Roberto Lopresti habla así de Techint: “Este grupo nos gobierna. Es el que puso la mayor cantidad de funcionarios nacionales actuales. Entonces ¿cómo no vamos a estudiar cómo piensan y actúan?”. Recuerda los orígenes del grupo, vinculados a la política industrial de Benito Mussolini, y que la conducción en la década del '70 estaba integrada por tres italianos: Agostino Rocca, padre de Paolo, Ilario Testa, que montó las instalaciones de Villa Dálmine, en Campana, y Sergio Einaudi, hijo del ex presidente italiano durante la posguerra Luigi Einaudi.

La referencia a la actualidad se debe a que Paolo Rocca no sólo es un sostén permanente y público del Presidente Javier Milei sino que le aportó los cuadros que La Libertad Avanza no tenía. Con un énfasis especial: Techint ubicó autoridades sobre todo en el área energética, empezando por el número uno de YPF, Horacio Marín, y siguiendo por el gerente financiero, Federico Barroetaveña, el interventor de Enargás Carlos Casares y el subsecretario de Hidrocarburos Luis de Ridder.

Un 23 de mayo, pero de 1974, hace poco más de 50 años, una de las empresas del Grupo Techint, Propulsora Siderúrgica, ubicada en el camino a Punta Lara, partido de Ensenada, aceptó la reincorporación de los cinco trabajadores que integraban la comisión interna y habían sido despedidos, y el aumento salarial del ciento por ciento que reclamaban, tras un extenso conflicto.

Claro que Techint no olvidó: muchos de los protagonistas de esa gesta sindical fueron secuestrados el mismo día del golpe, 24 de marzo de 1976. En esa ocasión, la empresa hizo un doble juego. Les avisó a los que estaban comprometidos que se fueran al tiempo que les facilitaba a los grupos de tareas los legajos de los militantes.

Uno de los sobrevivientes de aquel conflicto es justamente Lopresti, a quien sus compañeros apodan desde siempre "El Gringo". En diálogo con Buenos Aires/12, afirma que “nuestra victoria no fue casualidad, sino que se construyó con tiempo, paciencia, inteligencia y, sobre todo, mucha organización”.

En una fábrica de 1.500 trabajadores había 33 delegados pero también un centenar de militantes. Cada uno de ellos era responsable de interactuar con los 5 o 10 que tenía cotidianamente más cerca. El primer anillo. Los escuchaban, charlaban, les pasaban material impreso y los involucraban en las decisiones. Por supuesto, había un clima de altísima politización, dentro y fuera de la fábrica y eso, señalan, "incidía mucho".

Lopresti ingresó a Propulsora al terminar la colimba, con poco más de 20 años de edad. Había estudiado en el industrial Albert Thomas, muy cerca de la cancha de Estudiantes. "En esa época, salíamos bien preparados para entrar a una fábrica. Nos llovían propuestas y nosotros realmente elegíamos”, rememora. 

Propulsora laminaba acero y vendía chapas a las industrias automotriz, naviera, de línea blanca y constructora entre otras. El laminado se desarrollaba en unos galpones de 500 metros de largo, donde las bobinas primero se sumergían en ácido clorhídrico y luego se sometían a un proceso de decapado, para quitarles el óxido.

La empresa competía con la estatal SOMISA, con la que finalmente se quedaría en los noventa, con las privatizaciones de Carlos Menem. “Pero nosotros laminábamos más rápido, porque teníamos una máquina inglesa de última generación y la de SOMISA la habían comprado durante el gobierno de Perón”, cuenta. 

"Yo estaba en el área de mantenimiento", dice Lopresti. Y sigue: "Nos tocaba sustituir piezas de máquinas, porque en aquella época no era fácil ingresar al país un repuesto importado. Muchas veces, los que desarrollábamos nosotros eran superiores, en duración o resistencia, a los originales, y eso era un beneficio para la empresa, que se evitaba parar una línea".

Los pioneros

De todas las opciones que había, Lopresti eligió Propulsora. "Mi razonamiento fue que la siderurgia es una industria madre de otras industrias y por eso no iba a parar nunca, y entonces si entraba ahí siempre iba a tener laburo”, cuenta.

Muchos de los que fueron sus compañeros de trabajo tenían la misma edad. Dice que era una política de la empresa. "Buscaban pibes jóvenes para moldearlos a su criterio. Por ejemplo, ahora los profesionales de recursos humanos hablan de colaboradores en vez de trabajadores, porque la palabra trabajadores tiene una carga identitaria de clase fuerte que prefieren ocultar", dice, y recuerda cómo en el área en la que trabajaba  se hablaba de “la familia Propulsora”. Con ese discurso "alineaban a los laburantes detrás de los objetivos de la empresa". "Con esa cultura de familia, avasallaron la legislación laboral argentina. Ellos fueron pioneros en muchas prácticas que hoy vemos extendidas y naturalizadas.

Otro ejemplo es la tercerización o subcontratación. “Había, según la época, entre 100 y 300 trabajadores tercerizados, los propios ex gerentes o supervisores del grupo, hacían un arreglo, armaban una pyme de 20 o 30 tipos y Techint los contrataba", recuerda y agrega que Techint fue la primera gran empresa del país en tener su propia financiera, llamada Santa María. "Buena parte de las utilidades que producía el grupo se colocaban a través de Santa María en distintos activos financieros”, asegura. 

Recuerda que a veces, aparecían personajes con acento italiano y sin conocimiento técnico ni ingenieril, con puestos que no estaban de todo claros. "La empresa también hacía favores políticos", concluye. "Los argentinos accedíamos hasta determinado nivel de poder y responsabilidad, los ítaloargentinos a otro y los italianos a otro", dice para ilustrar la influencia peninsular en la empresa.

Historia del conflicto

Los jóvenes que habían ingresado a la planta a principios de la década del '70 no se sentían representados por la UOM local, que entonces encabezaba Rubén Dieguez, y comenzaron poco a poco a organizarse. “Hasta 1973 éramos una organización clandestina, informal, pero ese año decidimos presentarnos a elecciones, porque éramos muy populares", recuerda Lopresti. "Nuestra lista era la blanca y la de ellos la azul. Los sobres eran medio traslúcidos y eso nos permitía saber que íbamos ganando.”

Pero la elección duraba tres días y al final de cada día se trasladaban las urnas de la planta al sindicato en el centro de La Plata, donde quedaban durante la noche. Lopresti y sus compañeros se turnaban para dormir en el piso y cuidarlas. Pero en un traslado, el Torino que trasladaba las urnas se le escapó al Citroen que seguía atentamente los movimientos. "Nos cambiaron las urnas y así ganaron, nos quedamos con mucha bronca y ese mismo día empezamos a planificar el vuelto”, rememora. 

A fines del verano del 74, sin tener siquiera la representación gremial, pararon la planta. El conflicto duró más de cien días y la toma 30. Pedían entre otras cosas, que se duplicasen los sueldos y se los reconociera como comisión interna. "Hubo asambleas cada dos horas para tomar decisiones, en un verdadero ejemplo de democracia directa", cuenta Lopresti. "En esa comisión éramos tres peronistas de base, un comunista y uno del Partido Revolucionario de los Trabajadores, pero habíamos aprendido a trabajar juntos y dejar las diferencias de lado, porque nos daba muy buenos resultados.” 

Esa comisión estaba integrada, además del "Gringo" Lopresti, narrador de esta historia, y el "Turco" Omar Cherry, por Salvador "Pampa" Delaturi, Daniel Desanti y Luis "Pato" Rave. Sus diferentes orgánicas políticas, lejos de ser una dificultad, les permitían una mejor comprensión y articulación.

La primera reacción de Techint fue despedir a los líderes de la huelga. “La gente volvió a trabajar y ellos creyeron que con eso se terminaba, pero nosotros teníamos gente en todas las áreas, incluyendo administración interna, y eso nos permitía conocer la lista de pedidos y quitar colaboración en los puntos clave en los momentos justos", relata Lopresti que explica que, por más que la fábrica estuviera en apariencia abierta, los pedidos no salían.

Advertidos de la situación, los directivos convocaron a los cinco cesanteados a una reunión en el domicilio de Agostino Rocca, en el edificio Cavanagh, frente a la plaza San Martín, para explorar un acuerdo. “Nos recibió una mucama de uniforme azul y cofia blanca, nosotros pensábamos que eso sólo existía en el cine, en las películas de Mirtha Legrand", recuerda, aún sorprendido. Primero habló Einaudi, hizo una propuesta indecente y "casi se pudre todo". Enseguida intercedió Testa, que tenía más conocimiento y experiencia con el sindicalismo argentino. Rocca observaba todo desde un segundo plano.

Hasta que, finalmente, el anfitrión habló. “Quiero arreglar con estos rebeldes”, dijo. El problema seguía siendo la intransigencia de Lorenzo Miguel, pero la cúpula de la empresa se comprometió a buscar un acuerdo con el histórico dirigente. Quedaron en llamar a los tres días para saber el resultado de esas gestiones. “Tuvimos que comprar cospeles y buscar un teléfono público, porque ninguno de nosotros tenía teléfono”, agrega.

De acuerdo al arreglo final, aceptado tanto por la empresa como por la UOM oficial, los cinco fueron reincorporados y funcionaron como una comisión interna de hecho, informal o sin papeles. Eso duró hasta el golpe de Estado, casi dos años más tarde, que se cobró 25 vidas entre trabajadores detenidos desaparecidos y secuestrados. El lugar hoy está señalizado como espacio de la memoria. "Aquí se cometieron crímenes de lesa humanidad durante el terrorismo de Estado", dice el cartel colocado por la Provincia y el municipio.