Hace pocas semanas, cuando Taylor Swift editó su nuevo disco doble, The Tortured Poets Department, la crítica musical sufrió una descomposición. En la cultura de la satisfacción inmediata, con la necesidad de pronunciarse de inmediato, hubo arrepentimientos, críticas que lo consideraron mediocre y después lo pensaron mejor (y al revés), hipérboles como la de Rolling Stone que lo llamó “clásico”, puntajes muy bajos como el de Pitchfork o NME, que suelen tratarla bien para posar de indies con mente abierta. No faltó quien se quejara porque el segundo disco, The Anthology, se lanzó de sorpresa con dos horas de diferencia: el primero a la medianoche del 19 de abril, el segundo dos horas más tarde. Muchos periodistas se quejaron por tener que pasar la noche despiertos para escribir una reseña. Taylor Swift no ofrece adelantos: ya no necesita del periodismo. Lo irónico es que ninguna reseña, buena o pésima, puede cambiar el éxito actual de Taylor Swift. Está en su etapa imperial, con la Eras Tour agotada y apoteósica, con una sobrexposición que no parece dañarla, con un récord superado por día, en la tapa de la revista Time como persona del año.

The Tortured Poets Department es un gran disco. Todo lo escrito y dicho, que es mucho, es importante porque no hay, en este momento, una artista que se pueda comparar con ella. Y Taylor, a pesar de que juega seguro en el marketing, arriesga en lo artístico. Este es un disco arriesgado. Es la definitiva caída del velo de la chica buena para el que tantas mujeres están programadas, y Taylor Swift en particular. La chica que quería gustarle a todos abraza el caos, la envidia, la arrogancia. Les dice a sus fans, a quienes mimó incluso invitándolos a su casa, que también la hartan. Le dice a la industria que se agobia. También quiere ser exitosa y quiere ser amada. Esta es su confesión de cansancio, patetismo y voracidad. The Tortured Poets Department es el primer trabajo donde admite que su género es la autoficción, el memoir, la poesía confesional. Más allá de la música, faltaba su posición adulta y literaria sobre el género.

Taylor Swift hizo country, folk, pop soñador, pop rabioso, pop de estadio, baladas: contó sus romances en discos como Red (2014) y Speak Now (2012), su paso a la madurez en Fearless (2010), su caída en desgracia y la relación con el monstruo de la fama en Reputation (2017), su amor soleado en Lover (2019), su desamor en Midnights (2022), historias levemente ficcionales en Folklore y Evermore (ambos 2020) la percepción externa y la euforia de ser joven y exitosa en 1989 (2016). A pesar de que se alejaba cada vez más de la gente común, siempre pudo escribir canciones con las que resultaba muy fácil identificarse, algunas de ellas extraordinarias como “Love Story”, “All Too Well”, “Dear John”, “Blank Space”, “Right Were You Left Me”, “Cowboy Like Me”, “Cruel Summer”, “Exile”, “Betty” o “Getaway Car”, un conjunto de grandes éxitos por el que mataría cualquier compositor contemporáneo.

Es igual de importante la lista de colaboradores durante estos años, que revela una inteligencia notable para elegir compañía además del reconocimiento de pares: St. Vincent, Lana Del Rey, Haim, Bon Iver, The National, Florence Welch, The Civil Wars, Phoebe Bridgers, Kendrick Lamarr, del lado prestigio; del lado pop, Ed Sheeran, Gary Lightbody de Snow Patrol, Ice Spice, Keith Urban, Post Malone, Chris Stapleton y Zayn. Pasa lo mismo con los productores: de Max Martin a Imogen Heap pasando por Jack Antonoff y Aaron Dessner, de The National, estos dos últimos instrumentales en su paso a la madurez compositiva. Trabajó con todos, ganó todo, conoce la cancelación y la adoración enfermiza, ¿qué faltaba? Faltaba el gran poemario americano. El ladrillo hermoso y fallido. El derroche, el cálculo descalibrado. Este disco: su artefacto más honesto y más extravagante. Son 31 canciones que quién sabe cuándo encontró el tiempo para escribir.

En casi todas las canciones de The Tortured..., aunque son mid-tempo, con algún estallido, pop apacible, pianos y folk, Taylor Swift está enajenada. Un hombre la dejó. Un hombre juró amarla para siempre y mintió. Un hombre la despreció. A ella. A la reina Midas. Está furiosa. También le muestra los dientes a los fans en una de sus canciones más importantes, “But Daddy I Love Him”. No sólo es un tema crucial en el imaginario Swift sino en el pop en general y en esta época donde cancelar está pasando de moda pero el señalamiento virtuoso está en su mejor momento. Ese decir: lo que hacés está mal, de modo tal que yo, que lo señalo y te expongo, quedo del lado bueno.

Eso le pasó a Taylor cuando tuvo un romance relámpago con Matty Healy, el cantante de The 1975, que es talentoso y guapo y gusta de llamar la atención. Los fans le escribieron a Taylor una carta abierta exigiendo que dejara a Matty o, si no, que se pronunciara en contra de algunas declaraciones que él hizo sobre raza e identidad de género, casi lo único que ofende y llama la atención hoy en redes. Ella encontró su voz en la réplica. “Aprendí que esta gente te cría para enjaularte/ esta gente trata de salvarte porque te odia”, canta. “No, no voy a entrar en razones/ Yo sé que está loco pero es a él a quien quiero”. Después se burla y se indigna de la santurronería diciendo “Voy a tener a su bebé/ No, en realidad no, ¡pero deberían ver sus caras!/ Les digo algo ahora: prefiero quemar mi vida antes que escuchar un segundo más de todas estas quejas y puteríos/ Les digo algo sobre mi buen nombre: es mío y soy yo quien puede desgraciarlo/ No soporto a estas víboras disfrazadas de empáticas/ No recen por mi/ Estoy con mi chico salvaje y su salvaje alegría/ Si todo lo que quieren para mi es gris/ Entonces es ruido blanco”.

De la misma manera, “Who’s Afraid of Little Old Me?” es un canto a sí misma desembozada en el que acusa: “Ustedes no sobrevivirían un segundo en el asilo donde me criaron”. Es una meditación sobre la celebridad: en el nivel de fama donde vivo, dice, solo se puede estar loca. En el disco hay un imaginario de circo en el sentido de entrenamiento, esfuerzo, hice lo que querían, me lastimaron, me encerraron. El triángulo se completa con “Clara Bow”, indie pop melancólico donde repasa a tres estrellas que van a ser “arrancadas como una rosa”. Repite lo que le dijeron a Clara, estrella del cine mudo en los años 20 que tuvo problemas psiquiátricos, atravesó tratamientos de electroshock y, cuando intentó suicidarse, dejó una nota en la que aseguraba preferir la muerte a la mirada pública. “Esta ciudad es falsa pero vos sos real, fresca, deslumbrante”, le dicen quienes van a exprimirla. Luego es Stevie Nicks, los ‘70, el flequillo, la crónica de sus desamores en Fleetwood Mac. “La belleza es una bestia que ruge en cuatro patas, que demanda más: es el infierno en la Tierra ser celestial”. Y después es ella misma: “Te parecés a Taylor Swift, en esta luz: nos encanta. Tenés el filo que ella nunca tuvo”. Taylor ya había expresado la angustia de ser reemplazada en “Nothing New”, cuando solo tenía 22 años. En la versión de la canción a dúo con Phoebe Bridgers –rescatada para la reedición de Red– canta: “¿Cómo puede ser que una persona lo sepa todo a los 18 y nada a los 22?/ ¿Me vas a seguir deseando cuando no sea nada nuevo?”.

Este disco es la culminación de un largo proceso: la línea de llegada a la pérdida de la inocencia.

LA MUERTE DE LA VIEJA TAYLOR

En 2010, Taylor Swift ganó el Grammy a mejor video por la canción “You Belong With Me” y, esa misma noche, obtuvo el mejor disco por Fearless. Cuando recibía el premio por el video, el encargado de entregarlo, Kanye West, la interrumpió. Dijo que iba a dejarla terminar el discurso, pero que, en su opinión Beyoncé tenía el mejor video del año. La posición de Kanye era clara: no se puede ser más diosa afroamericana que Beyoncé ni se puede ser más niña blanca correcta que Taylor. Está claro qué es mejor. El aire quedó tenso durante años. En 2016 vino la tormenta. Kanye editó The Life of Pablo y en la canción “Famous” decía: “Creo que Taylor Swift y yo todavía podemos tener sexo/ A esa puta la hice famosa”. Es rap, es beef. Pero Taylor aún estaba en su época puntillosa y, aseguró, no le había dado a Kanye el permiso para tratarla de puta.

Entró en la discusión la reality star Kim Kardashian, entonces esposa de Kanye, y todo se volvió un basural. “Ella aprobó la letra, mi esposo cumplió con el protocolo. ¿Qué rapper llamaría por teléfono a una chica para conseguir su visto bueno? Sólo él”. Taylor reconoció que hablaron por teléfono, pero no la autorización. Y entonces Kim publicó una versión editada del audio de la llamada, donde parecía que Taylor consentía. En cuestión de horas era una mentirosa y una víctima, y en proporciones siderales. Internet se llenó de emojis de víboras después de que Kim los pusiera en un tweet y de los hashtags #TaylorSwiftisaSnake y #TaylorSwiftisOverParty, que son “Taylor Swift es una víbora” y después “Fiesta porque Taylor Swift se acabó”. Hicieron falta cuatro años para que el audio real y completo apareciera. No se sabe quién lo publicó, pero demuestra que Taylor decía la verdad: Kim y Kanye editaron el audio para joderla. Cuando el año pasado fue tapa de la revista Time, volvió a hablar del tema: “Me mudé a otro país. No dejé la casa que alquilaba durante un año. Me daba miedo recibir llamadas telefónicas. Saqué a gente de mi vida porque no confiaba en nadie”.

Para llamarla exagerada hay que entender desde donde cayó: 2016 fue el año de 1989, su disco más exitoso hasta ese momento. Y ella era una chica ingenua en el peor de los sentidos: una persona que no tenía idea de su nivel de privilegio, ni de cuánto podía irritar.

Poco después, el escándalo de Kanye y Kim sería el menor de sus problemas. En 2019, el contrato de Taylor Swift con Big Machine Records, el sello de Scott Borchetta donde grabó sus primeros seis discos, llegó a su fin. El super manager Scooter Braun compró la compañía y los derechos, lo que significaba tener todo el control de la música de Taylor Swift. (Scooter Braun era el manager de Kanye West, entre otros). Taylor se enfureció porque desde hacía tiempo quería comprar sus masters. Como no se los vendían y la amenazaban con no dejarle usar sus canciones para después negarlo (un gaslighting perfecto), ella tuvo otra idea: volver a grabar los seis discos controlados por Big Machine. Hay que entender algo: no son versiones, aunque las regrabaciones se subtitulen “Taylor’s Version”. Los graba nota a nota, con la misma producción: son clones. Las fotos del arte de tapa también son rescatadas, nada se actualiza. Si recupera canciones, son las que quedaron fuera en ese momento: agrega invitados, pero no siempre. Las regrabaciones, hoy, son un éxito increíble. Entonces, cuando lo decidió, el proyecto parecía una locura.

En 2020, Taylor editó Folklore, uno de sus mejores discos: folk, la entrada como productor de Aaron Dessner, un dúo con Bon Iver y el inicio del gran cambio. Ya no más la chica engañada o víctima sino una mujer compleja, endurecida por la fama y por la industria.

¿La venganza con esos empresarios? Los discos re-grabados vendieron mucho más que los originales. Solo un ejemplo: 1989, el original, vendió 1.287.000 en Estados Unidos en su primera semana. La regrabación, lanzada en 2023, vendió 1.653.000 en su primera semana y 3.5 millones alrededor del mundo.

Esta es la definición de quien ríe último. 

Taylor Swift

ABRAZAR A LA SERPIENTE

Con la edición de Reputation en 2017, Taylor en la tapa en blanco y negro, las canciones de un pop electrónico oscuro, y después de Lover, inspirado en su año de reclusión amorosa en Londres, Taylor Swift no fue la misma. Por un lado abrazó su lado sensual y dejó de ser la joven que se rodeaba de amigas modelos y actrices, ricas y malcriadas. El derrumbe del castillo fue una catástrofe que salió inesperadamente bien y la convirtió en otra artista: no necesariamente mejor pero sí menos preocupada por complacer. En “Mirrorball”, una de las mejores canciones de Folklore, lo reconoce: “Nunca fui una ‘natural’, todo lo que hago es esforzarme/ Sigo en ese trapecio haciendo lo que haga falta para que me mires”.

Taylor Swift canta sobre la pérdida de la relevancia y la juventud, sobre la nostalgia por la infancia y por épocas pasadas, sobre las expectativas de los demás, pero sobre todo canta sobre sus amores. Éste es el motivo por el que más se la critica. No importa señalar la cantidad enorme de artistas que hicieron lo mismo: Amy Winehouse con Back to Black para su esposo Blake Fielder-Civil, Joni Mitchell en Blue sobre sus relaciones con Graham Nash, James Taylor y Cary Raditz, Nick Cave en The Boatman’s Call sobre sus romances con PJ Harvey y Susie Bick, Blood On The Tracks de Bob Dylan sobre su divorcio de Sara, Beyoncé con Lemonade, donde detalló los engaños e infidelidades de Jay-Z. Por algún motivo molesta en Taylor: quizá porque sus fans se obsesionan o porque ella no perdona, se victimiza, acusa, llora. No admite su responsabilidad, sólo su tristeza y su despecho.

The Tortured Poets Society tiene varias musas: Joe Alwyn, Matty Healy, su actual pareja, el jugador de fútbol Travis Kelce... Y quizá cada canción sea una mezcla de todos esos chicos que tuvo a su lado porque no quiere estar sola, porque puede tenerlos, porque quiere arreglarlos, porque quiere un trofeo, porque le gustan muy guapos y complicados. “Fornight”, primer simple y video, es de lo más flojo; Post Malone acompaña pero no aporta mucho. Es probable que sea la canción insignia porque repite: “Te amo: está arruinando mi vida”, slogan del álbum. Le sigue la canción que da título al disco: pop ensoñado sobre dos artistas jóvenes enamorados en una época tonta: “Me reí en tu cara y te dije/ No sos Dylan Thomas, yo no soy Patti Smith/ Este no es el hotel Chelsea/ Somos idiotas modernos”. Patti Smith, por su parte, le agradeció a Taylor desde su Instagram.

Uno de los mejores momentos llega después: “My Boy Only Break Favourite Toys”: con ritmo marcial, describe esa sensación horrible de sentirse el ex juguete favorito, el que deja de interesarle al otro. “Pero deberían haberle visto la cara cuando me vio por primera vez”. Y la lucha que significa tratar de recuperar ese brillo en los ojos que se apagó. Es una canción extraordinaria. “Down Bad” es una las más depresivas y más furiosas: dice más veces que ‘fuck’ que un rapper. “Por un momento conocí el amor cósmico/ Ahora estoy llorando en el gimnasio/ Que se vaya todo a la mierda si no puedo tenerlo a él”. La canción más obvia para Joe Alwyn es “So Long London”, pop ansioso que empieza con sonidos celestiales: es sabido que hubo sueños de casamiento. “Me rompí la espalda por cargarnos a los dos hasta la cima de la colina”, reprocha. “Juraste que me querías pero ¿dónde estaban las pistas? Morí en el altar esperando las pruebas: nos sacrificaste a los dioses de tus días tristes”. Otra gran canción, con esas melodías aéreas de la reciente Taylor, y la impaciencia clara en el ritmo taquicárdico que marca el tempo.

Citar todas las canciones del disco sería larguísimo pero algunos apuntes: “Florida!!!” con Florence + The Machine no es todo lo buena que podría ser pero tiene una de las mejores líneas: “Todos mis amigos huelen a porro y bebitos”. Una reseña la calificó de cringe. Quizá la periodista olvidó lo que se siente ser una mujer soltera y sin hijos después de cierta edad. Es notable que Taylor Swift, aunque no debe tener ningún tipo de relación “normal”, sea capaz de observar de forma tan aguda a su generación.

Cuatro canciones más para redondear el peso de este ąlbum: “loml”, acrónimo de “love of my life” o “loss of my life” (amor, o pérdida, de mi vida) es un romance idealizado, en dos partes: el encuentro de jóvenes, la pausa hasta madurar, la madurez que no llega o que decepciona con el reencuentro. Al piano, delicada, es preciosa y triste sin ser trágica. “Seguimos matando el tiempo en el cementerio/ Nunca enterrados del todo”. Le sigue “I Can Do It With a Broken Heart”, una canción pop perfecta en la que explica que “me dijeron que sea falsa hasta lograrlo y lo hice/ Sonreía como si ganara, no me equivocaba/ Porque puedo hacerlo con el corazón roto”. Canción rara sobre pasarla mal en una gira exitosa, orgullosa de sí misma por su ética de trabajo, las multitudes pidiendo más y ella gritando “Soy infeliz, ¡Y no lo saben!”. “The Smallest Man Who Ever Lived” es el enojo en estado de ardor: la canción empieza muy tranquila con piano y crescendo, con un estallido que termina en: “Sos lo que hiciste/ Y te olvidaré pero nunca perdonaré/ Al hombre más pequeño que haya existido”. En esta línea lírica, pero en modo folk y guitarra, se erige “The Prophecy”, de las más desnudas: “Una mujer más grande no rogaría pero yo estoy de rodillas, diciendo por favor que cambie la profecía/ No quiero dinero, solo a alguien que desee mi compañía/ Hasta las estatuas se caen si tienen que esperar/ Tengo tanto miedo de haber sellado mi destino”.

Dramática y teatral: así es Taylor Swift y le hacía falta este disco con sus altibajos y su incontinencia. Incluso hay fans que dicen: le falta un hit. Tienen razón. Y no es porque no puede hacerlos. Es porque no le hace falta gustar y necesita gritar un nuevo tabú: el de ser una romántica intoxicada. Cuando Taylor se pronuncia o se empodera, en canciones como la feminista “The Man” o la de apoyo a la comunidad LGTBI “You Need To Calm Down”, escribe pastiches obvios. El sujeto de Taylor Swift es Taylor Swift: desde la montaña lunar en la que vive lanza comunicados sobre cómo existe un ser humano en ese ambiente amoral de millones, escrutinio y vértigo. Está más viva y lúcida que nunca. Antes que fruncir la nariz y no escuchar lo que esta mujer tiene para decir por esnobismo o porque el éxito siempre es imperdonable –Taylor lo sabe: el New York Times predijo que se acerca la “fatiga Swift” como si fuese la próxima pandemia– resulta más serio saber de qué habla una artista que ha redefinido la cultura popular a su antojo. Y que, desde un lugar donde nadie ha estado, cuenta con belleza y bravura qué siente la persona más famosa de la Tierra.

> Algunos números de Taylor Swift

UN RÉCORD POR DÍA

La mujer con más número 1

Llegó al record, antes en manos de Barbra Streisand, con la regrabación de Speak Now, en julio de 2023. A continuación logró el 1 con dos discos más, 1989 (Taylor’s Version) y ahora The Tortured Poets Society. Son 14 discos en el número 1. Sobre ella sólo están The Beatles, con 19.

Única artista en ganar cuatro Grammys a Disco del Año

En 2023 ganó con Midnigths, para muchos birlándole su merecido premio a Lana del Rey y el monumental Did you know that There’s a Tunnel Under Ocean’s Boulevard? Los otros Grammys fueron por Fearless en 2010, 1989 en 2016, y Folklore en 2021.

Primera gira en recaudar más de 1 billón de dólares

La Eras Tour –que, cuando estuvo en Argentina hizo, gracias a sus fans, una campaña más inteligente en oposición al entonces candidato Javier Milei que la verdadera oposición política– es la que más dinero ganó en la historia, rompiendo el record de Elton John con su tour Farewell Yellow Brick Road que duró de 2018 a 2023 y recaudó $939 millones.

El disco con más streams en su primera semana de toda la historia (del stream).

En su arranque online, The Tortured Poets Department llegó a las 799 millones de reproducciones en todas las plataformas. El record previo lo tenía el canadiense Drake con su disco de 2018, Scorpion, que llegó a 746 millones. 

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