Desde que, una década atrás, el Foro Económico Mundial (FEM) comenzase a publicar sus informes anuales sobre brecha de género -analizando la participación política femenina, el acceso a la educación, a la salud, la igualdad económica y laboral de 144 países- ha ido corroborando un “lento pero constante” progreso hacia la paridad entre hombres y mujeres. Al menos, hasta ahora. Porque en su más reciente estudio, lanzado los pasados días, alerta la fundación que no solo el “lento pero constante” progreso se ha detenido: por primera vez en los últimos 10 años, ha comenzado a ir en reversa. Ajá: la brecha de género global se ha ensanchado este último año, en tanto no uno sino varios indicadores han mostrado retrocesos. “La desigualdad de género priva al mundo de un enorme recurso de talento sin explotar en un momento en que es tan importante para abordar los enormes desafíos y las fuerzas disruptivas que enfrentamos”, subraya enfáticamente Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico, en el significativo paper publicado.

Mientras, Saadia Zahidi, una de las autoras del informe, miembro del comité ejecutivo de FEM, advierte al ser consultada: “Es el 2017; no deberíamos ver una involución en la paridad. La igualdad es tanto un imperativo moral como económico. Algunos países lo han comprendido, y ya están viendo los beneficios de las medidas proactivas que han tomado para abordar sus diferencias de género”. Vale decir, en ese sentido, que los ponderados países nórdicos, como ya es costumbre, lideran el ranking de naciones con menor desigualdad: Islandia, primera en la lista, está a la cabeza con un 12 por ciento de brecha. De cerca lo siguen Noruega, Finlandia, Suecia…   Las peores notas, por cierto, se las llevan Yemen, Pakistán, Siria y Chad.

Acorde al mentado documento, correspondientemente intitulado The Global Gender Gap Report 2017, la brecha promedio general (que contempla todos los indicadores previamente citados) es del 32 por ciento: es decir, las mujeres tienen 68 por ciento de chances, oportunidades, resultados, en comparación al varón al momento actual. El pasado  año, en cambio, la brecha era menor: se estimaba en 31.7 por ciento, porcentual que debería bajar a cero para alcanzar la paridad universal. Y aunque no falte quien señale que la brecha no ha crecido tanto, que haya sucedido por primera vez en 10 años, no deja de ser señal de alarma… De hecho, concluye Schwab que la información publicada debería “servir como un llamado a la acción para que los gobiernos aceleren la equidad a través de políticas más audaces, para que las empresas prioricen la igualdad como un imperativo económico y ético, para que todos seamos profundamente conscientes de las elecciones que hacemos a diario que impactan en la paridad a nivel mundial”. 

Finalmente, lograr el cometido no responde únicamente a razones humanitarias, de justicia social: sobrados son los estudios que aseveran que invertir en igualdad es rentable, ayuda exponencialmente al crecimiento económico de los países, incrementa su producto bruto nacional. Es, en ese sentido, especialmente preocupante cierta variable analizada por el FEM: la brecha económica, que marca la diferencia entre hombres y mujeres en lo que refiere a salarios, oportunidades económicas, posiciones de liderazgo en empresas, participación en los lugares de trabajo. Anota al respecto el estudio que “solo se ha cerrado el 58 por ciento de esa brecha; y por segundo año consecutivo se registra una involución”. Y anota: “Es su valor más bajo medido por el índice desde 2008”. Las razones, entre otras, harto conocidas: además de percibir sueldos más bajos por realizar la misma tarea, las mujeres tienen más chances de realizar trabajos no remunerados o trabajar part-time; además de tener menos probabilidades de ascender a altos cargos con alta remuneración, y de desempeñarse -en general- en empleos con menos remuneración (no acceden, por ejemplo, a áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). En el caso puntual de la Argentina, por cierto, aunque en variables como “salud y supervivencia” o “empoderamiento político” (léase, mujeres en política) saca buenas notas, en el aspecto económico los resultados lo ubican en el puesto 111… de 144 países. Si solo se considerase la brecha salarial -salario recibido por trabajo de igual valor- caería aún más en el ranking: estaría en la posición 118.

Al ritmo actual, concluye el FEM, la brecha global de género se cerraría en… cien años. Un siglo hasta alcanzar las mujeres del mundo equitativa participación política, acceso a la educación, a la salud, la igualdad económica y laboral. ¿El desafío más grande? Lo ya dicho: lograr la igualdad económica y laboral que, acorde al FEM, solo se alcanzaría en 217 años. Ajá, en 2234. Las mediciones del pasado año estimaban que sucedería en “apenas” 170 años, pero habemus involución…  Con todo, los estimativos accionan a modo de evidente chicharra, sin contemplar que -a todas las luces- no se trata de una cuestión de tiempo ¿Qué queda sino? ¿Sentarse a esperar? Sin más, algunas feministas francesas, de cara al reloj plantado, consideran que –de ponerse en práctica medidas serias lo antes posible– la “utopía” de cerrar la brecha salarial podría lograrse en un abrir y cerrar de ojos (léase, con la próxima generación). Proponen, entre otras medidas, que –en pos de transparencia– las empresas publiquen su grilla salarial, que exista licencia parental para hombres y mujeres por igual, que haya más mujeres en juntas directivas, que haya una revalorización de empleos donde la participación femenina es alta (y generalmente son mal pagos, en comparación), que a nivel gubernamental se impongan medidas que impongan la equidad. Y a nivel personal, recomiendan: tender lazos entre compañeras; no esperar que se les reconozca el trabajo bien hecho: pedir ellas un aumento; no apichonarse al momento de negociar. Pequeños y medianos gestos que hacen un mundo de diferencia, en un mundo, lamentablemente, con mayor inequidad.