Puede sonar a chascarrillo no del todo ingenioso, pero la verdad irrefutable es que Paterson vive en Paterson, Nueva Jersey, cuna de la obra literaria del gran poeta casi capicúa William Carlos Williams, autor –entre mucha obra– del poema épicoPaterson, publicado en cinco volúmenes entre 1946 y 1958. Como el comediante Lou Costello; como Allen Ginsberg, ese otro bardo enorme nacido en la cercana Newark, pero criado en Paterson; como Rubin “Hurricane” Carter –el boxeador cuyo injusto encarcelamiento fue inmortalizado por Bob Dylan en una de sus composiciones más famosas–, el conductor de autobuses interpretado por Adam Driver nació en esa pequeña ciudad que, a juzgar por las imágenes y los sonidos del último largometraje de Jim Jarmusch, continúa llevando orgullosa su estampa de tranquilo pueblo americano, a pesar de algunas no tan plácidas noticias recientes que llamaron la atención de los medios de comunicación. A diferencia de Gaetano Bresci, el anarquista italiano que supo publicar el periódico La Questione Sociale en Paterson, antes de regresar a su país de origen y asesinar al mismísimo rey de Italia, la vida de Paterson no parece estar marcada por la convulsión o la sorpresa. Más bien todo lo contrario: la suya es una existencia de ritmos pautados de antemano, de recorridos conocidos como la palma de la mano, de saludos afectuosos a las mismas personas de siempre. A diferencia también de David Prater, una de las dos patas del célebre dúo de cantantes soul Sam & Dave y residente estrella de Paterson, la creatividad y el arte de Paterson son personales, íntimos, secretos. Como si se tratara de un universo paralelo en el cual Gutenberg nunca hubiera existido y Xerox fuera el nombre de un planeta en una lejana galaxia, sus poemas no conocen de reproducciones y corren el riesgo de desvanecerse ante la desaparición física del medio en el cual conviven en armonía: un simple cuaderno de hojas lisas.

Paterson se levanta todos los días entre las seis y diez y las seis y cuarto de la mañana, aunque en algunas ocasiones su reloj interno se atrasa unos quince minutos, no muchos más. Desayuna en soledad unos cereales regados en leche mientras su novia Laura (la iraní Golshifteh Farahani, experimentada actriz y una de las espectadoras de Shirin, el film de Abbas Kiarostami) continúa durmiendo. Cruza el umbral de su casa y camina hasta la cercana terminal de ómnibus en un paseo que, de tan familiar, podría hacer con los ojos vendados. Antes de iniciar el recorrido diario del bus comienza a escribir las primeras estrofas de algún poema, que retomará más tarde, en el horario del almuerzo, sentado en un banco de plaza, frente a un puente ferroviario enclavado en medio de una pequeña formación rocosa, por encima de una cascada natural, no muy lejos del lugar utilizado como imagen ilustrativa en la portada de Paterson, el libro, en su edición más reciente. El regreso a casa, el reencuentro con su pareja, la cena, el paseo obligatorio de la mascota (un bulldog inglés con más de un secreto entre las patas), una pinta de cerveza tirada en el bar de siempre y a dormir hasta el día siguiente. Hasta las seis y diez o las seis y cuarto. Pero la rutina, para Paterson (el personaje y la película) no es ese infierno cotidiano tantas veces retratado por escritores y poetas. Por el contrario, encarna la posibilidad misma de que la poesía exista, a partir de patrones y ritmos conocidos, de las ligeras ondulaciones y variaciones que, necesariamente, acontecen día a día, cada día, todos los días, a lo largo de los períodos naturales y los creados por el ser humano.

Poeta secreto

“Siete días en la vida de Paterson”, podría también haberse llamado el largometraje del director de Extraños en el paraíso y Mystery Train. Dos placas que marcan el inicio de una nueva semana laboral (“Lunes”) abren y cierran circularmente el relato, contenido a su vez en algunos pocos espacios, internos y externos: hogar, terminal, plaza, bar, las calles por las cuales circula el colectivo conducido por Paterson. La poesía de lo ordinario y la poesía en lo ordinario. La poesía de un habitante de Paterson a quien nadie llamaría poeta por la sencilla razón de que (casi) nadie conoce su poesía. ¿Quién es Paterson y por qué razón escribe?  “Escribo poesía cada tanto, pero realmente no suelo mostrársela a la gente”, afirmó Jim Jarmusch en una entrevista con la revista especializada Film Comment, describiendo, de paso, un detalle (quizás) autobiográfico presente en la película. “Le he mostrado algunas, a lo largo de los años, a David Shapiro, que fue mi maestro. En cuanto a Paterson, alguien dijo que es como un poema bajo una forma cinematográfica, pero creo que es más acertado decir que se trata de cine bajo una forma poética. Porque Paterson es una película y, en ese sentido, entiendo qué es lo que quiere decir Jonas Mekas cuando dice que la poesía se puede permitir ser abstracta de una manera en la que la prosa no puede llegar a serlo, al menos no de la misma manera. Incluso la forma en la cual está ubicada en una página: si uno va hasta Apollinaire (en sus calligrammes), puede ver cómo jugó un montón con la manera en la cual las palabras están dispuestas en la hoja, de manera que los espacios son igualmente importantes. Eso es muy abstracto. Siempre me gustaron los poetas, desde que era adolescente, desde que descubrí a Baudelaire y a los simbolistas franceses y, por supuesto, a Rimbaud un poco más tarde. Y luego (todo esto lo descubrí en traducciones) Rilke. Y Walt Whitman, Hart Crane. Y Wallace Stevens, que me llevó, por supuesto, a la Escuela de Nueva York. En cuanto a William Carlos Williams, es una especie de avatar en cierto sentido. Usamos un poema muy obvio para la película, Sólo para decirte, que literalmente era una pequeña nota dejada sobre la mesa. ‘Me comí las ciruelas que había en la heladera’. Es el precedente de lo que Frank O’Hara proponía que fuera la poesía. William Carlos Williams es realmente importante en ese linaje. Y, por supuesto, escribió ese poema largo, más abstracto, tamaño libro, llamado Paterson, del cual, francamente, no entiendo demasiado”.

Paterson escribe versos breves, engañosamente sencillos, centrados en aspectos cotidianos que las palabras intentan elevar a dimensiones desconocidas. Jarmusch emplea un recurso tan simple como efectivo: la voz en off del personaje va desgranando las frases mientras, en la pantalla, la simulación de una escritura manual en letra cursiva va acompañando sincrónicamente el sonido. Los siete poemas que Paterson crea en la ficción fueron escritos especialmente por el ensayista y poeta Ron Padgett para el film. “Cuando leí el guion tuve una suerte de fantasía de cómo podía ser el personaje”, declaró en su momento Padgett a la prensa. “Pero no me sentí constreñido por la necesidad de ser realista porque Jim no hace películas realistas. Son más bien fábulas o sueños”. Hay una única excepción: los versos –de bellísima estructura, basada en los ritmos y formas de Williams– que una niña de unos once o doce años le lee a Paterson, en uno de los encuentros que el bus driver tiene con una serie de habitantes del lugar. “El agua cae”, dice la chica, pero separado: water falls. Claro que Paterson no puede sino pensar en waterfalls, todo junto, en la diminuta catarata que todos los días acompaña su “descanso” creativo y en el cuadrito que Laura colgó cerca de la mesa en el comedor diario, una pintura que describe, precisamente, una caída de agua, una cascada. Los cruces, referencias y repeticiones visuales y orales forman parte del secreto narrativo de Paterson. Alguien describe un sueño, quizás un deseo oculto, en el cual nacen dos bebés gemelos y la visión de Paterson comienza a poblarse de hermanos y hermanas idénticos, en la calle, en el bar, en el autobús. El comentario sobre una imposible explosión en forma de bola de fuego se repite en distintos lugares con diferentes interlocutores, pero con la misma, exacta entonación y disposición de las palabras. El día a día de Paterson es, de alguna manera (como puede serlo el de cualquier persona, si se presta atención), una repetición con variaciones de temas, objetos, sujetos, conductas, patrones. Como todo lo que adorna Laura: sus prendas de vestir, la cortina de la ducha, las paredes, los muebles y hasta los cupcakes que prepara amorosamente son aliteraciones visuales y tonales de un mismo origen geométrico. Casi un universo creado a imagen y semejanza de sí mismo. De allí también surge, aunque Laura no lo sepa, una porción de la poesía de Paterson. El personaje y la película.

Un cuaderno y un lápiz

“Después de mi primera visita a Paterson, hace aproximadamente 25 años, comencé a tomar notas vagamente para esta película. Para mí, filmar es capturar cosas y es en la edición donde uno logra darles una forma. Obviamente, tenía un guion e ideas, pero realmente uno debe hallar la forma final en el montaje. Los gemelos ni siquiera estaban en el guion, simplemente se me ocurrió cuando comenzó el rodaje porque un par de extras eran casualmente gemelos. Para mí, una película se forma en la sala de edición porque sólo escribo un borrador del guion. Y porque la cosa autoral es un sinsentido. El cine es muy colaborativo, especialmente en mi caso, porque tengo control artístico sobre la película. Eso quiere decir que elijo la gente con la cual colaboro: hacemos la película juntos. Uso el ‘Un film de Jim Jarmusch’ en los títulos para proteger mi capacidad para elegir a mis colaboradores en este mundo de financistas, donde hay que usar la plata de otra gente”. Para escribir poesía sólo es necesario tener algo de talento, ganas, tiempo, un cuaderno y un lápiz. Para hacer cine, desde luego, se necesita dinero y un sentido de la organización que permita esa colaboración mencionada por Jarmusch, un cineasta que ha logrado mantenerse al margen de cualquier intromisión creativa en su obra. ¿Cuántos grandes poetas ignotos, que nunca publicarán verso alguno en su vida, caminan por las calles sin que nadie se dé cuenta de ello? No es casual que en un momento se conjure el nombre de Emily Dickinson, la gran poetisa estadounidense que apenas si llegó a ver unos pocos de sus versos impresos en letra de molde.

Paterson es una película poética sobre la poesía. Sobre la posibilidad de encontrarla y de crearla, más allá de la edad o la condición social: ahí está ese encargado de lavadero en su inesperado rol de rapper, Paterson y el perro sus únicos espectadores. Pero Paterson es también una película sobre el amor entre dos personas, aunque completamente alejada de las representaciones usuales (románticas, idealizadas). La poesía y el amor –más allá del deseo, del cariño y de los sueños– surgen porque hay comprensión y tolerancia entre Paterson y Laura. Quizás el tiempo cambie un poco las cosas y esa relación equilibrada se parezca un poco más a la de Doc, el simpático dueño del bar, y su esposa, quien durante una de esas siete noches entra al local hecha una furia por unos ahorros que han desaparecido. Por el momento, Paterson se siente a gusto comprándole a Laura –a pesar de su elevado precio– una guitarra acústica, incluso cuando sólo se trata de un capricho. ¿O no es exactamente así? Al fin y al cabo, la chica se aprende la mitad de un tema en apenas un par de horas, a pesar de no haber tocado nunca un solo acorde. ¿Será Laura la futura reina de Nashville? ¿O acaso en esos cupcakes que parecen otro de sus berretines sin futuro se encuentra el germen de un negocio millonario? En el amor recíproco de Paterson por Laura descansa también la génesis de sus creaciones, la chispa original que enciende los versos dedicados a una marca específica de fósforos, de punta azul y logotipo con forma de bocina, de esas que el imaginario popular relaciona inmediatamente con algún viejo director del Hollywood clásico. Cuando la única situación de celos que atraviesa la película bajo el techo de Laura y Paterson (hay otra, en el bar, muy diferente) deviene en un pequeño apocalipsis ya es sábado por la noche. El domingo depara una sorpresa, bajo la forma de un visitante de tierras muy lejanas. Alguien que, como Paterson, intenta descorrer el velo y hallar la verdad poética detrás de la fachada de la realidad. Ya es hora de arruinar la blancura de un nuevo cuaderno con ella. Paterson, la película, no termina, simplemente vuelve a comenzar.