La primera vez que escuchó hablar de Morón tenía entre 15 y 16 años, no recuerda bien la edad. Iba a visitar después de mucho tiempo a su familia en Porteña, un pueblo cordobés de solo siete mil habitantes. Instalado en Rosario, en las divisiones inferiores de Newell´s, para Damián Akerman los 300 kilómetros de ida y los 300 de vuelta eran también un viaje entre extrañar a sus afectos y soñar con jugar en primera.

Pero ese día fue distinto. Llegó a la puerta de su casa y un hombre trabajaba en la cerradura. “¿Así que vos sos el que juega al fútbol?”, preguntó mientras extendía su mano. “Claro”, contestó rápidamente y aceptó el saludo. Enseguida entablaron una conversación con la pelota como epicentro y este hombre no tardó en soltar con orgullo que era “hincha del Gallito de Morón”. Y mañana tendrá la inmejorable chance de sumar otro capítulo de amor con el Gallito porque juntos van por una de la empresas más compleja y hermosas: tratar de eliminar a River en una de las semifinales de la Copa Argentina

Aquel cerrajero de Villa Tesei que viajó a Porteña para vivir tranquilo, nunca supo que el adolescente se transformaría años más tarde en el máximo goleador histórico del club de sus amores. Akerman llegaría a Deportivo Morón en 2003 y luego tendría tres regresos para formar un vínculo inquebrantable con los hinchas. Ídolo que tocó el cielo con las manos tras lograr un esquivo ascenso al Nacional B, vive en el barrio que lo adoptó como hijo pródigo. 

-¿Cuándo surgió el interés de Morón por ficharte?

-En 2002 estaba en carpeta porque había jugado dos o tres partidos contra ellos y les había hecho dos goles; pero decidí irme a La Serena, de Chile. Regresé a Argentina y me vinieron a buscar de nuevo. Yo en realidad no tenía ganas de venirme a Buenos Aires. Había vivido en Rosario, pero estaba criado en un pueblo muy chico. Creía que Morón era como Capital Federal.

-¿Y cómo fue esa adaptación?

-Cuando llegué no podía jugar por un tema de la transferencia y en ese momento el 9 era Lautaro Fuhr. Muy bien no le estaba yendo y empezaron las puteadas para que lo saquen. No podía creer dónde me había metido. No era joda. Por suerte debuté con un gol y seguí metiéndola para formar un vínculo hermoso con el hincha.

-Tuviste de compañeros a futbolistas que triunfaron en Primera División como Juan Mercier, Román Martínez, Sebastián Peratta, Vos tenías calidad para jugar en la categoría, ¿por qué creés que fueron solo un par de partidos los que jugaste?

-El factor suerte también juega. En Morón llegué y empecé a ganar confianza, pero en Gimnasia me pasó todo lo contrario. Me llevó Carlos Ischia y duró solo dos fechas. Después vino Pedro Troglio que me pusó cinco o seis partidos en el banco y nada más. Encima estaban el uruguayo Gonzalo Vargas, que no paraba de meterla, y un ídolo como Claudio Enría. No tuve posibilidades. Venía de un club donde era querido y me encontré sin jugar. Por eso rescindí a los seis meses para volver. Justo ese fue el año en el que perdimos el ascenso contra Defensa y Justicia en Varela.

-Al final, este año lo consiguieron. ¿Con qué podés comparar este ascenso?

-Con nada. Fue único. Estuve siempre atrás del mismo sueño. Después de tantas idas y vueltas, concretarlo a los 37 años fue increíble. Fue el premio para un club que luchó mucho, y para mí que di todo por cumplir este objetivo.

-En la Copa Argentina le ganaron a Patronato, San Lorenzo, Unión y Olimpo, todos equipos de Primera, ¿Cuál fue la clave?

-Para nosotros todo esto es un premio. Somos un equipo duro. Ahí está la inteligencia del técnico: sabemos que no podemos ir a jugar de igual a igual, porque te pueden lastimar. Entonces, se trata de estar ordenado, tener actitud y sacrificio. 

-Y en lo económico, ¿se puede vivir del fútbol siendo jugador del ascenso?

-Quizás es más fácil para los delanteros, porque los goles te dan la posibilidad de arreglar un mejor contrato. Poder vivir, ahorrar y tener tu propio negocio. Yo tuve esa suerte. La realidad es que muchos del ascenso no tienen su casa propia.

-¿Cómo es eso que no te gusta mirar fútbol?

-(Risas) Lamentablemente, es un defecto. Ahora con la tecnología me meto en páginas de ascenso y leo, me informo un poco más. Capaz que tiro algún dato y me miran como diciendo “¿De dónde lo sacaste si no mirás un carajo?”. Antes no sabía nada de nada.

-Si juegan Barcelona-Juventus por la Champions League, ¿lo mirás?

-No tengo idea cuándo juegan, no me engancho. A veces, cuando los partidos están en vivo quizás hago zapping.

-De chico, ¿tampoco te gustaba ver fútbol?

-De chico sí, pero lo que más quería era jugar; te divertís y soñás con ser jugador de Primera. Después, el sacrificio no es una boludez; por ahí se subestima lo que uno resigna para llegar. Yo a los 14 años me fui de mi casa, de un pueblito chico a una ciudad. Una pensión donde no podés comer cuando querés y llegan pibes de todas partes del país. Y ya cuando te metés en el ambiente ves que hay cosas raras que te van desilusionando.

-¿Perdiste la pasión?

-Y, se va perdiendo… De hecho, hasta hace poco tiempo pensaba que no iba a ser entrenador ni seguir ligado al fútbol. Pero ahora creo que lo voy a hacer.

-¿Y cómo vas a ser entrenador sin mirar fútbol?

-Quiero hacer el curso. Tengo que capacitarme. Por eso, cuando me preguntaste, dije que es un defecto. Voy a necesitar mirar e informarme.

-Tenés una escuelita de fútbol, ¿cómo va ese proyecto?

-Empecé hace seis años y tengo profes que me ayudan. Cuando arrancó participaba poco. En ese sentido también he cambiado mucho. Ahora estoy más, me gusta charlar con los padres, tomar mates, conocer a los chicos. Habrá 100 y conozco el nombre de 90. 

-Muchas veces se dice que el principal problema con los chicos es la conducta de los padres, ¿es así?

-Es el gran problema. En mi escuelita tratamos que se comprometan y acompañen a sus hijos. Participamos en una liga, pero no les estamos metiendo a los chicos en la cabeza la necesidad de ganar. Entonces, es diferente la gente que viene.  

-Todavía no empezabas tu carrera cuando fuiste papá. ¿Cómo viviste ese momento?

-Tenía 19 años, jugaba en inferiores y alternaba algunos entrenamientos con la primera. Quedé libre de Newell’s y me fui a Argentino de Rosario. Tuve que aprender a ser padre cuando era un pibe. Hoy mi hija tiene 18 años y la veo como una nena.  A esa edad la tuvo la madre.

- En ese momento, ¿se te cruzó por la cabeza buscar un trabajo fuera del fútbol

-Por suerte contamos con un gran apoyo de mi suegro. No tuve que trabajar de otra cosa. Había arreglado un contrato en Argentino y con eso andábamos a los ponchazos. Al principio busqué laburo y casi entro a una estación de servicio. Por suerte no lo hice. Creo que me salió bien.

-¿Te cae la ficha del amor que tiene la gente de Morón por vos?

-De vez en cuando caigo. No te das cuenta en el día a día. Pero ha venido gente con un tatuaje de mi cara, festejando un gol o con mi firma. Cosas grosas que a pocos jugadores les suele pasar. Ahí es cuando decís “mierda, algo bien habré hecho”. Igual, están locos (risas). 

-Salvo por trabajo, no te imaginó viviendo en otro lado que no sea acá...

-Y, ya tengo lo mío. Va a ser muy difícil que me vaya a otro lado.

-¿Cómo fue tu experiencia en Rusia?

-Cuando me fui de Gimnasia unos empresarios pusieron plata para llevarme al Rubin Kazan. Estuve en la pretemporada en Antalya, Turquía. En el grupo estaban el Chori Domínguez, el uruguayo Andrés Scotti y un par de brasileños. Compartía la concentración con el Chori. Una experiencia única que me dio el fútbol, pero que por lástima quedó ahí porque no llegamos a un acuerdo. Hubiese sido un paso muy importante en cuanto a lo económico, pero no se dio y volví a La Plata.

-¿Cómo manejaban el hecho de quedar siempre en la puerta del ascenso?

-Era muy difícil contener la desilusión de tanta gente. El Gallo llena la cancha como un equipo de Primera División. Me ha pasado mientras jugaba en Gimnasia de Mendoza de ir a Puerto Madryn y cruzarme con hinchas en la puerta del hotel. Y así es en todos lados a los que voy.

-Encima sos un ídolo…

-Si bien yo no me doy cuenta de eso, los chicos te miran. Y para ellos es importantísimo. Les das una alegría. Se quedan contentos

-¿Por qué de cada club que te fuiste siempre volviste a Morón?

-Vos te sentís bien en un lugar y querés estar ahí. Si en tu casa te llevás mal con tu mujer, es obvio que en cualquier momento te vas a separar. En el fútbol es lo mismo. Uno está donde más cómodo se siente. Que la gente siempre te reciba y trate con cariño no tiene precio.

-¿Creés que hay mucha diferencia entre el ascenso y Primera División?

-Hay jugadores de la B Metropolitana y del Nacional B que pueden jugar en Primera. Pero es una realidad, la diferencia existe. Por algo están ahí.