Al igual que dios en el Antiguo Testamento o Maradona en sus historias de Instagram, a Hollywood le gusta hablar de sí mismo en tercera persona. Es por eso que cuando semanas atrás explotó la bomba de Harvey Weinstein y su interminable lista de acosos y humillaciones -que incluye nombres de celebridades de primera línea como Gwyneth Paltrow, Ashley Judd y Angelina Jolie, pero también mujeres que no son figuras públicas, como empleadas de su compañía o asistentes ocasionales- la meca del cine pareció desdoblarse en las noticias. “Era un secreto a voces en Hollywood” o “durante años Hollywood hizo oídos sordos a las denuncias de las víctimas…” se puede leer en las coberturas de medios como Variety o The Hollywood Reporter, que tocaron el asunto como si fuese algo que les era ajeno, desentendiéndose de su rol de voceros de toda una industria. 

Quizá por eso no resulta casual que el actor Anthony Rapp haya decidido contar el intento de abuso que sufrió por parte de Kevin Spacey en Buzzfeed, un medio digital que está muy lejos de ser “alternativo” o enfrentarse a las corporaciones pero que mantiene una de las bases sobre las que se fundaron las redes sociales originalmente: la horizontalidad y el comunitarismo. Cualquiera puede escribir en el sitio y usar sus herramientas de publicación sin distinción de un periodista de su staff. Si el contenido le gusta a la comunidad, que vota al terminar cada artículo, puede incluso llegar a la portada y tener una audiencia de millones de lectores de todo el mundo. Durante tres décadas Rapp, cuenta, vivió con culpa y miedo y recién ahora, que logró un papel de relevancia en una serie internacional y no es sólo un bicho de teatro musical, encontró la fuerza para enfrentar a un pope de Hollywood sin sentir que iba a ser aplastado por el mismo sistema que hoy se muestra sorprendido.

Los que no se animaban a hablar seguramente tomaban como moraleja la vida de Rose McGowan, la actriz que denunció que fue violada en un festival de cine por Weinstein en 1997, bajo la protección de sus poderosos amigos. Nadie la tomó en serio, su testimonio fue puesto en duda y alguno creyó que sólo buscaba generar un escándalo para volverse más famosa. Así, pronto se dio cuenta de que la única manera de seguir trabajando era si se mantenía callada. Veinte años más tarde, no precisó de los periodistas, usó su cuenta de Twitter para contar el hecho y denunciar la hipocresía que la rodeaba: “Todos ustedes, niños dorados y VIP de Hollywood.... son MENTIROSOS. Ustedes saben de quiénes hablo”. Fue la primera voz pública que rompió el cerco de silencio de Weinstein y que le puso nombre y apellido a sus encubridores, como Ben Affleck.

Unos días más tarde, conmovida por los testimonios que empezaban a conocerse pero temerosa de que todo fuese visto como un capricho de celebridades, Alyssa Milano lanzó en su cuenta de Twitter el hashtag #MeToo -”Yo también”- con el que invitó a que cualquiera contara sus propias vivencias de abusos y violencias. Aunque 140 caracteres parecían pocos para narrar estos horrores, la convocatoria no sólo tuvo más de 25 mil retweets, sino que en 24 horas el hashtag tuvo más de 100 mil respuestas en todo el globo. Se sumaron famosos como Lady Gaga, Rosario Dawson o Debra Messing pero también hubo espacio para testimonios como el del actor Javier Muñoz, un nombre ascendente de Broadway tras el éxito de Hamilton, que vive públicamente como un hombre gay con VIH, y que aseguró que sufrió “múltiples” intentos de abuso a lo largo de su vida.

Aún resta mucho tiempo para saber si esta suerte de despertar de conciencia de Hollywood culminará en un verdadero cambio de época o si será sólo un episodio de gatopardismo, pero parece innegable que, incluso con sus muchas deficiencias, la tecnología le puede dar hoy voz a todos. Pero mientras el sistema habla de sí mismo en tercera persona, los abusados, los oprimidos y las minorías hablan por sí mismos.