Fernell Franco, serie Billares, ca. 1985

Ruinas, interiores (de viviendas marginales), cine y oscuridad, amarrados, demoliciones: muchos de los nombres de las series del colombiano Fernell Franco conectan con la melancolía y lo dramático, nociones que despliegan sus sombras y sentidos en las fotografías de este autodidacta, nacido en 1942 en Versalles, Valle de Cauco. Tenía ocho años cuando con su familia, hostigados por la guerra civil entre conservadores y liberales, tuvieron que desplazarse por ese valle 170 kilómetros al sur, hacia los suburbios de la ciudad de Cali: unas vivencias que lo marcaron para siempre. No recordaba sentir miedo de chiquito, porque el horror era lo cotidiano: en su casa se comentaba a diario que habían matado a este o a aquel, y él mismo vio cómo un grupo salía de un salón de billares y masacraba a unos tipos a machetazos. Más tarde, como reportero para los periódicos El País y Diario de Occidente, muchas de las coberturas que tuvo que hacer enfocaban en la violencia: “En los pueblos, era una guerra en descampado. Mi cámara estaba equipada con un flash electrónico. Pisaba los cadáveres, apuntaba y disparaba. Sentía como si el destello de la luz no saliera de la cámara, sino más bien de mi cerebro, como si la escena no quedara registrada en el negativo, sino en mi memoria”.

Muchos años después recordaría esas matanzas horrorizado, y también que algunos reporteros disfrutaban de fotografiar esos desastres. Era común registrar una masacre por la tarde y volver apurado, ponerse saco y corbata, y hacer fotos de encuentros sociales, actos, fiestas. “Crecimos en medio de todo eso y de pronto hubo gente que se habituó y que desarrolló un gusto por registrarlo”, decía. “También en mi caso hubiera podido ocurrir algo así. No sé por qué siempre fui distinto, por qué todo eso no penetró hasta hacerme una persona cruel. Lo que sucedía en el entorno era capaz de deformar un ser”. No quedan registros de aquellas fotografías de comienzos de los ‘60, porque en los periódicos quemaban cada tanto copias y negativos, pero estas referencias iniciáticas parecen pertinentes para asomarse a La vida es la calle, la excepcional muestra de unas setenta fotografías de Franco montada en la galería de la Fundación Larivière con la curadoría de María Wills Londoño, en la que pueden verse unas cuantas fotos de cada una de sus series de autor. Conviene citar aquí a la investigadora y crítica de arte colombiana María Iovino: “En las imágenes de Franco se desentrañan la relación férrea y desconfiada que se tiene con lo poco o con lo mucho que se posee (dependiendo de la clase social) en los países en conflicto; la dramática inestabilidad con respecto al lugar en que se habita; el misterio, la sobreposición de apañamientos y de soluciones de urgencia que ocultan lo que ha registrado la memoria; y el sentido lúgubre que imparte aún a las manifestaciones de la celebración una historia marcada por el avasallamiento del más débil y por la diferencia extrema”.

“María estuvo con él durante casi un año, se quedaba en nuestra casa varios días, y logró que fuera contándole muchas de sus vivencias, que luego organizó como un largo monólogo”, cuenta Vanesa Franco, diseñadora y docente universitaria, a cargo de la preservación del trabajo de su padre: se vino a Buenos Aires a acompañar la muestra. “Mi papá era muy tímido para mostrar su obra, cuando iban los curadores a verla apenas les enseñaba una o dos foticos”, dice Vanesa. “María queda maravillada con su personalidad, le daba tiempo para que él cuente sus historias, y se fue ganando su confianza. Así es que empezó a mostrarle sus cosas, y María le decía: ‘Pero esto es un tesoro, ¿cómo que nadie lo ha visto?’ Fue apareciendo una cantidad enorme de material. Ahí es cuando deciden hacer una exposición simultánea en seis salas de Cali, que es el gran reconocimiento que le hacen a mi papá antes de morir”. La muestra fue en 2004, el año en que Fernell vino a exponer en el Centro Cultural Recoleta, en el marco del Festival de la Luz. Ese año mostró por primera vez también, en Bogotá, su serie Amarrados: “Le costó mucho, porque le parecía muy dolorosa, pero María quedó fascinada y le pidió ‘por favor, muéstrala’, y ayudó a conseguir recursos”, cuenta Vanesa. Los amarrados son bultos envueltos en telas y atados con cuerdas: el empaque precario del desplazado. A Fernell lo remitían a las desgracias de su infancia, pero empezó a registrarlos en todas partes: incluso retrató amarrados en Buenos Aires. “Trabajando en la fotografía de objetos inanimados me di cuenta de que esa manera de envolver tenía que ver también con la forma de amarrar y de aislar la muerte”, decía. “Con empaquetar al muerto para taparlo, para sacarlo de la vista de los demás”.

Fernell Franco, serie Amarrados, ca. 1994

UN TRABAJO VIVENCIAL

La guerra y el desplazamiento desde Versalles a Cali incidieron en que no terminara los estudios. El cambio incluyó otro elemento: el pasaje de la naturaleza y el colorido de lo rural a los horizontes acotados y el abigarramiento de la ciudad. Estaba la violencia de las calles, pero también descubrió el cine negro norteamericano, el cine de culto mexicano, el neorrelismo italiano: le encantaba, y aunque soñaba con dirigir, nunca tuvo los recursos. A los 14 tuvo que ponerse a trabajar como mensajero y así conoció a los dueños de un laboratorio de fotografía social. “Eran unos italianos, fotógrafos que venían de la guerra, bastante buenos, que de a poquito le fueron enseñando alguna cosita, le mostraban libros”, cuenta Vanesa. “Le interesó, y ahí empezó su recorrido. Primero fue fotocinero: les daban una Leica pequeñita para que les sacaran fotos a los transeúntes ante un puente, para luego vendérselas. Pero él era tan tímido que duró muy poquito. En esa época también se ganaba en parte la vida jugando al billar, era tremendo lo bien que jugaba desde muy chico. Mucho tiempo después iba a desarrollar la serie Billares. Recorrió un montón de billares de todo el país para hacer estas fotos. Cuando vi todo su trabajo me dije: ‘Papá es una especie de reportero que se conecta con el arte, y es muy vivencial todo su trabajo’”.

Interesado por el arte, la fotografía, el cine, hizo infinidad de retratos: a Gabriel García Márquez, a Andrés Caicedo, a su amigo y artista plástico Óscar Muñoz. Progresivamente se fue relacionando con un amplio círculo de contactos y entró en una agencia publicitaria. “En los 60 y los 70 en Cali la efervescencia cultural era tremenda, había bienales de diseño, cineastas, muestras, escritores, un movimiento de referencia para todo el país”, dice Vanesa. “En 1972 él hizo su primer trabajo de autor, que fue el de las prostitutas: a él le encantaba el retrato, vivió un tiempito con ellas. Mi mamá lo acompañaba y él le decía: ‘Tú te tienes que quedar afuera, porque si no ellas se incomodan’. Estuvo días y días, hasta lograr lo que quería”. “En ellas buscaba la verdad de la vida que no tiene maquillaje, así fuera ruda y violenta”, decía Fernell. “Mi búsqueda era la de las cosas comunes, las que se vivían en la ciudad a diario, las que sucedían en la vida de las personas normales. Algo que se diferenciara del trabajo que venía haciendo en publicidad y en modelaje. Conocía a las prostitutas desde siempre, nunca había dejado de verlas en mi entorno, y por lo tanto el proyecto también era el de la recuperación de la memoria. En Versalles estaban cerca de la plaza central; en Cali me las cruzaba en el barrio”. El barrio La Pilota, en el puerto de Buenaventura, era colorido y rumboso a comienzos de los 60, pero diez años después eso casi había desaparecido: Fernell hizo sus fotos en la última casa prostibularia que quedaba.

En los 80, con los enfrentamientos entre cárteles de la droga, Cali fue un tembladeral y la movida cultural languideció. Fernell siguió allí: de esos años data la serie Demoliciones. En la galería están en exhibición copias únicas, collages impresiones en gelatina de plata intervenidas, pintadas a mano, con diversos materiales. “La gente piensa que está hecho por computadora, pero aquí, por ejemplo, hay lápices de color, y aquí hay óleo”, señala Vanesa zonas de un portón de chapa roto, de una casa tapiada. A Fernell le interesaba fotografiar lo sencillo, aunque sus intervenciones dan cuenta de mucho conocimiento y experimentación. “Además de un gran fotógrafo era un gran químico”, dice Vanesa. “Producía hasta sus propios químicos; por ejemplo, desarrolló una pintura a partir de lo que chorreaba de una lata corroída. Todo el tiempo estaba mirando, planeando, creando”. A veces intervenía una foto, volvía a fotografiarla y a intervenirla. Vanesa comenta una de la serie Billares: “Aquí tomó la fotografía, la imprimió, pintó el paño y la bola; luego pegó la foto detrás de una ventana que teníamos en casa y volvió a fotografiar. Es como un documentalista, pero a la vez plantea una visión de qué quiere ver. Y decía que él era un chico solo que iba a jugar para sobrevivir, y que ahí se dio cuenta de que muchos hombres solos iban a eso, también. Hay muchas personas solas en esa serie”.

Fernell Franco, serie Prostitutas, 1970-1972

REALIDAD EN BLANCO Y NEGRO

Por una gestión de María Iovino, a fines de 2005 la Universidad de Harvard y el Centro Rockefeller premió a Fernell. “Estaba feliz, pero en enero de 2006 murió”, cuenta Vanesa. El premio consistía en una gran muestra en Estados Unidos, que recién pudo hacerse tres años después, el tiempo que le llevó a ella organizar parte de la enorme cantidad de material. “Ya ni me acuerdo cuántas piezas catalogamos. Sí recuerdo que eran 36 mil negativos. Empezaron a aparecer bocetos, cajas, pilas y pilas de fotos arrumbadas. Tuve que dedicarme exclusivamente a eso”. En la otra punta de la película acaso esté alguna de las escenas que recuerda de cuando era niña y su padre la hacía esperar a que la nube que pasaba por ahí se pusiera en un sitio preciso. “Una vez nos tocó estar con él frente a un lago, y él quería que el agua hiciera una forma específica contra la orilla: estuvimos como siete horas. Con la impaciencia que una tiene cuando es niña... Pero era divertido estar con él”.

Su nombre original era Ferney: lo detestaba, y por eso se lo cambió, cuenta su hija. “Fernell Franco es el artista que expresa con nitidez la situación de un país marcado por los problemas que derivan del colonialismo y por la violencia humana que ellos instauran”, escribió Iovino. “Su historia personal –que se traduce en sus imágenes a través de grandes abstracciones– puede narrar el recrudecimiento del conflicto en Colombia”. Le gustaban las fotos en blanco y negro, aunque la gran mayoría fueron tomadas en color; en La vida es la calle hay una salita en la que suena salsa y pueden verse proyectada la serie Color Popular: colectivos, bares, frentes, comercios, murales, parroquianos, puertas. Una hermosura. Decía Fernell: “Me parece que la realidad es blanca y negra y que el color es generador de engaños, que es un distractor que pone borroso lo que uno quiere decir. El blanco y negro permite manejar profundidad en lo más sencillo, porque lo obliga a uno a entender el contraste más simple de lo verdadero. Desde que esaba muy joven me ha parecido que el color lleva a la fotografía al mundo de Walt Disney, porque le da el encanto de la fantasía y las exageraciones”.

Fernell Franco, serie Color popular, ca. 1980

La vida es la calle se puede ver en Fundación Larivière, Caboto 564. De jueves a domingo, de 12 a 19. Hasta fines de agosto. Bono contribución: $1000.