Boca celebró el 2-1 a River en el Monumental como lo que verdaderamente fue: la ratificación de su marcha imparable. Impresionan sus números: 8 partidos jugados, 8 ganados, 24 puntos posibles sobre 24 y 9 puntos de ventaja sobre Talleres, su inmediato perseguidor y 12 sobre River, al que mira allá a lo lejos de la tabla.

Tenía que ganar Boca un partido grande. Y lo hizo. Con carácter, con ráfagas de buen fútbol y con varias individualidades (Pablo Pérez, Nández, Goltz, Magallán y Barrios) en un nivel acorde con lo que estaba en juego. Si hasta ayer, el equipo de los mellizos Barros Schelotto le había ganado a adversarios de una categoría diferente y muy por debajo de la suya, desde ayer habrá que tomarlo mucho más en serio. Acaso como lo que es: el mejor equipo de la Argentina y el gran candidato al título. Aunque el campeonato termina allá a lo lejos, en junio del año que viene. 

En cambio, River tocó su fondo emocional. En la cancha y en las tribunas, la desazón final resultó mayúscula. Si el choque de ayer era lo mejor que podía pasarle para dejar rápidamente atrás la hecatombe copera ante Lanús, la derrota le hundió el ánimo un poco más de lo que estaba. Y lo dejó lleno de preguntas que no tienen respuesta. Después de esta semana negra, nada será igual para el cuadro de Marcelo Gallardo.

El nudo de un partido hasta allí cerrado y trabado, con pocos espacios para gestar fútbol desde la mitad de la cancha y dominio alternado, empezó a desatarse a los 40 minutos del primer tiempo. En ese momento exacto, Nacho Fernández le puso un terrible planchazo en el pecho a Edwin Cardona, el árbitro Néstor Pitana no dudó en mostrarle la tarjeta roja y el colombiano se cobró inmediata ventaja. A 35 metros del arco y en línea recta, acomodó un precioso tiro libre de derecha bien arriba sobre la izquierda de Germán Lux y adelantó a Boca en la carrera.

Para buscar el empate, Gallardo apretó algunas teclas: de vuelta para el segundo tiempo, lo sacó a Ariel Rojas y lo puso al uruguayo Nicolás De la Cruz para que jugará detrás de Ignacio Scocco. El mellizo Guillermo también hizo sus movidas: tiró a su equipo 15 metros atrás para generarle a las corridas del cordobés Cristian Pavón, el espacio que hasta allí no había tenido.

A los 15 minutos, Pitana compensó: entendió que un manotazo de Cardona en el pecho de Enzo Pérez, en verdad había sido un codazo en pleno rostro y lo expulsó. A los 18 minutos, Gallardo se jugó por entero: lo sacó a Maidana y lo puso a Carlos Auzqui para ensanchar bien el frente ofensivo, aún a riesgo de defender con línea de tres. Y a los 24, un derechazo espléndido de Leonardo Ponzio desde fuera del área se convirtió en el 1-1.

Julio Martín Mancini
La expulsión de Cardona.

El estadio era un hervidero de gritos. Pero apenas 3 minutos después, Boca lo llamó a silencio. Pablo Pérez, un hombre clave para el manejo xeneize de la mitad de la cancha, puso un pase a las espaldas de Milton Casco y el incansable uruguayo Nahitan Nández definió con una volea derecha que acaso hubiera merecido una mejor respuesta del arquero Germán Lux, otra vez cuestionado.

Perdido por perdido, Gallardo lo sacó a Enzo Pérez por el colombiano Santos Borré y armó una doble punta de lanza. Pero no hubo caso. Paolo Goltz y Lisandro Magallán, los centrales de Boca, aguantaron lo que River les tiró por arriba y por abajo hasta el final de una noche de emociones cambiantes.

Ganó Boca el partido que tenía que ganar. Y habrá que ver quién puede parar su máquina de fútbol, hasta aquí imparable. Perdió River el partido que no tenía que perder. Y habrá que ver cuándo le encuentra la salida al laberinto emocional en el que está metido.