Hay dos expresiones corrientes en las consultas actuales: “temor al fracaso” y “miedo a salir de la zona de confort”. Estas expresiones también se relacionan con cierto desplazamiento en la edad: pensemos que en la época de Freud los pacientes --en su caso, principalmente mujeres de alrededor de 20 años-- tenían una mayor plasticidad psíquica, estaban dispuestos a muchas cosas.

Hoy la consulta, en términos generales, está por arriba de los 30. Y cuando ya pasaron los 30 años, hay muchas cosas que se han hecho, y también muchas cosas que no se podrán hacer. Se arrastran ciertos duelos, crecen las limitaciones y hay un compromiso mayor con la realidad; es decir, hay que ocuparse de ciertas cuestiones que quizá a los 20 uno podría enfrentar con un “Hoy estoy acá, mañana, no sé”.

Después de los 30 años es una inmensa minoría la que se anima a correr riesgos, a hacer grandes cambios en la vida. Lo que queremos decir es que la búsqueda de la seguridad y la tranquilidad, de un tiempo a esta parte, se convirtieron en algo muy importante en nuestras vidas. Es notable cómo eso se traduce en algunas consultas amorosas. Alguien conoce a otra persona, empieza a salir y lo que dice al poco tiempo es “lo que quiero es estar tranquilo”; nuevamente la búsqueda de tranquilidad, seguridad, paz. Como si de alguna forma hubiera habido un desplazamiento importante en los motivos de consulta entre la época freudiana --cuando la gente consultaba principalmente por los problemas que le traía el deseo-- y lo que ocurre hoy en día, que estamos mucho más preocupados por la estabilidad que por el aguijón pulsional. El deseo incomoda demasiado. No por nada la mayor defensa actual ante la angustia es el control.

Recordemos el caso de una mujer en pareja desde hace muchos años, que en un determinado momento recibió un mensaje decidido del cuñado de una amiga con quien ella siempre mantuvo un juego de coqueteo. Ella deja pasar este mensaje, se queda con el hecho de que está en pareja y lo desprecia. No obstante, igualmente sigue pensando durante mucho tiempo en este hombre, y lo interesante es cómo, a pesar de haberlo menospreciado, continúa pensado en él. A tal punto que pensar en él es, por decirlo así, un condimento importante de su escena erótica. Eventualmente, al tener relaciones con su pareja fantasea con este otro, algo que dentro de cierta práctica neurótica es bastante común. En este punto lo interesante es cómo, cuando habla de esto, dice que le hubiera gustado estar alguna vez con él, pero no lo hizo porque no querría traicionar a su pareja. Lo neurótico no es desestimar un deseo, sino hacerlo por motivos que no se ajustan a una decisión personal; es decir, por una falsa moralidad (por ejemplo, quien dice que no roba por miedo a que lo descubran, o bien que no es infiel por temor a que el otro haga lo mismo, como una forma indirecta de limitarlo).

Desde el psicoanálisis se sabe que esta decisión es completamente legítima, pero eso no cancela un deseo. Por el contrario, muchas veces lo que hace es que ese deseo quede reprimido. ¿Qué es lo que los psicoanalistas llamamos “represión”? Sofocar un deseo, cancelarlo, generalmente por motivos morales. No alcanza con que alguien diga “esto no está bien” para que se olvide de eso. En última instancia, la represión es una defensa respecto de un deseo, basado en algún motivo moral; por ejemplo, en este caso, la culpa que a ella le da estar fantaseando con otro hombre, a pesar de estar en pareja.

Los efectos de la represión son diversos síntomas, no importantes para este ejemplo, síntomas en el cuerpo que hacen de ella una mujer neurótica. Lo que queremos ubicar en este punto es que este tipo de caso, bien al estilo freudiano, no es el más común de nuestra época. En efecto, seguimos encontrando muchos neuróticos que llegan a consulta por el efecto de reprimir deseos, y ello hace que los padezcan mucho más. Como le ocurre a esta mujer, dado que esto pasó hace décadas y sin embargo, después de años, ella sigue pensando en qué pudo haber pasado con este hombre. El deseo es una fuerza indestructible, decía Freud.

Cuando un deseo es reprimido, el problema no es que deje de existir, sino que sigue existiendo de forma reprimida, lo cual le da una fuerza mucho mayor. Eso implica tener que tratarse analíticamente, curarse de un síntoma neurótico. El psicoanálisis inventado por Freud es pensado para que alguien pueda dejar de padecer esas cosas que no hizo y quedaron en el tiempo. Si algo nos hace sufrir mucho en esta vida, no es lo que pasó, porque de eso nos podemos olvidar, podemos hacer un duelo. Ahora bien, de lo que no pasó, no. El problema está en los deseos no realizados, los deseos reprimidos, los deseos que la culpa reprime y mantiene en un freezer.

Ahora bien, lo que se refleja en consultas que giran en torno al miedo a salir de la zona de confort (o al fracaso) es otro tipo de cuadro clínico, que ya no tiene que ver con sufrir del deseo, sino que es un tipo de personalidad más bien reactiva, basada en la ansiedad. El neurótico se angustia, es alguien que está angustiado por su deseo: ¿cómo puede ser, si yo estoy en pareja, amo a mi pareja, que desee a otra persona? Me angustio porque pienso que soy una mala persona y puedo dañar a otro. Otro gran afecto freudiano: el remordimiento.

Para el neurótico se anudan el deseo, la angustia y la culpa. Para nosotros, en cambio, hay otro tipo de vida, mucho más corriente, que reemplaza el deseo por la seguridad. Ahora bien, cuando algo de la seguridad tambalea, lo que aparece no es la angustia, sino más bien la ansiedad. Y en lugar de la culpa, lo que aparece es más bien el control. El sufrimiento que llamaríamos del siglo XXI anuda seguridad, ansiedad y control.

Fragmento del libro Contactos frágiles, de Esteban Dipaola y Luciano Lutereau, publicado recientemente por editorial Paidós.