James Murphy vio a sus bandas preferidas perder calidad, y no quería hacer lo mismo con LCD Soundsystem. Por eso, aunque finalmente se sentía cómodo en una banda -no quería que fuera otra, como le había pasado siempre–, después del tercer disco la dejó de ir. “Si sigo me voy a empezar a sentir profesional. ¿Y con qué metas? ¿Ser más grandes? Las metas se empiezan a volver profesionales más que creativas, y no quiero hacerme el cuento de la reinvención y todo eso. Tengo una banda que me gusta y no quiero ser una parodia ni ponerme en ridículo usando otra ropa de repente. ¿Viste esas bandas que pasada cierta edad el tipo se pone traje? Todos vuelven y se reinventan y es como Bono, que ahora le dicen la Mosca, no sé. No me resulta interesante. Hay tantas otras cosas que me gusta hacer”, dijo en 2010 en la revista Clash, a los 40 años. 

Lo del Madison Square Garden, la “zambullida perfecta”, se sabe ahora que tuvo algo de arrebatada y caprichosa. Aparentemente, más allá de lo que sucedía después, la idea de Murphy era dar un concierto de magnitud, icónico, en la sala más legendaria de Nueva York. Pero los encargados del lugar no creían que una banda indie lo llenaría –son alrededor de 18 mil tickets– y sugirieron contratar un nombre grande de show apertura. Como lo contó en The Guardian, él les respondió: “Entonces que sea el último recital de LCD Soundsystem”, y cortó el teléfono. Así promocionado –hasta le puso dress code de blanco y negro–, las entradas se agotaron en minutos. El concierto fue el 2 de abril de 2011, duró cuatro horas, cerró con “New York, I Love You But You’re Bringing Me Down”, la balada más característica. Al final, un chico se quedó llorando solo mirando el escenario vacío. 

Esa noche se registró por completo para un documental: el backstage, el escenario y el público. El chico que llora aparece dos veces. Un amigo lo reconoció en el trailer y Murphy lo invitó al estreno en 2012. Se ve en You Tube en una serie de The Creators Project para Vice: es un adolescente de aparatos y mejillas rojas, que conoció LCD investigando In Rainbows de Radiohead (2007 es un año importante: también sale Oracular Spectacular de MGMT). La noche de la despedida era la primera vez que los veía en vivo. En la premiere, Murphy le firmó el vinilo de This Is Happening; le escribió: “Jackson, you rule our movie”. El sentido es más amplio que “sos lo mejor de la película”. Tiene algo de orgullo y gratitud la expresión. “En ese momento no lo podía entender”, dice el chico en el video: “Ahora tiene todo el sentido: siempre van a ser geniales”. 

Shut Up And Play The Hits (callate y tocá los hits), la película de Dylan Southern y Will Lovelace, intercala imágenes del día después de Murphy, recién levantado, paseando a su bulldog francés como un nuevo jubilado; y fragmentos de una entrevista en un bar, donde dice, cuando el periodista pregunta cuál cree que fue el peor fracaso de LCD: abandonar. 

La broma infinita

La palabra fracaso recorre esta historia. En otro video muy difundido, Murphy dice, sin particular dramatismo o comicidad, como un hecho personal muy asumido, que hasta los 26 años su vida fue eso, un fracaso. Pero no el heroico de haber intentado mucho algo que no funcionó, sino un fracaso vulgar y lógico, producto de la inactividad. Lo vio cuando se publicó La broma infinita; recuerda haber pensado que si se ponía a escribir en ese momento, igual no llegaría a hacer algo así para los 34, la edad de David Foster Wallace en 1996. 

James Murphy era de los que salen y se quejan de la música, o no van a los lugares cool porque son cool, y critican pero no hacen porque tienen vergüenza y miedo. Porque no era un hombre abúlico sin pasiones. Tenía una colección de vinilos que arrancó de chico, podía tocar instrumentos, operar un estudio, el sonido de una banda en vivo. Será que a veces el propósito tarda en llegar.

Por esos años conoció a Tim Goldsworthy, un productor del mundo del trip hop, que se mudó a Nueva York para grabar un disco de David Holmes, un irlandés. Goldsworthy llegó entusiasmado, pensando que iba a encontrar un b–boy en cada esquina, pero durante la administración Giuliani –tiempo de limpieza republicana– la ciudad se había puesto más sobria. En el estudio que había armado Murphy en un sótano, se encontraron los dos desencantados y empezaron a salir juntos. El inglés lo llevó al mundo de la música dance. Antes de la pelea, contó que la primera vez que Murphy tomó éxtasis, lo vio bailar “Tomorrow Never Knows” con los ojos cerrados adentro de una ronda que gritaba su nombre. Es una imagen bella y probable. 

Con un tercer amigo fundaron Death From Above –abreviado DFA después de los atentados–, el sello que apuntaló la carrera de The Rapture. Cuando el mainstream revivía el garage –son los años de White Stripes, The Strokes, etc.–, ellos apostaban al rock ácido y bailable, y tenían fama por sus fiestas border de música impredecible (mezclaban Donna Summer, Kraftwerk, The Stooges, Daft Punk, Can). Murphy recuerda ese momento, convertirse en DJ, como lo más cercano a un ser visible que se había sentido nunca. Pero al mismo tiempo ocurría Internet, y cuando aparecieron los primeros selectores millennials, su versatilidad en las bandejas dejó de ser especial. Entonces, con 32 años, bajó al sótano, programó una base, y escribió aquella tragicomedia hablada, “Losing My Edge”, el monólogo de un hipster que empieza a perder ventaja frente a gente más joven con el camino allanado a la erudición musical. Se lanzó como single en 2002 y fue una marca de identidad eterna: James Murphy, un señor sin look que entró en el rock siglo XXI hablando de su adultez, con actitud de añoranza –”yo trabajaba en una disquería, tenía todo antes que todos”–, exponiendo su inseguridad como el viejo punk exponía su enojo. 

Cualquier canción de LCD es mejor, pero “Losing My Edge” es fundacional. Cuando LCD empezó a desarrollarse –el debut es de 2005–, directa y efervescente, para bailar y sentirse solo, Murphy la definió como “una banda sobre bandas”. Él, que es ante todo un fan –de la era postpunk sobre todo–, y después un ingeniero tan calculador como animal, busca el sonido necesario, no el incomparable: “Ya todos fueron hechos”, dice. Ubica las referencias para ser reconocidas, celebradas, sólo que en contextos nuevos, en una masa de teclados y percusión muy suya, por eso las canciones se sienten y emocionan. Como la guitarra de “Heroes” en “All I Want”, que es más ligera y el estribillo dice: “Todo lo que quiero es tu lástima, todo lo que quiero son tus lágrimas amargas”. La influencia de David Bowie se siente también en American Dream, el cuarto disco, que salió en septiembre con portada de un cielo de día. El comienzo y el final son baladas oceánicas y complejas que seguro le gustarían. En el cierre, además, le habla a él. Es lo que dicen todas las reseñas y más de una frase lo sugiere. “Estabas entre un amigo y un padre” o “tenía miedo y dejé de ir”, porque Murphy fue uno de los productores convocados para las sesiones de Blackstar, pero enseguida se abrió. Por último y principal, Bowie le dio el consejo que terminó de reunir a LCD: si era algo que lo hacía sentir incómodo, lo tenía que hacer.

Murphy confirmó el regreso en enero del año pasado, cinco días antes de la muerte de Bowie, en un largo texto justificativo, digno de un culposo, con el sencillo argumento de ser un hombre que hace canciones y quiere tocarlas con sus amigos (Nancy Whang, Al Doyle de Hot Chip, Gavin Russom, que acaba de hacer el cambio de género, y otros).

Antes supo dignificar el retiro. Fue padre, puso un bar de vinos con la mujer en Brooklyn, desarrolló una variedad propia de café, actuó en The Comedy (2012), la película de Rick Alverson donde es uno de los amigos regordetes aburridos de Tim Heidecker. Musicalizó dos películas de Noah Baumbach, produjo a Arcade Fire y Yeah Yeah Yeahs, armó un soundsystem descomunal –había que transportarlo en barco– con David y Stephen Dewaele de Soulwax. “Terminar la banda me hizo dar cuenta de que soy músico primero y principal. Yo antes pensaba: ‘No tengo nada de especial como músico. No toco bien la guitarra, no toco bien la batería, no toco bien el bajo, pero lo que sé me sirve para hacer la música que quiero hacer’. Y eso de alguna manera me hacía sentir que no era realmente músico. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que entiendo la música mejor que cualquier otra cosa. Que no era algo más: que era eso”, dijo en Vulture. También contó que el trabajo en el estudio fue más fácil: el miedo y la duda esta vez no lo paralizaron –la presión por hacer algo bueno sin autoplagiarse le hacía pasar días horribles: no sólo por convicción se terminó esto–. 

Ni una foto flaco

Ahora asegura que no habrá otra separación. Que si volviera a verse abrumado –además padece las giras: se le pegan todos los gérmenes de los aviones–, se retirará de escena en silencio. James Murphy sabía que arriesgaba su prestigio con un regreso anticipado, después de aquella trilogía perfecta: “La única ventaja es que no hay fotos donde estemos flacos, hermosos e imparables”. Lo cierto, aunque suene cliché, es que American Dream es un disco superior en todo aspecto: familiar pero sorprendente, lleno de golpes certeros, sutilezas para descubrir y mejoras, como el trabajo de guitarras y el hilo en las letras. También es el primer número uno de LCD en Billboard. Todo lo cual es coherente con la historia: lo mismo fue This Is Happening un avance respecto de Sound Of Silver, y eso que éste lleva la reputación de haber asentado el estilo de LCD y mostrado que puede llegar más lejos en su capacidad de provocar placer con una canción (el debut es obviamente valioso por presentarlos, pero no tiene un “Someone Great”). 

La ansiedad por el regreso no se provocó con tiempo de espera sino con música: es un efecto del tema apertura. En los cuarenta segundos iniciales suena un tictac acelerado sobre el silencio; después la canción se aploma, se revela lenta y acechante –la primera apertura oscura de LCD–, y recién pasado el minuto se escucha la voz de Murphy. Canta con integridad y dulzura para alguien a quien llama “baby”, “sugar”: un amor dormido en sus brazos que está sufriendo una pesadilla. No se entiende, porque en el estribillo –no hay palabra mejor para diferenciar el momento– el que está dormido es él: “Por favor despertame”, dice con la mayor emoción que se le recuerde. Pero ni la confesión “estoy de rodillas” hace explotar los instrumentos y definir la intención. El tema avanza repetitivo y flotante, con teclados densos, reconocibles, y nunca cae ese beat, nunca llega la descarga, el trance terapéutico que se espera, se necesita casi, de una canción de LCD. 

A continuación, el disco se abre con generosidad. Llegan los beats revoltosos, la actitud decadente y provocadora, y la conversación clásica de Murphy: el paso del tiempo y la música. “Suena como los ‘90”, dice el coro de Nancy Whang sobre el pop mainstream. Y “Tonite” empieza: “Todos cantan la misma canción. Dice: esta noche, esta noche, esta noche”. Se burla, pero finalmente hace lo mismo: repite la palabra con música infecciosa. Es uno de los picos del álbum; el otro, muy distinto, más serio y tremendo, es “How Do You Sleep”, el tema para Goldsworthy (como el de John a Paul). Están los momentos más toscos y enloquecidos (“Emotional Haircut”), y los de larga y sencilla delicia (“Change Your Mind”). Las letras son cohesivas como nunca antes: hay palabras y situaciones que se repiten de principio a fin, como el encierro y el despertar. “Por la mañana todo se ve más claro, cuando la luz del sol expone tu edad”, canta Murphy en “American Dream”, una balada sobre el lugar de pertenencia (“donde puedas ser aburrido”). No haber crecido dentro de la industria le dio perspectiva; eso se nota en la escritura. Antes de arrancar con DFA estudió lengua unos años. En el anecdotario quedó que pudo haber sido guionista de Seinfeld. Supo de la propuesta años después de que le llegara la carta, cuando volvió a su pueblo de Nueva Jersey a enterrar a los padres. Murphy no lo lamenta: dice que si se hubiera hecho rico a los 22 habría sido “un idiota importante”.

LCD Soundsystem tocarán en Argentina el día 3, del Festival Lollapalooza, el 18 de marzo de 2018 en el Hipódromo de San Isidro. Cierra Pearl Jam. Tocan The National y David Byrne. Entradas por www.allaccess.com