PáginaI12 En Francia

Desde París

Lectores y espectadores de todos los soportes e ideologías, Estados, partidos políticos, movimientos de distinta índole, servicios secretos, hackers, periodistas y animadores centrales de internet (Twitter, Facebook, Google, Instagram, etc) conforman un amplísimo mercado de la manipulación sin precedentes en la historia de la humanidad. Que sean las elecciones en Francia, en los Estados Unidos, la consulta por el Brexit, la guerra en Ucrania o el independentismo catalán, internet y sus habitantes de las sombras han sido los reguladores decisivos de las opiniones públicas con el telón de fondo de la guerra entre las potencias y como párvulos figurantes las esferas antiimperialistas que han expandido las falsedades del enemigo, de su enemigo. Un ejército de espectros vela a diario por la defensa de un territorio sembrado de intereses, a ambos lados del Atlántico. Los trolls son ahora inocentes soldaditos del pasado al lado de la maquinaria que se ha puesto en marcha. Los cronistas de falacias, los community managers de las redes, los perfiles automáticos que generan burbujas narrativas creadas con la intención de instalar un embuste son los nuevos propagadores de las verdades artificiosas que se han convertido en la droga de Occidente. Donald Trump propulsó en los Estados Unidos lo que ya existía hace mucho dentro de la llamada guerra digital o guerra asimétrica. La guerra en Ucrania, las intromisiones de Occidente en la soberanía rusa, la guerra en Siria multiplicaron por mil la confrontación subterránea y pusieron a la Rusia de Vladimir Putin como la potencia que hace y deshace a su antojo. El cinismo legendario de Occidente lleva a que, a través de los medios, las democracias occidentales se presenten como víctimas de las maniobras de Moscú como si no fueran, ellas, en este caso la primera de ellas, Estados Unidos, quien llevó al paroxismo el arte de la mentira con el ya famoso portal Breitbart News, del ex director Ejecutivo de la campaña electoral de Trump, Stephen Bannon. Todos juegan en ese patio subterráneo donde se despliegan los choques más fuertes y en el cual hasta las mejores intenciones son usurpadas por la manipulación. Jamie Fly, miembro del German Marshall Fund y uno de los creadores del instrumento de análisis  Hamilton 68, constata la enorme paradoja que existe en el hecho de que quienes están contra Occidente terminan a su vez manipulados: “lo más preocupante que hay en todo esto es que personas comunes se integran activamente en campañas de propaganda. A pesar nuestro, muchas veces, que sea en Twitter o Facebook, participamos en campañas de desinformación que provienen de manera directa o indirecta de sistemas de propaganda. No hay nada sorprendente entonces en que los Estados se apoderen de esas zonas para propagar sus propios intereses”. 

Hasta los héroes de antaño se han prestado al juego en pos de su estrategia final. Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, se sumó a la exitosa operación de los independentistas catalanes que lograron instalar en las opiniones pública una pésima impresión del Estado español apoyándose además en los soportes rusos de difusión en la red. Antes, en octubre de 2016, Trump había dicho “Amo a WikiLeaks”. Tenía en su mano una síntesis de los miles de correos electrónicos de la demócrata Hillary Clinton difundidos por Assange. En julio de 2017, WikiLeaks puso en circulación 21.000 emails del equipo que participaba en la campaña electoral de Emmanuel Macron. 3.000 perfiles falsos en Twitter, 126 millones de personas “distraídas” en Facebook: el operativo propaganda a favor de Trump vació la palabra democracia de toda legitimidad. 

Donald Trump tiene su propia red de falacias (https://www. politico. com/magazine/story/2017/08/09/twitter-trump-train-maga-echo-chamber-215470) pero Occidente apunta hoy hacia Moscû como el ente desestabilizador. El instrumento Hamilton 68 que analiza los flujos de información difundidos en Twitter (fue creado en agosto de 2017) constató hasta qué punto los   círculos prorusos trabajan activamente para envenenar los debates nacionales. Los servicios de Vladimir Putin parecen haber encontrado en la red un pilar de las narrativas contrahegemónicas. En ciertos sectores, la prensa tradicional de Occidente tiene mil veces menos influencia que Russia Today (RT) o Sputnik (100 países, 33 idiomas), dos medios rusos cuyas informaciones, en ocasiones totalmente falsas, son redesplegadas a través de las redes y leídas con devoción por quienes tienen una legítima posición anti occidental (The Gateway Pundit o TruthFeed). Los medios complotistas o los conspiracionistas cuentan hoy con un aliado poderoso. Pero la verdad está ausente y quienes intentan desmentir o aclarar (los periodistas) suelen encontrarse sumergidos por las amenazas físicas o los insultos que llegan a través de internet. La mentira puso de moda el patoterismo digital como forma de disuasión o amedrentamiento, tanto por las extremas derechas como por la ultraizquierda. Estudios recientes dan cuenta de la “transformación” de los instrumento de propaganda lanzados durante la guerra en Ucrania y la anexión de Crimea por parte de Rusia en “misiles digitales” destinados a generar caos y confusión ideológica. Ciaran Martin, responsable del Centro Nacional de Seguridad (NCSC, Gran Bretaña) aseguró a la prensa que “la injerencia rusa es una fuente de gran preocupación”. Según un doble estudio llevado a cabo por Swansea University y la University of California, Berkeley, “150. 000 cuentas en Twitter basadas en Rusia perturbaron” el referendo sobre el Brexit en beneficio de la opción más desestabilizadora para Europa (la salida de Gran Bretaña, https://www.thetimes.co.uk/article/russia-used-web-posts-to-disrupt-brexit-vote-h9nv5zg6c). 

Gran Bretaña acusó incluso a Rusia de haber “atacado” los medios de comunicación y los sistemas eléctricos. Los debates sobre las “injerencias” extranjeras no son nuevos. En 2015, la Unión Europea creó el East Stratcom Task Force, una estructura destinada excesivamente a combatir las ofensivas digitales de Moscú. El tema no es tanto la cuestión ideológica sino la veracidad, que es la que al final de cuentas manipula a la opinión pública. François-Bernard Huyghe, investigador y especialista de las Ciencias de la Información en el IRIS (Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas), resume: “es preciso desmontar una mentira deliberada lanzada con objetivos estratégicos. No basta con denunciar une ilusión ideológica”. La Task Force de la Unión Europea no puede sin embargo contrabalancear la influencia de las mentiras. Sus aclaraciones tienen las patas cortas ante las potencias de las llamadas “granjas de trolls” donde se cultivan las mentiras. La estafa es, al final, demoledora. 

Los “malos” de Occidente contra los “buenos” de Moscú o los “buenos de Moscú contra los “malos” del otro lado siembran sus invenciones en las redes sociales. Los buenos y los malos terminan amplificando su difusión, con las cual formatean conciencias, ganan adhesiones, modifican procesos electorales o instalan certezas cuya única realidad son miles y miles de perfiles automatizados que devastan toda forma de libertad de pensar y actuar. Las redes sociales aparecieron en un momento como la panacea de la independencia ante los medios de comunicación del “sistema”. Ahora el sistema se apropió de ellas. 

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Assange se sumó a la exitosa operación de los separatistas catalanes.