Un tributo al rhythm and blues, a la sofisticación y la fuerza de esa música de sello afroamericano, que evoca los años 50. Y también un despliegue musical sustentado por una big band de catorce músicos, y por una voz versátil y afinada. Eso es parte de lo que trae Elizabeth Karayekov con su disco Miss Tape, y con un espectáculo en el que redondea esta idea desde lo escénico y lo corporal, los gestos y la vestimenta, la ambientación y la onda. Todo está tan ajustado en la recreación, que hasta algunas parejas se dejan llevar por la música y se lanzan a bailar, como era entonces. La cantante volverá a proponer su viaje al ritmo del Rhythm and Blues hoy a las 21 en La Tangente (Honduras 5317), bien acompañada por su Big Blues Band y con un repertorio que depara sorpresas. 

Es que las canciones que trae esta cantante de búlgaro apellido no son solo las de aquella época: también hay clásicos de otros tiempos y otras latitudes reversionados para esta big band, y así Michael Jackson, Beyoncé, The Beatles, Aerosmith y Madonna suenan como en una gran orquesta de los ´50, y en la voz de Karayekov. “Yo no soy compositora, soy intérprete, entonces me expreso a través de la selección del repertorio; mi parte creativa pasa por transformar lo que ya existe en algo nuevo. Me parecía interesante la idea de llevar algo que tiene un sonido moderno a una sonoridad más antigua. Es común hacer el camino inverso, recuperar canciones viejas y ponerles una sonoridad más actual. Esta vez probé hacer el camino inverso, tomar las canciones de mi generación, desde este sonido que es el que rescato”, explica. Fue un trabajo que hizo junto a Ernesto Salgueiro –también a cargo de la guitarra– en la dirección musical, y con la big band que suma trompetas, trombones, saxos, piano, guitarra, contrabajo y batería. Allí forman Miguel Ángel Tallarita, Iván Carrera, Valentino Salami, Gastón Rodella, Milton Rodríguez, Gonzalo Pérez, Ezequías Aquino, Claudio Scolamiero, Pablo Fortuna, Marcelo Andrada, Sebastián Fahey, Nicolás García Chamorro y Julián Fernández Castro.

“Mi idea es recrear esa situación que podría haber sucedido en 1952: una banda con una formación similar y una cantante femenina amenizaban una velada, y por lo general la gente bailaba también. Eso es algo que suele suceder cuando hay espacio, y en ese momento sentimos que está realmente completo lo que estamos buscando. Cuando la gente baila, se hace parte también del espectáculo, y eso me encanta”, observa. 

–¿Por qué eligió el rhythm and blues para expresarse, qué transmite esa música?

–Como cantante estuve siempre asociada a los estilos que derivan de la música afroamericana. Cuando decidí formar mi banda la sonoridad que más me gustaba era la que correspondía a esa década. Y además dentro del género llamado rhythm and blues quedan vinculadas sonoridades que permiten una gran diversidad de interpretación a nivel vocal. Entonces este género musical me da muchas posibilidades, puedo explorar diferentes tesituras musicales, desde sonoridades más jazzísticas a más bluseras, pasando por el rock and roll. Ahí adentro puedo jugar mucho. 

–¿Y qué encuentra el público en esta música, qué devoluciones ha tenido?

–La gente agradece poder escuchar una big band, una formación tan grande, con esa presencia tan contundente, algo que para mí era un sueño personal. Agradecen esa experiencia musical diferente. También de algún modo se llevan todo lo que connota esta música que tocaban en esa época los afroamericanos, que es un recuerdo de época: la escuchás y te imaginas una situación, un ambiente, un momento particular de la historia, el cine, las estrellas de ese momento, la elegancia, la delicadeza, y también el baile y la alegría. La gente siempre se va con una sonrisa y eso es lindo, seguramente también porque yo soy un poco payasa... Y pongo mucha atención a transmitir no solo con lo vocal, también con los gestos, los movimientos, el cuerpo. Mucha gente mayor me ha contado al finalizar el espectáculo algún recuerdo en especial que yo les desperté, de cuando eran novios, por ejemplo. Esa es una de mis mayores gratificaciones.