El presidente Javier Milei promete la “competencia de monedas”. Estando en las malas, con la caída de un león muerto que no rebota y el bullying de no poder sacar el cepo, canta falta envido con un refrito de uno de los platos fuertes de la campaña, la dolarización y el cierre del BCRA, ahora acompañados con la exótica competencia de monedas.

Algunos han creído que son monedas cotizando tras un eventual fin de las restricciones cambiarias y un régimen de tipo de cambio flexible. Pero es algo peor. Milei está cocinando el menú completo de la escuela austríaca y ahora toca el postre.

La competencia de monedas no es una frase inocente en el mundo de las finanzas. Se trata de un concepto teórico muy particular del arsenal de la escuela austríaca, elaborado por Friedrich von Hayek para una conferencia en 1976. La publicó con el título “La desnacionalización del dinero”, contestándole a “La nacionalización del dinero” de nuestro Silvio Gesell, a quien cita en la introducción, y le profana partes (dinero libre, un arreglo internacional de “valutas”, y el índice de precios de commodities) para armar su austro Frankenstein.

Desnacionalización

Tras el fin del sistema internacional de pagos del Bretton Woods, las economías capitalistas pasaron a experimentar inflación y recesión. Hayek tuvo una epifanía revolucionaria y propuso terminar con el sistema de banca central, el monopolio del dinero estatal de curso forzoso y el régimen de depósitos fraccionarios de los bancos, para pasar a un dinero fiduciario pero emitido por bancos privados, que sólo prestarían de su capital propio.

Con este nuevo acuerdo internacional vendría una primera etapa donde las divisas circularían sin restricción, no sólo su compra-venta sino poder oficiar como unidad de cuenta, medio de pago y cancelación de deudas.

Después, con la absoluta libertad bancaria se permitiría que el sector privado emita moneda (hoy las fintechs), y se cerrarían los bancos centrales; mejor dicho, se privatizarían. Así tendría lugar la plena competencia de monedas, donde la estable desplazaría la inestable, quebrando sus emisores.

El ensayo de Hayek es el error de Milei. No fue pensado para economías aisladas, sino que es una reforma del sistema monetario internacional, para el cual todas las economías de Occidente debían comprometerse a implementarla de forma conjunta.

La propuesta fue criticada por otros austríacos como Murray Rothbard y por el padre del monetarismo, Milton Friedman, toda una pelea de perros presidenciales. Desde la UBA, Julio Olivera demostró matemáticamente sus inconsistencias con la idea de utilidad marginal.

El único antecedente que dio Hayek era una fugaz experiencia de unos bancos en Escocia. El propio Hayek advirtió: “me encuentro aún muy lejos de haber solucionado todos los problemas que surgirían con la existencia de una multiplicidad de monedas concurrentes”. Pero Milei, lector de solapas, está decidido a tirarnos de bomba a una pileta sin agua. El mes que viene viaja a recibir la medalla de la Fundación Hayek. Pura incompetencia.