The Meyerowitz Stories (New and Selected)

EE.UU., 2017

Dirección y guión: Noah Baumbach.

Fotografía: Robbie Ryan.

Música: Randy Newman.

Montaje: Jennifer Lame.

Reparto: Adam Sandler, Dustin Hoffman, Ben Stiller, Emma Thompson, Grace Van Patten, Elizabeth Marvel.

Duración: 112 minutos.

Sólo disponible en Netflix.

8 (ocho) puntos.

 

Algunas de las mejores películas ya no están en las grandes salas. Guste o no, Netflix está produciendo cine del bueno, y si así serán los tiempos que se vienen, mejor estar atento. Porque la noticia, en verdad, es que se trata de una nueva película de Noah Baumbach (Historias de familia, Greenberg); es decir, es el cine el que sigue detrás de las buenas propuestas, adquieran el formato de pantalla que se quiera.

Con una puesta en escena de ritmo loco, en donde sus personajes habitan atropellados una historia familiar agrietada, que a su vez oficia como microcosmos de una misma sociedad (la neoyorkina), The Meyerowitz Stories retrata un grupo pero también a sus individuos, con atención especial hacia cada uno. Una entidad colectiva que se sabe viva gracias a una neurosis compartida, repelida pero finalmente aceptada. Cuyos personajes habitan el sismo que les significa saberse apretados por dictámenes (paternos, en este caso) de cumplimiento imposible pero, sin embargo, tendientes a reiterar o aceptar aquello por lo que discrepan.

El film de Baumbach introduce al espectador entre las calles de una ciudad que grita bocinas, de automóviles que tratan de chocarse, insultos cotidianos. Así también es el diálogo entre padre e hija (Adam Sandler y Grace Van Patten), en donde se abre de a poquito el corrosivo humor entre ambos, mientras ella está a punto de dejar el hogar e irse a la universidad. De todos modos, hay amor, hay cariño. Así como el supuesto -y acá es donde viene lo mayor‑ entre papá y abuelo (Dustin Hoffman).

 

El film es una fiesta de principio a fin, un entramado de decires, reproches y afectos que se encauzan.

 

Una vez arribados allí ‑en esta casa que es memoria de otros tiempos y nido de infancia‑ el duelo entre estos hombres adquirirá una rapidez verbal y gestual de desplazamientos continuos. Vale decir, cuando se diga o haga algo tal vez hiriente o certero, inmediatamente la acción se redirigirá, de manera tal que la convivencia pueda proseguir, aun cuando se sostenga desde una telaraña frágil. De este modo, Noah Baumbach hace ascender su argumento de manera generacional, de los nietos a los abuelos, para luego salpicar hacia los demás. Es decir, cuando llega a esta instancia, deriva hacia ese otro hijo de éxito y dinero (Ben Stiller). Dos hijos, pero de madres diferentes. Entre ellos, a su vez, otro duelo que saldar o continuar.

Ahora bien, como si se tratara de una presencia invisible, que cobra protagonismo desde un silencio que a veces puede ser roto para inmediatamente volver a su sitio, aparece la hija (Elizabeth Marvel). Casi como si la familia se completara desde el plantel masculino, cuando ella estuvo y está (y estará) allí, con su voz apenas audible. Los laberintos que el film dibuja paulatinamente lo sitúan en una delineación de grupo disfuncional/funcional, en tanto aceptación del lugar que se ocupa, su posible cuestionamiento, y su reincidencia.

Si bien los protagonistas podrán evidenciar el condicionante que ese padre monstruo que es Hoffman significa, no deja de ser ello móvil que permita el reinicio del suplicio. Es significativo que se trate de un padre artista, creador, cuyas esculturas sean ridículas o de difícil comprensión; el film le cataloga, de hecho, como alguien "incomprendido", pero desde un filo crítico. Podría serlo, podría no tener talento. Sin embargo, habrá discípulos, alumnos, que sabrán validarle desde una tarea fundamental como la docencia, que podría resultar invisible pero no menos importante como la supuesta por una muestra exhibida en alguna galería reconocida: el problema es que es éste el deseo del artista.

Las ironías rondan a los Meyerowitz, justamente a partir de un padre creador -escultor‑ que adora el éxito de su hijo empresario (Stiller). Sin embargo, quien está allí cerca, atento, es quien no ha sido bendecido de igual modo. Es este hijo el que padece una renguera crónica, viste horrible, luce cansado. Pero es también él quien ha hecho lo imposible para que su hija viaje a estudiar cine. Réplica metalingüística que el film practica consigo, al permitir que sean vistos fragmentos de esas películas amateurs, en donde la ¿futura? directora exhibe y se exhibe de maneras impúdicas, ante la vista del mismo padre. ¿Hay un "talento" Meyerowitz? ¿Una "maldición"?

Estos incordios, matices, trazan los recorridos de un film que parece caótico pero debidamente organizado. Un rompecabezas que dialoga con un pasado que a su vez encarna en esa pareja todavía hippie -al menos epidérmicamente‑ que interpreta Emma Thompson, cuyo andar y cocinar da cuenta de un desbarajuste coordinado. Es decir, The Meyerowitz Stories es una fiesta de principio a fin, un entramado de decires, reproches y afectos, que encauzan de manera (im)paciente. A su vez, es la posibilidad de ver en acción a un reparto a la altura de la circunstancia, así como sucedía en aquellas grandes películas con grandes intérpretes, en la gran pantalla. Que acá es pequeña.