Fueron dos neoyorquinos recién casados en Descalzos en el parque (1967), la comedia de Neil Simon que Gene Saks llevó al cine confiado principalmente en el encanto de lxs dos. Y no se equivocaba: Jane Fonda y Robert Redford, ella como una rubia casi pelirroja, sexy y optimista, él como un abogado que quería tomarse las cosas en serio para avanzar en su profesión, fueron una delicia juntos. En The Electric Horseman (1979), otra vez, fueron opuestos: él, un campeón de rodeo, ella, una periodista que lo seguía al desierto para plasmar nuevamente la idea de atracción como choque de opuestos. En ambos casos, encarnaron un modo de entender las relaciones entre hombres y mujeres que el cine clásico había promovido en películas como Sucedió una noche (1934), con Clark Gable y Claudette Colbert, o La adorable revoltosa (1938) con Katherine Hepburn y Cary Grant. Así era y es el amor screwball: la mujer es encantadora, está un poco tocada, es desestructurada y enloquece al varón, más rígido, que se deja seducir y encantar. 

Cuarenta años después, Jane Fonda y Robert Redford vuelven a ser pareja en Nosotros en la noche (2017), la película basada en la novela homónima de Kent Haruf que Netflix acaba de estrenar. Lo interesante es que la película está muy lejos de la comedia screwball pero sin embargo, hay algo del modo en que se produce el encuentro entre estos dos viudos que habitan un pueblito conservador de Colorado que remite al género: una noche cualquiera, Addie Moore (Fonda) golpea a la puerta de Louis Waters (Redford). Fueron vecinos durante décadas y nunca se hicieron amigos ni pasaron de un saludo, pero cada uno sabe quién es el otro y Addie tiene una propuesta muy concreta para hacerle a su vecino. Se trata de dormir juntos, solo para hacerse compañía a la noche, compartir una charla. No importa el sexo, Addie se apura a aclarar, ya convertida en una anciana pero tan conectada con sus emociones y sus necesidades como los personajes femeninos de esas otras películas de hace más de medio siglo. Louis, por su parte, sigue siendo tan parco como aquel abogado neoyorquino de Descalzos en el parque, y los años de soledad y de vivir hundido en el silencio no lo ayudaron mucho. A Addie le tocará ablandarlo.

Nosotros en la noche, al menos como película, produce una sensación extraña porque en primer lugar hace palpable lo poco acostumbradxs que estamos a ver cine protagonizado por viejxs (mientras que los personajes secundarios mayores abundan). Y porque, si bien accede al encuentro desde un lugar muy diferente al de las comedias y dramas románticos, muy cotidiano, que tiene menos que ver con ese encuentro excepcional con aquel o aquella que te está destinadx y más con el impulso de vivir lo que queda de una vida con cierta intensidad, sí se dedica a contar el inicio de una relación, y por lo tanto habrá incomodidad, seducción, confianza progresiva y en algún momento, claro, un obstáculo. Si bien el pueblo donde viven Louis y Addie es diminuto y la gente comenta (Louis empieza a entrar a la casa de su vecina por la puerta trasera, de hecho, para evitar los chismes), el verdadero problema viene de parte de los hijos. Es decir, de que tanto Louis como Addie tienen una historia, y ella al menos un compromiso con el hijo que siente que no puede descuidar.

No hay un “empezar de nuevo” entonces. Hay otra cosa, más modesta, y modesta es una buena manera también de calificar a Nosotros en la noche. Pero claro, están Jane Fonda y Robert Redford, los viejos más lindos del mundo, y grandes actores que sostienen cada escena con gestos mínimos del cuerpo, disfrazados de personas comunes aunque quizás, si algo se le puede objetar a Nosotros en la noche es que son demasiado bellos, demasiado bondadosos. De todas formas agigantan una película diminuta, y hacen imaginar otro cine posible, sin fecha de vencimiento a los cuarenta.