Tres grandes temas recorren Un espíritu modesto, la nueva novela de Santiago Loza: sexo, religión y muerte. Hay un contraste entre la densidad de estos ejes y el carácter de las vidas que el autor elige poner en el centro, comunes, incluso "opacas" -palabra suya-, en las que de pronto puede encenderse la chispa de lo extraordinario. Algo semejante a lo que solía suceder con los personajes -casi siempre mujeres, como en este caso- de las múltiples obras de teatro escritas por él que han estado en cartel. Un espíritu modesto (Tusquets) está entre la "telenovela" y la "pequeña novela erótica", define el escritor en la charla con Página/12, que ocurre en su departamento de Colegiales.

Laura y Vilma, madre e hija, dejan la casona que habitaban en un pequeño pueblo de provincia para mudarse a dos departamentos del mismo edificio en la ciudad. El narrador espía sus intimidades y su vínculo -entre la dependencia y el alejamiento- y cuenta también las historias de personajes que las rodean. También toman protagonismo los espacios. Transportadas a un entorno que les es ajeno, madre e hija observan todo con ojos de descubrimiento. Laura se acerca a la religión, que le aporta un inesperado erotismo. "Vilma está en su último trechito de vida, y todo lo aparentemente pequeño empieza a ser para ella una zona de disfrute, como encontrarse un gato en la calle", completa Loza, también cineasta y dramaturgo.

"Era un escritor tapado. Salí del closet", afirma y sonríe, mientras toma té de una delicada taza traída de China. Luego de mucho tiempo de escribir para cine y teatro publicó su primera novela, El hombre que duerme a mi lado, a los 46 años, en 2017. Un espíritu... es la tercera, o la cuarta, si se cuenta Yo te vi caer (texto híbrido, en la frontera con la poesía, anterior a El hombre...). 

Ahora el autor bucea entre la poesía, la no ficción (saldrá la semana próxima un libro suyo de crónicas, Pequeña novela de Oriente, publicado por Entropía) y la novela. "Muy cada tanto" escribe para cine. En lo que a teatro respecta, falta poco para que Lisandro Rodríguez -director con quien armó años atrás una reconocida dupla creativa- dirija Diario inconsciente, basada en el libro homónimo en el que Loza expone las crisis mentales e internaciones que sufrió tres décadas atrás. Por otro lado, en julio,  Valeria Lois y Juanse Rausch dirigirán Viento blanco, con interpretación de Mariano Saborido, en Santos 4040, pieza que marca el regreso del autor a la cartelera después de un largo período de ausencia.

-¿Cuál es el origen de Un espíritu modesto?
-Está vinculado con algo que me pasa con cierto traslado hacia lo urbano, la gran ciudad. Soy de provincia (N. de R.: es cordobés) y me atrae algo de ese movimiento que se hace cuando se deja de ser de provincia y se entra a un anonimato de ciudad. Por otro lado, he vivido en edificios más de la mitad de mi vida; a esos personajes que se describe en la novela siento que los conozco. Y puedo camuflarme en ellos, encarnarlos, eso me divertía. Cuando empecé a escribir me pareció que había algo telenovelesco y de pequeña novela erótica, y cierto acercamiento a la fe, como si la fe despertara cierta fogocidad. Quería contar el vínculo entre esa madre y esa hija. Tienen una vida opaca, eso también me atrae, porque en esa zona sucede, en un chispazo, lo extraordinario.

-Tienen vidas opacas, comunes...
-Son vidas para las que pareciera que todo está predestinado. Pareciera que nada muy interesante va a ocurrir. Me interesa lo que aparentemente no es interesante. Cuando acontece el tedio y hay cierta apatía algo va a ocurrir. A diferencia de otros materiales míos, esta novela es un plan más secreto, más largo. Si hubiera un parámetro, una aguja de más a menos ficción, Un espíritu modesto es donde hay más ficción. Hay otras escrituras que estoy haciendo que se acercan más a la no ficción. 

-¿El camino a la no ficción cuándo comenzó?
-Fue más decisivo con Nadadores lentos, un libro sobre la escritura. Un sincericidio. Siempre estuve disfrazado de personajes, quería ver qué pasaba si ese disfraz se eliminaba. En los últimos años empecé a ir al taller de Laura Wittner. Sigo yendo. Hay un descubrimiento de una voz poética que a veces se aleja de la ficción, que entra en zonas más personales. Pero creo que en mis ficciones también estoy, de otra forma. 

-Decías que el texto tiene algo de "pequeña novela erótica". ¿Qué te interesaba del trabajo sobre lo erótico? Que es, también, un trabajo sobre vínculos homosexuales.
-Los personajes de la novela, sobre todo Laura, hacen un camino hacia el disfrute. En el disfrute está esa relación erótica que (Laura) tiene con otra mujer, su encuentro con lo lésbico. Es una novela bastante queer, en cuanto a cómo suceden los vínculos, porque hay personajes secundarios que también tienen un acercamiento a una sexualidad no heteronormativa, y hay cierto encuentro con el disfrute y la plenitud, cuando a priori son personajes que parecieran no poder acceder a la dicha. Parte de este descubrimiento sucede en lugares muy insospechados. Ambitos religiosos terminan siendo un espacio de liberación para sus pulsiones más sensuales y eróticas.

-El acercamiento de los personajes hacia la fe es una constante en tu obra. ¿Por qué?
-Soy medio agnóstico pero me gusta mucho el impulso hacia la fe. El gesto. Me conmueve la gente que cree, en lo que crea: un amor, el fútbol... Me asombra porque tengo algo escéptico, más ganas de creer que lo que creo. Son tiempos en que no pareciera posible algún tipo de esperanza. En los personajes hay algo de apatía y de curiosidad, de inventarse unas ganas que no están. La cosa no está para tener muchas ganas pero te inventás unas ganas. La novela toca algo de lo religioso pero no tiene un juicio sobre eso. Traté de no describir exactamente una iglesia. Está basada en los cultos evangélicos, pero me parece que tiene algo de fantasía, que roza lo "pequeño objeto fantástico", el sueño, el encantamiento. No quería hablar de la religión en términos condenatorios. Era un espacio donde sucedía la posibilidad de descubrimiento del personaje y la fe está bastante mezclada y enredada con lo sensual y la posibilidad de estar con cuerpas.

-¿Por qué optaste por darle al espacio religioso ese sentido?
-Las religiones son lugares donde el goce muchas veces está reprimido, y en la novela no me interesaba... en ese sentido hay un borde fantástico. Las mujeres de la historia terminan armando una suerte de religión privada donde el goce y su propagación es casi un dogma. En ese sentido la novela era la posibilidad de contar algo que a veces no siento en la vida. La ficción puede proveer, hacer posible, algo que la vida no da como posibilidad. Las religiones siempre proponen el paraíso, el bienestar, en otra vida, en un más allá. En la novela el bienestar sucede a los personajes en este presente.

-Una novedad es que, a diferencia de las novelas anteriores, te salís de la primera persona.
-Empecé a escribirla en primera persona, desde el punto de vista de la hija. Me acompañó bastante Andrés Gallina, socio, con quien damos taller de dramaturgia, y él me dijo "esto ya lo hiciste". Empecé a probar esta tercera persona que conoce algunas cosas, las conjetura, y a veces se retrae. Hay ciertas zonas de los personajes que están vedadas, (el narrador) no conoce, no entra, no va a contar. Me parece honesto: hay algo de los personajes que conozco hasta ahí, o hasta ahí puedo imaginar. Aparece como impúdica la novela y a su vez contiene algo pudoroso. Es como si el misterio no fuera del todo develado. Ciertos personajes que son secundarios hacen que la novela se astille en su narrativa, ellos toman la novela por un momento, como el encargado o incluso la historia del edificio, porque los espacios pueden raptar el relato. A veces cuando se escribe desde la primera persona esa voz se lleva todo, va empujando una trama. Acá iba acompañando a los personajes, viendo qué iba pasando y quizá no hay un modo de decir. Esa tercera persona no es neutra ni omnisciente; tiene conjeturas dudosas de lo que va aconteciendo. 

-Estás entre la poesía, la novela, la crónica... en cierto momento te reconocías como un escritor "camuflado", porque tu escritura estaba pensada para el teatro o el cine. Siempre para una especie de afuera del texto.
-Era un escritor tapado, salí del closet (risas). Me interesaba, desde que era muy pequeño, ser escritor. El teatro y el cine fueron el pretexto. Me dediqué bastante a escribir teatro y la dramaturgia parece una escritura menor, pero para mí es crucial. En la escritura de mis novelas haber escrito dramaturgia fue crucial. Antes dudaba de si mi escritura tenía un valor en sí misma fuera del artefacto que fuese a crear, una película o una obra. Cuando estuvo la posibilidad de publicar teatro me pasó que había gente que no había visto las obras y disfrutaba de la lectura entonces dije "está pasando algo". 

-Hacía mucho que no escribías para teatro, ¿no?
-Muchísimo. Lo último que se estrenó, creo, fue El mar de noche. La pandemia fue complicada para muchas cosas. Lo más colectivo, armar proyectos me dejó de encender como antes. De a poco algo me está pasando de vuelta porque estoy con algunos proyectos y me parece un momento en que se necesita lo colectivo. En teatro tuve cierta aceptación, me gustó vivir eso, fue bastante revolucionario en mi vida. Pero pasaba que se generaban proyectos y me pedían más o menos lo mismo... no tengo una imaginación tan profusa, a veces no tenía mucho más que escribir. Apareció la necesidad de escribir otro tipo de textos. Como si algo se hubiera aplacado un poco. Estaba como en mil proyectos...

-Llegaste a tener ocho obras en cartel...
-Tenía necesidad de estrenar todo el tiempo, estaba muy cebado. Ahora algo está más sereno. Ni yo necesito ni nadie necesita eso. Ahora Juanse Rauch y Vale Lois van a estrenar un texto mío. 

-Y en cuanto a cine está todo paralizado.
-Es un momento espantoso, en todas las áreas. Muchas películas que pude hacer han tenido apoyo del INCAA. En este momento lo están desfinanciando y no hay forma de llevar adelante nada. Me parece preocupante para la gente que quiere empezar, que sueña. No tengo mucho original que decir al respecto. Siento un profundo dolor y desazón. En ciertos ámbitos, creo que la defensa que hemos hecho ante los ataques ha sido un poco extraña, entrando en diálogo con esos ataques: se dice que "el cine genera divisas". Es un error. La cultura no tiene por qué generar ganancia. Qué le queda a la gente que hace teatro comunitario o cine en tal pueblo; eso también tiene que hacerse. Es un derecho. Quizá era el único diálogo posible para hacerse entender en algo, pero implica reducir todo a la pérdida y la ganancia, que es el juego que están proponiendo.

Relatos viajeros

-¿Cuál es el eje de Pequeña novela de Oriente?
-Son crónicas distorsionadas, de algunos viajes que hice, cuando viajaba antes de la pandemia. Algunos fueron por trabajo, otros no tanto, por Corea, Japón, Estados Unidos y aparece el deseo de ir a China. El libro es un relato de esos viajes. Aunque sea no ficción, me parece que uno siempre está ficcionando. ¿Cuál es la capacidad de distorsión?  No sé cuán fidedigno soy a lo que sucedió. Narro un sentir en esos espacios. Lo que atravieso o atraviesa el personaje es transformador, como pasa en algunos viajes, es como si se sintiera de más, se exacerbara algo del orden de la percepción. Cada tanto es una sensación de pérdida la que tienen los viajes y por momentos algunas epifanías, el descubrimiento de algo, respecto del espacio o tuyo que no sabías.

Teatro en sociedad

"Algo de las ganas de hacer teatro tiene que ver con mi reencuentro con Lisandro", dice Loza, en alusión al director Lisandro Rodríguez. Juntos, en el pasado, han estrenado el díptico Sencilla y Ella merece lo mejor, Asco, La enamorada del muro y La vida terrenal. La sociedad tuvo su punto cúlmine en La mujer puerca (2012), con actuación notable de Valeria Lois, reestrenada en 2022. Rodríguez dirigirá Diario inconsciente en su estudio, Los Vidrios, "en mayo o junio".
-¿Qué significa Diario inconsciente en tu producción?
-Es un texto muy personal. Es bastante particular porque tuvo que ver con un hecho que en algún momento me pudo generar vergüenza contar, o era más tabú: la enfermedad mental, el haber tenido episodios de psicosis en la juventud. A veces lo contaba y me quedaba raro. Cuando apareció la posiblidad de escribir sobre eso en una suerte de diario, para la editorial Bosque Energético, fui muy acompañado por (sus creadores), Eugenia (Pérez Tomas) y Andrés (Gallina), vi que tenía un valor literario como escritura, poesía. Y que al contarlo quedaba como un objeto literario. De alguna manera extraña era una suerte de cierre de esa experiencia. Creo, sin embargo, que sigue como una luz negra, está en Un espíritu modesto. El borde de la locura siempre está en los textos. Me parecía que estaba bueno un testimonio que no fuera edificante. Siempre que se habla de la enfermedad mental, de las personas que pasaron por una situación crítica, se habla de la idea de superarlo. Creo que no se supera nada. El diario fue una manera de reconstruir algo que había sucedido, en ese momento no tuve herramientas literarias para reconstruirlo. El libro ha tenido buena aceptación. Ha sido, no sé si sanador, pero sí gratificante.
-¿Qué podés adelantar de Viento Blanco?
-Es la historia de un personaje que vive en un pueblo del sur. En un lugar bastante árido y despoblado tiene una pequeña hostería con su madre. El vínculo con la madre se complejiza porque la madre muere y llega un personaje extraño, un extranjero religioso al pueblo. Este personaje solitario tiene fascinación por este otro extranjero. Es una suerte de psicosis un poco tierna, disparatada. Vuelve a estar lo religioso. Es lindo que Vale (Lois) haya querido dirigirlo y Mariano (Saborido) es un gran actor. Juanse es un súper director, joven, y es buena la unión que han hecho con Vale.