En la coreografía de la vida, la literatura es una danza que ella baila con todo el cuerpo. La energía de Liliana Heker es como la de una niña ávida de juegos al comienzo de una mañana de otoño. Su forma de mirar en un estado de curiosidad extendida confirma lo que ella misma escribió: siempre se tiene ocho años en un rincón del corazón. La pasión por construir ficciones se materializó en Noticias sobre el iceberg (Alfaguara), una novela de estirpe bartlebiana, tan intensa como luminosa, en la que explora los resortes más complejos de la creación literaria, el entusiasmo iniciático y la deriva posterior, a través de una escritora que emergió con la fuerza de un tsunami a los veintidós años, en “los dorados sesenta”, y después del éxito que obtuvo con su segunda novela no pudo concluir una obra nueva. La gran promesa enmudece y decide no dar más entrevistas sin haber declarado nunca el porqué.
Heker --que a los 81 años practica yoga, natación y continúa escribiendo-- inaugurará este jueves a las 18 horas la 48° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que se realizará en el predio de La Rural hasta el lunes 13 de mayo, con Lisboa como ciudad invitada de honor. Aunque se considera una cuentista que a veces escribe novelas, la maestra de varias generaciones de escritores --en sus talleres se formaron Pablo Ramos, Samanta Schweblin, Inés Garland, Guillermo Martínez y Romina Doval, entre otros-- es autora de las colecciones de relatos Los que vieron la zarza, Un resplandor que se apagó en el mundo, Las peras del mal y La crueldad de la vida.
Después de 45 años de docencia, en agosto de 2022 dejó de dar talleres. No extraña ni siente melancolía, palabra que está en las antípodas de una vitalidad que rehuye a cualquier modulación de la nostalgia. A los 17 años publicó su primer cuento en una de las revistas más legendarias del país, El Grillo de Papel, fundada y dirigida por Abelardo Castillo, en la que llegó a ser secretaria de Redacción. Junto a Castillo fundó después El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. Hay un vértigo que va de esa joven “irresponsable”, como se define cuando se recuerda, a esta mujer que sabe que escribir es un modo de respirar en el mundo.
La salida de su tercera novela, después de Zona de clivaje y El fin de la historia, coincide con la reedición de Diálogos sobre la vida y la muerte (Hugo Benjamín), un libro de entrevistas con Jorge Luis Borges, Roberto Fontanarrosa, Ana María Shua y Marcelino Cereijido, entre otros. En Noticias sobre el iceberg, dedicada a su pareja Ernesto Imas, despliega algunos guiños autobiográficos que comparte con Greta, la escritora que protagoniza la novela: las dos sienten fascinación por los felinos. Prascovia, la gata de la ficción, es un homenaje a la Prascovia atigrada, una belleza esquiva que siempre se esconde cuando hay visitas en el departamento de la calle Perú, en San Telmo. Brando, en cambio, un gigante gris muy exhibicionista y cariñoso, se estira sobre el acolchado como si fuera el rey de la cama. Las dos, Greta y Liliana, escriben un diario. “Hay pedazos de mi alma incrustados en cada ficción”, confiesa Greta, una frase que podría suscribir también Heker.
“Quienes escribimos cuentos o simplemente amamos los cuentos, nos nutrimos de la teoría maravillosa de (Ernest) Hemingway: un buen cuento se sostiene con el 70 por ciento de información que está sumergida y emerge nada más que el 30 por ciento, como ocurre en el iceberg”, explica la escritora a Página/12. “Yo escribí esta novela en un tiempo muy complicado, en pandemia, y me pasaron cosas terribles en esa época. La novela sufría transformaciones, y yo también, y un día descubrí que el iceberg era lo que iba a cerrar el libro porque hay algo nuevo respecto de lo que dijo el gran Hemingway”.
-¿Qué te interesaba indagar sobre una escritora que no puede escribir?
-He tenido etapas en que no podía cerrar nada de lo que escribía. Hay momentos en que nada consigue engancharte, apasionarte. Eso lo digo explícitamente en La trastienda de la escritura: es muy terrible perder las ganas, pero es mucho peor escribir sin ganas. Si no hay ganas, si no hay pasión, es mejor no escribir. A veces son etapas en blanco y es normal; son ciertos recreos entre un libro y otro. Greta tiene un motivo fundamental para haber dejado de escribir, que se irá revelando al final de la novela, algo que va a descubrir justamente a propósito del iceberg. Haber escrito esta novela tiene una significación para mí. Tengo 81 años, no me imaginé que iba a escribir una novela con la pasión que puse al escribirla y con las dificultades que se me presentaron. No pensé que me iba a pasar algo así, y me da mucha alegría. La escritura es un acto profundamente vital.
-Cuando empezaste a escribir, ¿te diste cuenta de que sería una novela sobre la pasión por la vida y la escritura?
-No, no es que me propuse escribir sobre la pasión por la vida. En la primera escena que se me cruzó la protagonista, que entonces se llamaba Vera, trataba de hacer la vertical cerca de los 70 años, que coincidía con la edad que yo tenía en 2013. El impulso para escribirla tiene que ver con un tema que me persiguió desde muy temprano. Es un tema que está en mi cuento “Los que vieron la zarza”, que es proponerse una meta que está por encima de las posibilidades. Escribí esa escena de la vertical, algún apunte y nada más. Recién en pandemia decidí encarar el tema. Las dos cosas que tenía claras era el intento de hacer la vertical y un llamado por teléfono de un muchacho que le quiere hacer una entrevista a esta mujer, que empezó a llamarse Greta, porque había utilizado el nombre Vera en otro cuento. Lo pensé mucho y dije: “esta vez va a ser escritora”. Muchas cosas fui decidiendo sobre la marcha, por ejemplo que el chico (Marcos) iba a estar acompañado de una chica (Albertina). Los dos son muy especiales y fue un desafío poner a dos personajes muy jóvenes. La entrevista iba a ser el disparador para que Greta pensara acerca de su vida. Hay varios episodios que me sucedieron a mí. Yo pensé que tuve un ACV en pandemia, mientras estaba en una clase de yoga por Zoom, intentando hacer la vertical, que en realidad era el paro de cabeza. Tuve que llamarlo a Ernesto desesperada y me llevaron a la guardia. Pero no es una novela autobiográfica. Greta tiene cosas parecidas a mí, pero tiene una vida distinta de la mía. Por ejemplo, ella no estuvo en una revista literaria, que fue fundamental para mí; no tiene una pareja como la mía con Ernesto, que ya lleva 40 años; no tiene una hermana, como fue mi hermana, que es fundamental.
-¿Por qué los escritores que dejan de escribir nos interesan? ¿Hay un morbo en ese interés?
-No, no hay morbo. Me parece un acto muy valiente tomar la decisión de no escribir. Hubo dos ejemplos que me movilizaron mucho. Uno fue el de Philip Roth, que a los 71 años y con una obra impresionante decidió no escribir más. Tal vez sintió que no tenía nada importante que decir. Otro fue (Antonio) Di Benedetto, uno de los grandes escritores argentinos. Cuando volvió del exilio, él declaró algo que me impresionó muchísimo. Dijo: “escribo, pero todo lo que me sale es mediocre”. A lo mejor no era mediocre, pero juzgado por él sí lo era. ¿Seré capaz de dejar de escribir cuando desde los 17 en que escribí mi primer cuento sentí que eso era lo que quería ser y por eso dejé la carrera de física? Lo mío era y sigue siendo la escritura. Todavía las ganas siguen.
-“Vera y el optimismo” es una novela que Greta quiere escribir. ¿Todo escritor necesita optimismo para escribir, aunque esté siempre el pesimismo de la razón al acecho?
-Yo no sé si todo escritor, pero cierto optimismo me constituye, tal vez es una falla porque veo el mundo, veo el país, veo la situación actual, y siempre veo algo por donde se puede salir. Irene Gruss, gran amiga, gran poeta, me acuerdo que muy tempranamente, cuando escribí Un resplandor que se apagó en el mundo, señaló algo que me impactó: aunque eran muy terribles las cosas que yo contaba, siempre había una ventana, una posibilidad. Incluso en un cuento tremendo como “La llave”. El cuento termina así: “Creo que voy a matarme, pensó”. Ante la instancia de tirarse debajo de un tren, me han preguntado: ¿se tira? No la mato, la pongo ante la instancia de la muerte. Ese final en cierto modo me define. A lo mejor hay una salida. En este momento horrible que estamos atravesando como país, tenemos que estar enteros y vincularnos con todo lo que nos importa para poder enfrentar la realidad.
-¿Por qué la cultura es uno de los enemigos de este gobierno?
-Una conjetura a propósito de la cultura tiene que ver con el discurso muy trabajoso que estoy preparando para la apertura de la Feria del libro. Al gobierno le conviene que la gente no piense y no sepa leer la realidad. Es un desafío escribir el discurso porque yo tenía planeado escribirlo con tiempo. Pero no pude ni puedo porque la realidad nos da nuevos hechos todos los días. Entonces todavía no tengo la versión definitiva porque seguramente voy a estar agregando cosas hasta último momento. Todas las instituciones, los programas culturales, se ven afectados. Hay una formación científica impresionante, yo estudié en la Facultad de Ciencias Exactas, a mí me tocó una época extraordinaria, y me consta que los científicos argentinos son valorados en todo el mundo. Quieren borrar del mapa la cultura y la ciencia, y eso es brutal.
El silencio posterior a la palabra “brutal” se diluye como burbujas en el aire. Liliana apoya su mano derecha en su muslo derecho. Ese pequeño movimiento empuja a las palabras agazapadas a recorrer el camino de regreso hasta la boca. “Las Madres de Plaza de Mayo se dieron acá, es decir, algo tan extraordinario como que un grupo de madres fueran la verdadera resistencia a la dictadura indica una creatividad y un valor impresionante. Pero al mismo tiempo nos va mal. Hay una dificultad en buscar qué tenemos en común -reflexiona la escritora-. Hay una imposibilidad de acordar en lo esencial y darnos cuenta de que a veces pasan cosas graves y que hay que dejar de lado ciertos detalles que no son importantes para la construcción del país. Esa es una falla muy grande que tenemos y las consecuencias las estamos viendo”.
En la estructura de Noticias sobre el iceberg emerge la voz de “la enana jodida”, que la escritora confirma que apareció inesperadamente. “Greta reflexiona y de pronto ahí está ‘la enana jodida’ que se mete y la cuestiona. La voz de ‘la enana jodida’ es una manera bastante singular de la introspección. No es un monólogo interior -aclara-, en última instancia es un monólogo siempre cuestionado”.
- “Todo escritor que lleva un diario está convencido de que un día ese diario va a ser leído como parte de su obra”, se afirma en una parte de “Noticias sobre el iceberg”. ¿Cómo funciona la escritura del diario en tu caso?
-Yo empecé a llevar un diario a los 21 años, por supuesto en cuadernos. Durante la pandemia me puse a pasar mis diarios manuscritos a la computadora. En este momento no me interesa publicarlos, no me lo planteo. Los diarios están, ¿qué va a pasar? Yo no sé...Pero es cierto que uno escribe un diario sabiendo que va a ser leído por otros. Cuando abrí el diario para empezar a pasarlo, me encontré con la frase: “ser la más grande”... Tenía ganas de abofetear a esa adolescente muy irresponsable que sentía que tenía que empezar el diario de esa manera. No saqué la frase porque esa adolescente irresponsable me trajo hasta acá y entendí muchas cosas. Eso de creer que vas a llegar a algún lado es un disparate. La única llegada segura es la muerte. Lo que escribí podrá ser una certeza para los otros; para mí lo único real es eso que estoy tratando de hacer y no tengo garantías de que me vaya a salir.
-¿Qué pasa cuando el deseo de la escritura está y no sucede, como le ocurre a Greta?
-Cuando el deseo de la escritura está es porque hay algo que se quiere escribir. El deseo no es abstracto. Hay tres novelas que se cuentan en mi novela y de verdad son novelas que yo no pude escribir. Hilda Wangel no era una novela, originalmente era un cuento. Hay veces que uno quiere escribir algo y no sale. Greta puede escribir esa novela y yo puedo contarla; fue una aventura muy linda contar procesos de escritura de lo que no existe. Hay cosas que uno desea escribir y tiene que esperar. Durante años tenía la idea de lo que después sería el cuento “La fiesta ajena”, pero intenté escribirlo y no me gustaba. Recién en el 80, cuando hablé con mi amigo Fernando Noy por una propuesta que me hizo, encontré el cuento. Pero podía no haberlo encontrado; no hay garantías en este trabajo.
-¿Hay escritura después de “Noticias sobre el iceberg”?
-Creo que sí, tengo dos ideas. Una va a ser un libro de cuentos y la otra va a tener que ver con episodios de mi vida. Me doy cuenta de que tengo mucha memoria y guardo muchos recuerdos, tanto de la infancia, de la adolescencia, de la primera época de la revista, y creo que voy a escribir un libro de relatos breves. No sé qué saldrá, pero parece que todavía hay ganas (risas).
*Liliana Heker presentará Noticias sobre el iceberg el domingo 28 a las 17.30 en la sala Adolfo Bioy Casares junto a la escritora Inés Garland.