La esperada vuelta de Narda

Pablo Mehanna

Akusay, crema de hierbas, huevo. El akusay, repollo japonés, no está en segundo plano ni es una guarnición. Se presenta entero, protagónico, con la contundencia y vanidad de un bife. Este plato puede resumir el concepto que atraviesa Narda Comedor, el nuevo restaurante de la cocinera más popular de la Argentina: los vegetales al frente, sin que esto signifique que no haya carnes en el menú.

Hace 17 años que Narda Lepes no tenía restaurante. Por eso, la apertura de este local en el Bajo Belgrano –donde comparte manzana con otras estrellas de la gastronomía como Fernando Trocca y Donato De Santis– es un gran novedad. Diseñado por Horacio Gallo, es amplio, cómodo y blanco, con frente y techo vidriados. Una de sus gracias es que es lindo tanto de día como de noche (de hecho, abre desde el desayuno, de corrido). La atmósfera la completan algunas mesas redondas con sillas tipo escuela, un piletón de lavadero en un rincón para lavarse las manos, barra y cocina a la vista. 

En Narda Comedor flota de a ratos un embriagador aroma a sésamo y a especias que predisponen bien. Vale la pena arrancar con un Gin&Tonic con pino o un Bloody Mary preparado por el jefe de barra, Gonzalo Cabado (ex Presidente y Harrison). La carta está dividida en platos chicos y principales; todo está pensado para compartir y caranchear. Hay algo de lo que Narda mostró en ediciones pasadas de Masticar (La palta que lo parió, $200) y en sus libros, que a la vez tienen influencia de todos sus viajes. Tempura de verdes del día ($190), fatay de morcilla con ensaladita ($175), verdes con Bagna Cauda ($190). Riquísima la cebolla, con crema y caldo de carne. Entre los principales, tagine de cordero, garbanzos y especias ($540) y bibimbap, kimchi, hongos y panceta ($510), entre otros. Entre los postres, recomendables el plato de queso y conservas ($220) o el étnico y sensual de dulce de leche ($190). Una buena: no se cobra cubierto.

Con un restaurante moderno y canchero, que refleja su estilo y su ideología, Narda está de vuelta. Sus fans, felices. 

Narda Comedor queda en Sucre 664. Reservas por Whatsapp: (11) 6131-9664. Horario de atención: martes a sábados, de 8.30 a 23. 


144 años y contando

Pablo Mehanna

Es casi surrealista que en Buenos Aires todavía siga en pie un restaurante que abrió sus puertas cuando Sarmiento era el presidente y la ciudad apenas un caserío con mucho campo alrededor. Eso es El Puentecito, que este lunes 20 de noviembre cumple 144 años en Barracas. 

Ubicado a metros del riachuelo, el lugar está rodeado de fábricas, galpones de muros graffiteados y terminales de colectivos. Si hoy todavía parece lejos, en el siglo XVIII literalmente era el medio de la nada. Se cuenta que en 1750 existía ya en esa esquina una pulpería, donde los gauchos tomaban una caña y hacían la última posta antes de dejar Buenos Aires. De pulpería pasó a despacho de bebidas y formalmente en 1873 se convirtió en el restaurante que es hoy. 

“Mi primer recuerdo es a los cinco o seis años, limpiando mejillones en la pileta del fondo. Competíamos con mi primo para ver quién era más rápido”, cuenta Fernando Hermida, uno de los socios a cargo de El Puentecito y de su salón enorme, un gran comedor para 140 personas. 

En una época el lugar fue famoso porque era uno de los pocos que abría las 24 horas. También por su legendario asado de tira –medio metro– con papas fritas, plato para compartir. Hoy debería serlo por su increíble lechón adobado ($350), que se sirve solo los viernes. Se hornea desde las seis y a las 12 menos cuarto, por reloj, empieza a despacharse hasta que se acaba. La parte de la riñonada es un verdadero manjar. Otros imperdibles son la suprema a la Maryland ($280), las costillitas a la riojana ($330) y las paellas y cazuelas de mariscos, en honor a su herencia española. El Puentecito, además, es uno de los pocos lugares que siguen sirviendo las ranas a la provenzal ($360) y los caracoles ($220) a la bordalesa (una salsa con ajo, tomate, panceta), dos platos que tienen un grupo pequeño pero consistente de fanáticos. Si queda lugar para los postres, vale ir por un flan, una tarantela o una imponente copa Melba. Clásicos de El Puentecito, de ayer (¡un ayer de 144 años!) y de hoy.

El Puentecito queda en Vieytes 1895. Teléfono: 4301-1794. Horario de atención: todos los días de 12 a 1. 


Comedor nórdico

Pablo Mehanna

“Nosotros cocinamos lo que los suecos comen en la casa de sus abuelas, la cocina tradicional”, dice Martín Varela, que junto a su socia Nancy Sittmann es, desde hace 11 años, referente de este tipo de cocina en Buenos Aires. Luego de regentear el Club Sueco durante diez años en la calle Tacuarí, se mudaron hace un año al interior de la iglesia Nórdica, en San Telmo. El lugar es especial. Construido en 1945, mantiene intacto el estilo de esa época: los baños de azulejos celestes, el salón de techos altos y madera en las paredes presidido por un cuadro gigante del puerto de Estocolmo, los ventanales al frondoso jardín donde los sábados se sirve el brunch. Y la iglesia, que comenzó dando servicio a los marineros suecos y hoy conserva unos pocos feligreses. “El lugar tiene algo mágico, propio. La gente nos dice que no sabe si está en Buenos Aires o en Suecia”, agrega Martín. 

Más allá de la mudanza, la cocina mantiene la identidad de siempre, basada en productos nobles y antiguos. Pescados (arenque danés, lachas), papa, cebolla, pan de centeno, quesos, salsa de frutas, vodka. Lo necesario para resistir inviernos crueles. 

Entre las entradas, hay degustación mixta de lachas y salmón ($305), sopa de hongos ($155) y janssons (papas a la crema con cebolla, anchoas y pan rallado, $155) y los clásicos smørrebrød (sándwiches abiertos). De los principales, contundente y sabroso kötbullar, albóndigas de carne y cerdo acompañadas de puré, rúcula, dulce de grosellas rojas y salsa brunsås. Y, para los fans de las hamburguesas, la biff a la Lindström ($270), con el sabor agridulce que le aporta su relleno de alcaparras y remolachas. 

Hay otros detalles que suman: la atención rápida y amable, un menú ejecutivo a buen precio ($220 plato y bebida) y un rico simil akuavit casero, que hacen macerando vodka con anís, semillas de eneldo y clavo de olor, entre otras especias. Los sábados hay brunch con buffet y bebidas libres por $600. 

Definitivamente la nueva locación sumó puntos a la propuesta. Casi secreto (se toca timbre para entrar), es un lugar único que hay que conocer.

El Club Sueco queda en Azopardo 1428. Teléfono: 4307-3849. Horario de atención: lunes a sábados al mediodía, viernes por la noche.