Menos sería imposible: a los 82 años y con manos que son apenas huesos recubiertos de una piel translúcida, que deja ver como magnificado el camino de las venas, Joan Didion parece a punto de desvanecerse en el aire. Es indudablemente ese cuerpo, de poco más de treinta kilos y consumido por la edad, el trabajo y el sufrimiento, el centro de Joan Didion: The center will not hold, el documental de Netflix dirigido por Griffin Dunne, actor, director de cine y sobrino de la escritora por parte de su marido (el escritor John Gregory Dunne, cuya muerte en 2003 dio lugar a la escritura de uno de los libros más famosos de Didion, El año del pensamiento mágico). Seguramente por la cercanía del director con su protagonista, la clave elegida a lo largo de todo el documental es íntima: en la entrevista principal que funciona como eje de la película, Griffin Dunne parece estar de visita en la casa de su tía, donde repasan juntos las viejas fotos y videos familiares que van hilando, cronológica y prolijamente, la vida profesional y personal de Didion desde su primer trabajo en Nueva York para la revista Vogue, allá por la década del 50.

Sin apuro pero con pocas palabras, cada una de las etapas en la vida de Didion y su familia es revisada por la autora: esos primeros años en Nueva York, la mudanza a California, la escritura de sus primeras novelas y de los ensayos en los que analizó la contracultura de los sesenta, hasta su debut en temas de política local e internacional, para terminar por supuesto con los dos libros de no ficción que dedicó a la muerte de su esposo y su hija, El año del pensamiento mágico y Noches azules. Para alguien que no la haya leído, el documental puede ser una buena introducción a la obra de Didion, y para quienes sí la conozcan, quizás no haya un comentario profundo sobre algunos puntos cruciales en su carrera y mucho menos algún tipo de cuestionamiento, pero sí datos que ayudan completar, poniéndole un cuerpo y una voz, la imagen de Didion como autora y el atractivo especial de su mirada práctica y desencantada. 

En ese sentido, parece que el secreto de la construcción de Didion como escritora –o al menos así surge del relato que hace de sus primeros trabajos– es que adaptó a su medida cada uno de los lugares que ocupó. Sin dudas fue así con ese mítico primer puesto en Vogue y su capacidad de usar una revista de moda como plataforma para ensayar una escritura propia, desde el ensayo “Self respect: Its source, its power” de 1961 que llamó la atención sobre ella, su voz particular. Algo que en el documental se apuntala con anécdotas de la infancia que señalan, incluso como una deformidad sutil, la capacidad de observación y la imaginación demasiado madura para su edad de una Joan Didion de cinco años, que empezó a escribir en un cuaderno regalado por su madre.

El sueño de la self-made woman que gana un concurso cuyo premio es un trabajo en Nueva York, aunque data de un mundo que existió seis décadas atrás, sigue siendo magnético para las y los fans de Didion que la siguen como a lo más parecido a una rockstar dentro del ámbito de la literatura y el periodismo. Se entiende por qué: una amiga de la autora cuenta y demuestra con fotos cómo, en California y en la casa al lado del mar donde Didion se mantuvo durante años escribiendo junto a su marido también escritor, se levantaba tarde, después de que Dunne ya hubiera llevado a la hija de ambos a la escuela, y bajaba a la cocina con sus lentes de sol para desayunar… ¡una lata de Coca Cola! La anécdota es envidiable desde todo punto de vista, y dibuja algo así como una prehistoria del feminismo en la que una mujer vivía ya la utopía de que el marido se encargara de la hija mientras ella, que se había quedado escribiendo hasta tarde a la noche, descansaba –para no hablar del desdén por la nutrición y cualquier preocupación dietaria que representa desayunar Coca–.

Didion es esa clase de mujer, feminista antes del feminismo y venida de una era dorada anterior a la neurosis, que no vacila en afirmar con tristeza que siente que fracasó en la tarea de cuidar a su única hija, y que se construyó como un tipo particular de periodista que vale por su estilo, su firma y su mirada, en cruza con una estrella de cine (las insuperables fotos que se sacó vestida con una túnica y con un cigarrillo en la mano junto a su Corvette, por un encargo de la revista Time, ayudaron bastante). Entonces se podía, por lo visto, ser una intelectual y posar como una modelo. Quizás una de las frases que más la pintan de cuerpo entero está en la breve descripción que hace de las razones que tuvo para casarse con John Dunne: “No sé lo que significa enamorarse. No es parte de mi mundo”. No es que Didion haya necesitado oponerse al que se suponía el destino para las mujeres que se precien, el de conocer el amor y traducirlo institucionalmente en matrimonio; simplemente se trata de una noción que siempre desconoció, así como no le dio muchas vueltas al asunto cuando se trató de acceder, adopción de por medio, a la única versión de la maternidad que se le ofreció. Nunca se la vio lamentarse, y sí celebrar la llegada de su hija Quintana al mundo que construyó con su marido. 

Pero sin duda la imagen que Didion y su sobrino reconstruyen en Joan Didion: The center will not hold –ayudados por testimonios como los de varios editores que trabajaron con la escritora a lo largo de los años– es la de una vida centrada en la profesión, en el trabajo. Un trabajo que por un lado le debe todo a una capacidad de observación que hizo que Didion pareciera estar de vuelta de todo casi desde el principio (al punto que en las fotos donde se muestra con grandes lentes de sol parece casi que intentara proteger ese cuerpo diminuto del acto terrible de ver), y que por otra parte se dio en condiciones que parecen ideales: ella y su marido no sólo pudieron mantenerse en base a notas, libros y colaboraciones –con la ayuda indispensable de algún guión de cine– sino que compartieron también la escritura de varios artículos, se corrigieron mutuamente, se hicieron mejores. Esa idealidad es lo que se distorsiona discretamente en Joan Didion: The center will not hold; resulta que John Dunne era tremendo cabrón, y que además tomaba demasiado. Resulta que Quintana también tomaba demasiado (algo que Didion menciona solo al pasar en Noches azules). Resulta que dedicarse con el mismo ímpetu al trabajo y a la maternidad no es del todo posible, siempre parece que se pierde algo. 

Son estas algunas de las verdades que Didion, que padece esclerosis múltiple desde hace varias décadas, resume en apenas una palabra, una frase mínima acompañada por un gran gesto de las manos generalmente hacia adelante, como si plantara los hechos en su mismísima evidencia delante del que la mira. Hay poco espacio para el conflicto y la complejidad en el documental dirigido por Dunne, pero lo fundamental es la presencia física de Didion, su cuerpo, su voz y la relación que establecen con su escritura, que alcanza para dotar a su imagen de algunas facetas nuevas. Como escuchar sus propios textos en esa voz casi fría, escéptica y al mismo tiempo parecida a una plegaria, sobre todo cuando lee Noches azules como si fuera Allen Ginsberg recitando Howl. Después de todo, consciente como pocxs de la posibilidad de la muerte y aunque nunca se diga una palabra al respecto en el documental, Didion está llegando a los 83 años, probablemente considere que su obra está cerrada y aunque lo perdió todo –no estoy dejando a nadie, dice en un momento– deja una obra tan sólida que la justifica entera, con esa especie de sacrificio final que es atravesar el dolor lúcida para volver y decirnos qué es eso de la vejez, qué es eso de la muerte.