en el que perdés el foco, ya no pensás en el enemigo", afirma.

Atravesados por el dolor de estómago y la languidez, Terminiello y sus compañeros decidieron cazar ovejas. Bordearon el río por el lugar que no estaba minado, pero recibieron una ráfaga de ametralladora que venía de la punta del Monte Longdon. "Siempre quedó como una anécdota de guerra, pero tiempo después, ya en Argentina y hablando con un compañero, nos dijo que el que nos tiró fue un sub teniente argentino", recuerdo el platense. Y agregea: "No sé si fue mala puntería o qué, pero nos tiró con una ametralladora antiaérea, cuyas balas son muy grandes. Nos cagaban a tiros los propios argentinos por salir a buscar comida. Si nos hubiera matado seríamos muertos en combate, pero nos habría matado la misma tropa".

El 11 de junio se desató la batalla del Monte Longdon, un hecho bisagra en la guerra. Durante esa noche y a lo largo del día 12, los ingleses bombardearon sin parar. Dos días después, con un fuerte dolor en su rodilla y con un principio de la enfermedad conocida como "pies de trinchera", que se origina luego de días y días de humedad en los pies, Terminiello fue trasladado al hospital. Ya no podía caminar, y ésas fueron sus últimas horas en Malvinas. 

 

El ex combatiente

"Duele más la indiferencia de tu gente, que la bala más voraz del enemigo", reza la canción "Héroes de Malvinas", escrita por el bonaerense Ciro Martínez, cantante de Los Piojos y Ciro y los Persas, que se crió en Ciudad Jardín, a pocas cuadras de la base aérea que Terminiello pisó antes de viajar a Malvinas.

El ex combatiente lo supo al volver al país. "Los primeros años sentí abandono, por parte del Estado pero también de la sociedad", dice y recuerda: "Costó mucho aceptar que mis amigos del barrio, mientras estaba la guerra, salían a bailar y tenían vida normal". "Yo estaba allá y acá era como si nada, me generaba contradicciones. ¿Para qué fui a la guerra? Me preguntaba a cada rato".

Cuando volvió, Terminiello trabajó como comisionista de prode y lotería con su primo. "Nosotros íbamos de noche y yo no tenía historia, porque dormir siempre fue un problema típico de los ex combatientes", señala mientras recuerda que una vez, en Aeroparque, escuchó un helicóptero, se tiró al piso y gritó "alerta roja", que significaba ataque aéreo. "Todos me miraban como a un loco, esa vergüenza de los primeros años no se olvida", dice y explica que "una gran parte de la sociedad no sintió la guerra". Casi como buscándole la vuelta a la falta de empatía que sintió durante aquellos primeros años luego del conflicto.  

"Con el tiempo y nuestros relatos se reconstruyó lo que vivimos, pero fue muy duro al principio, a mí me daba vergüenza decir que era ex combatiente", afirma.

El CECIM

Terminiello llegó al Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) "para poder hablar", porque para los ex combatientes, "explicar algunas cosas era muy dificil". Señala que el otro eje fundamental del centro es "la lucha por reivindicar a los caídos, que son los verdaderos héroes". "Se formó una organización de derechos humanos que busca que las fuerzas armadas nos den explicaciones de por qué perdimos, por qué nos maltrataron y por qué estuvimos como estuvimos", detalla el platense.

Durante los primeros años, el CECIM "cumplió una importante función social", ayudando a aquellos ex combatientes que no tenían trabajo. Amplía Terminiello: "Esos momentos fueron tan difíciles como lo que habíamos vivido antes. En el documento decía que habías participado de la guerra, la libreta verde decía 'el causante participó de las operaciones militares en el Atlántico Sur Islas Malvinas', pero si veían eso no te contrataban, era como si hubieses estado preso, quedabas marcado".

Con el correr de los años, la agrupación logró las pensiones para sus integrantes, realizó casi 200 denuncias contra 120 militares y trabajó junto a los poderes ejecutivos y legislativos en diversas leyes. Terminiello dice que "es algo que se nos debe, porque los medios no hablan de eso". 

"Esperamos justicia por las torturas", remarca, e indica que "hay causas del año 2007 sin resolver, pero se están muriendo los acusados y los denunciantes". "Yo no sufrí torturas directas como otros compañeros, pero sufrí el episodio de las ráfagas que podría haberme matado", indica el ex combatiente, que hace hincapié en "la búsqueda de la justicia, defendiendo la soberanía por el diálogo".

Sobre las posturas que toma el Gobierno nacional con respecto al tema, dice que no quiere hablar más "por miedo", y recuerda que el CECIM tuvo muchas infiltraciones. "Hubo muchos servicios de inteligencia entre nosotros; hoy pedís los datos y al toque te enterás si es ex combatiente o no, pero hace unos años no era así". Añade que, cuando se desclasificaron los archivos de la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense, aparecieron las fichas del CECIM, donde indicaban que también se habían metido servicios del ejército. "El ejército y las policía nos vigilaba, estoy curado de espanto".

Subraya que "hay que recordar la guerra por los caídos que siempre están en nuestra memoria", y porque "no sólo robaron Malvinas, sino que robaron un millón ochocientos mil kilómetros cuadrados de mar". Agrega que "los chicos tienen que saber más de lo que sabíamos nosotros", porque esa es la única manera de que "nada parecido vuelva a ocurrir".