Corría el mes de marzo de 1996 y faltaban pocos días para que se cumpliera el vigésimo aniversario de la instalación de la dictadura cívico militar genocida. Caería un domingo la conmemoración y había serias dudas sobre si la concurrencia a la Plaza de Mayo sería multitudinaria. No era para menos: Carlos Menem permanecía incólume a pesar de que su “salariazo y la revolución productiva” se habían esfumado como ENTEL, Ferrocarriles Argentinos, SEGBA, Astillero Domeq García y tantas otras empresas estatales.

En la Seccional Capital de la Asociación Trabajadores del Estado, aún no repuesta del fallecimiento de Germán Abdala, su líder insustituible, se rumiaba la eventual desventura de una intervención del gobierno cuando el sindicato parecía aislado en medio de los despidos y las sucesivas oleadas de retiros voluntarios. En esas condiciones, un integrante de la conducción sugirió que había que conectarse con el barrio a través de la cultura “porque un sindicato puede y debe ser un bastión de la cultura popular y de clase”, y sin más propuso crear una murga.

Hubo miradas de soslayo y hasta sonrisas socarronas pero el debate en torno a la situación general continuó. Mientras la reunión iba y venía sobre los diferentes tópicos, uno de los asistentes, Héctor Sapia, se puso a escribir en un cuaderno. Casi al filo de la reunión, el “Negro” -como todos le decían- anunció que quería leerles algo que llevaba por título “Compañeros”. Era la letra de “la murga que vamos a crear con el barrio”, dijo, y con la primera estrofa logró enmudecer al bullicio incrédulo: “Compañeros hoy venimos/a contarles una historia/porque nunca consiguieron arrancarnos la memoria/ Hace más de 20 años/ una noche muy oscura/un 24 de marzo empezó la dictadura…” 

Así nació la Agru-Pasión Murga Los Verdes de Monserrat, que ensayó su primer tema en el local de la CTA, poco antes de aquel vigésimo aniversario de la instalación del genocidio. Entre los ocho integrantes primigenios estaban el propio Héctor Sapia, su fundador y director de galera y levita, y Marcela Bordenave, la compañera de Germán Abdala. La murga apenas contaba con un redoblante y un bombo con platillo, pero le bastó el envión para imprimir 5000 copias de la letra, distribuirlas entre la gente que aquel domingo llegaría de a millares a la Plaza de Mayo y hacerlas cantar y bailar al ritmo de una esperanza tenaz e indoblegable.

Por cierto, la situación actual no tiene ningún punto de comparación con la de 1996, aunque Javier Milei reivindique a Menem, se asesore de vez en cuando con Domingo Cavallo y también juegue a ser el bufón del gran capital como otrora lo hiciese el mago patilludo del transformismo burgués en la Argentina. Sin embargo, la brigada de demolición que encabeza el padre de criaturas peludas, ladradoras y con cuatro patas, comienza a tener respuestas y resistencias que en algo se parecen a las ensayadas contra el menemato.

Se puede decir así: hay una dignidad obrera, de los trabajadores, que se levanta en medio de la más brutal y cruel ofensiva gubernamental contra las y los empleados públicos, quienes ya padecen más de 10000 despidos comprobados y esperan casi otro tanto, la aplicación del protocolo israelí de represión en el espacio público que practica con saña la ministra Patricia Bullrich, la prosternación del presidente ante la generala norteamericana Laura Richardson y la completa entrega de la soberanía nacional tanto en el Paraná como en el Atlántico Sur, el avance imparable del dengue, la inflación, la depreciación de los salarios y jubilaciones y otras lacras por el estilo.

Esa dignidad se hizo presente en el paro nacional del 24 de enero, en el acto multitudinario de los feminismos populares y las diversidades el 8 de marzo y en las grandes concentraciones masivas del 24 de marzo. Pero también en los paros de los obreros metalúrgicos nucleados en la UOM en su dura disputa con Paolo Rocca, en la firmeza de las y los trabajadores de TÉLAM representados por el SIPREBA y la FATPREN, en las marchas de los movimientos sociales frente a la sede del ministerio de Capital (In)Humano y en el Puente Pueyrredón, en las protestas pacíficas de los estatales de ATE que siempre fueron amenazadas y/o reprimidas por las llamadas fuerzas de seguridad, en los paros y marchas de los docentes primarios, secundarios y universitarios.

No es tan curioso como indignante que estas expresiones de la resistencia obrera y popular se realicen mientras por doquier se levanta, como una sombra ominosa, el silencio de todo un arco político que ha sabido ser locuaz y ubicuo cuando se trató de contar con los favores de quienes, en definitiva, arman las listas de candidatos o nombran funcionarios en todos los resortes del aparato estatal. Nadie, ni unos ni otros, se ha acercado a acompañar a las primeras líneas de los manifestantes, aquellas que reciben los gases, las perdigonadas y los palazos. Las pocas excepciones que confirman la regla revelan que la única manera de abordar y superar la crisis de la representación es poniendo el pecho por delante de las ideas y no al revés, esperando que los muertos los vuelva a poner el pueblo hasta que la situación se haga insostenible para el gobierno.

Pero este pueblo, que ha sido bombardeado, fusilado, proscripto, encarcelado, secuestrado, torturado, exiliado y despedido de sus lugares de trabajo, se agiganta en la desventura y crece en su creatividad resistente. No arriesga más de la cuenta. Sabe que debe preservar sus fuerzas organizadas hasta tanto pueda multiplicarlas, al tiempo que construye su nueva conducción en medio del fragor de la lucha. Porque está claro que debe construir no sólo una nueva conducción sino una conducción que sea propia, sin bronces ni mandamases que campaneen el horizonte a buen resguardo de la represión. Por eso florecen iniciativas como el Festival en Defensa de la Cultura, frente a las escalinatas del CCK, o el festival “Elijo Crecer” realizado por el personal científico en más de cien ciudades en defensa del CONICET y la ciencia. Son expresiones que, como aquella que protagonizara la murga de los estatales de la Capital, eluden la frontalidad que les impone la represión y concitan el consenso y el respaldo de legitimidad de una parte cada vez más significativa de la población.

Quién diría, allá por 1996, que la letra de “Compañeros” escrita por Héctor Sapia adquiría hoy, veintiocho años después, una vigencia incontrastable: “Por eso pa’ terminar/ le dejamos nuestro aliento/no tenemos que aflojar, menos en este momento/hoy hay chiquitos con hambre, hoy hay padres sin trabajo/la fiesta de los de arriba la pagamos los de abajo/Levantemo’ esas banderas y demos vuelta la historia/caminemos todos juntos construyendo la victoria.”