Eran las siete en punto de la mañana. El teléfono sonó en una casa de Managua. Sergio Ramírez atendió, a las siete de la mañana. Una voz de inconfundible acento español le anunció que ganó el Premio Cervantes, dotado de 125.000 euros, a las siete de la mañana. Las pupilas del escritor, el primer nicaragüense en obtener el “Nobel español”, se expandieron como si intentaran fugarse de los ojos, a las siete de la mañana. La claridad meridiana de su sonrisa sembró alegría, a las siete de la mañana. El epílogo de torcer el rumbo del mandato paterno –ser abogado– se terminó de escribir a las siete de la mañana. La primera fantasía infantil fue convertirse en superhéroe de historieta, que era lo que más leía. Tener poderes sobrenaturales, volverse invisible. “Es una buena manera de comenzar el día”, respondió el novelista, cuentista, ensayista y memorialista de 75 años, que fue revolucionario sandinista y vicepresidente de su país entre 1984 y 1990, hasta que el desencanto por la deriva autoritaria de esa utopía revolucionaria con la que se comprometió lo distanció de la política de Nicaragua.

“De mi pasado revolucionario me quedan los ideales intactos, a prueba de polilla y de moho, y me seguirán acompañando hasta el final”, subrayó el flamante premio Cervantes a la agencia española Europa Press. Ramírez, que acaba de publicar la novela negra Ya nadie llora por mí –protagonizada por un personaje conocido por sus lectores, un revolucionario de la primera hora, Dolores Morales, guerrillero que deviene detective de causas menores–, planteó que esos ideales incluyen sociedades “menos desiguales” y “democracias y pueblos que vivan en régimen de libertad”, frente a “paraísos descalabrados y caducos”. “Estoy ausente de la política desde hace 17 años y no me interesa vivir dentro de ella, sino de la literatura. Soy un observador crítico y opino cuando toca, pero no creo que sea parte de la solución: ese es el lugar de los jóvenes, que lamentablemente están fuera de la acción política”, agregó el narrador nicaragüense, que recibió la llamada del ministro de Educación, Cultura y Deporte de España, Íñigo Méndez de Vigo, cuando estaba desayunando en Managua. “Cuando apareció en la pantalla de mi móvil el código +34 supe que me llamaban para decirme que había ganado el premio”, reconoció el escritor, quien sabía que estaba entre los candidatos gracias a que su nombre “aparecía en las quinielas de varios medios”, junto a los poetas Ida Vitale (Uruguay) y Rafael Cadenas (Venezuela). 

“Estos días leía a (Haruki) Murakami, De qué hablo cuando hablo de escribir, y ahí sale una reflexión que me gustó mucho sobre los premios y los escritores. Murakami, que siempre sale en la lista de espera del Nobel, dice que los premios hay que disfrutarlos pero no perseguirlos, porque perseguirlos va contra la libertad que necesitamos los escritores. Yo no sufría por el Cervantes, pero ahora que me lo han dado pienso ser feliz con él, por lo menos, hasta que el año que viene se lo den a otro”, ironizó Ramírez, autor de los cuentos Charles Atlas también muere (1976) y novelas como Castigo divino (1988), Un baile de máscaras (1995) –la historia de su familia y de su infancia en Masatepe– y Margarita, está linda la mar, con la que obtuvo el premio Alfaguara en 1998, por mencionar apenas un puñado de títulos de una profusa obra que ha sido traducida a veinte idiomas. “Mi infancia, mi experiencia, todo está en mis libros, y por eso está también América latina. Y quiero que ese mapa sentimental, cultural e histórico sea representado por las palabras que aprendí en la lengua de este gran escritor que fue Cervantes. En el caso de mi propia escritura acerca de mi país, lo que he pretendido siempre es visibilizar mi pequeño país, que parece marginal, pero que tiene una riqueza cultural inmensa”, ponderó el escritor.

El jurado, presidido por Darío Villanueva, director de la Real Academia Española (RAE), ha destacado que la obra del autor premiado “aúna la narración, la poesía y el rigor del observador y el actor, así como por reflejar la viveza de la vida cotidiana convirtiendo la realidad en una obra de arte, todo ello con excepcional altura literaria y en pluralidad de géneros, como el cuento, la novela y el columnismo periodístico”. Villanueva aseguró que el escritor nicaragüense es “un gran representante del territorio de La Mancha, que diría Carlos Fuentes, participa de manera muy destacada y en plenitud de todas las aventuras, vicisitudes y proyectos del panhispanismo”. 

Ramírez, que nació el 5 de agosto de 1942 en Masatepe, estudió derecho porque su padre quería que fuera abogado. “El estudiante” es el primer cuento que escribió, en 1959, cuando tenía 17 años y lo publicó un año después en la revista Ventana, que él mismo fundó junto a su amigo Fernando Gordillo. Antes de terminar la carrera, publicó su primer libro de relatos, titulado Cuentos (1963), y le regaló un ejemplar a su padre. “Ahora tenés que escribir una novela”, le pidió. El hijo–que no pensaba ser novelista porque estaba entrenado para ser cuentista por las lecturas de Antón Chéjov, Guy de Maupassant, O. Henry, William Faulkner, Ambrose Bierce y Horacio Quiroga– cumplió y publicó su primera novela Tiempo de fulgor (1970), la historia de un joven que emigra del pueblo a la ciudad con la meta de convertirse en médico. El segundo libro de cuentos, De tropeles y tropelías, salió en 1971.

Cuando el escritor nació, en los años 40, Nicaragua estaba gobernada por el dictador Anastasio Somoza García, personaje que inspiraría algunos de los cuentos y novelas que escribiría dos décadas después. “Nací bajo el viejo Somoza, llegué a la universidad bajo otro Somoza (Luis Somoza Debayle) y participé en el derrocamiento del último de los Somoza (Anastasio Somoza Debayle), el 19 de julio de 1979. Mi vida está marcada por esta familia dictatorial”, reflexionó Ramírez, que en 1975 ingresó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), llamado así en memoria de Augusto César Sandino, para luchar contra el último Somoza de esa dinastía abominable que está entre las dictaduras más corruptas y crueles de la historia de América latina. Después del triunfo de la revolución, en julio del 79, el escritor integró la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, presidida por Daniel Ortega, actual presidente de Nicaragua. Como vicepresidente de su país, buscó el restablecimiento de la paz y promovió la reforma de la Constitución Política de 1987. Durante su intensa participación política no pudo escribir por diez años, entre el 75 y el 85, hasta que se dio cuenta de que no podía continuar así. “Me aterrorizó pensar que dejaría de ser escritor para siempre –confesó en una entrevista con PáginaI12–. Comencé a levantarme a las cuatro de la madrugada para escribir. Y publiqué un libro breve, Estás en Nicaragua, donde reconstruí mi relación con Julio Cortázar cuando fuimos a visitar a Ernesto Cardenal en Solentiname. Con ese libro desentumecí mis dedos. Luego escribí la novela Castigo divino. Y nunca más dejé de escribir”. Por discrepancias con Ortega se alejó del FSLN y fue candidato a presidente por el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), del que posteriormente también se terminaría distanciando. La materialización de la esperanza revolucionaria y la caída en la decepción más dolorosa está narrada en sus memorias Adiós muchachos, “un libro lleno de melancolía por la utopía que no fue posible”, como suele definirlo. “Los resortes del poder en Nicaragua son sumamente complejos, había que contarlos. Hay mucho que contar en ese sentido, pero yo sentí que debía volver a la ficción. En la memoria me consumo”, advirtió. “No fue el relato de un disidente, odio la palabra disidente; fue la historia de una persona que salió transformado en lo bueno y en lo malo”, aclaró el escritor que ha fundado el encuentro literario “Centroamérica cuenta”, un festival que se realiza en Nicaragua desde 2012.

Ramírez, amigo de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, pertenece a esa generación de escritores latinoamericanos que creció junto a los “hermanos mayores del Boom”. “Nunca quisimos matarlos, era fácil convivir con ellos. Yo siempre sentí gratitud porque nos dieron un lenguaje nuevo, nuevas estructuras, experimentaciones”, explicó el autor de las novelas Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2004) y El cielo llora por mí (2009), donde aparece por primera vez el inspector Dolores Morales; entre tantos otros títulos. “De Gabo aprendí la hermosura de su lenguaje, que proviene de los cronistas de Indias. De Fuentes, cómo entrar en la historia de un país, en su caso, de México; y yo he querido entrar así en la historia de mi propio país chiquito. Y de Mario, sobre todo he aprendido a conocer las costuras de las novelas, a armar las páginas para cada estilo o asunto”, resumió el escritor las enseñanzas que fue recibiendo de la obra de sus mayores. 

“Me parece que es un gran hito para la literatura nicaragüense, este es un premio muy alto”, señaló Ramírez sobre el Cervantes. “La literatura nicaragüense gana una ventana y yo, desde el podio al que subo, tendré mejor oportunidad de hacer visible nuestra propia literatura, y sobre todo, la de los jóvenes”, añadió el escritor que ha ganado el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso (2011) y el Premio Internacional Carlos Fuentes en 2014, entre otros. “Este es un día memorable para mí, ha cambiado mi rutina, yo debería estar escribiendo ahorita”, dijo el escritor, quien considera que una obra literaria se consigue con muchas horas de trabajo. “De la escritura uno no se retira. Uno escribe hasta la muerte”.