La evocación del pasado no es no solo traer al presente recuerdos de imágenes de lugares, sensaciones, sentimientos y vivencias es mucho más que todo eso.
Saudade en portugués, moriña en gallego, nostalgia en castellano, palabras que significan mucho más que lo que en apariencia dicen.
Mi propia experiencia en Rouxique, Aldea de Villalonga en Galicia al tomar contacto con la tierra de la teixeira y el horno de ladrillos donde trabajó en su infancia mi abuelo materno a orillas del Océano Atlántico me produjo una especie de deja vú.
Me pareció haber estado allí alguna vez en el pasado y en vida había pisado ese suelo antes del año 1985.
Mi abuelo José Afonso llegó a la Argentina con solo 13 años a comienzos del sigo XX.
Supongo que las últimas imágenes que habrán quedado grabadas en su retina deben haber sido la del antiguo reloj de pie de la casa familiar y las de la costa gallega.
La travesía en el barco debe haber sido ya el anticipo del sumergirse en la babilonia de lenguas y costumbres extrañas, en la misma nave con itálicos, rusos, alemanes, polacos, todas y todos empujados por el hambre y la esperanza que en el Nuevo Continente todo iba a ser distinto a su terruño de origen.
Aquí recaló en Buenos Aires donde trabajó como mucamo de hotel durante un tiempo, luego se trasladó a Rosario, aprendió el oficio de carpintero y las ideas anarquistas adhiriendo a una Sociedad de Resistencia de Oficios Varios de la F.O.R.A. conformada por sastres, afiladores, paragueros y ebanistas. Participó en huelgas y luchas a veces cruentas.
¿Es posible tener nostalgia, saudade o morriña de lo que no vivenciamos?
Me pregunto esto a pocos días de un nuevo aniversario del día en que mi abuelo materno, un carpintero de obra y militante anarquista cabal decidió apagar su vida.
En el presente, lo afirmo con convicción me siento aferrado a la vida más que nunca, con ansias de luchar contra las desigualdades y las injusticias como ese hombre que modelaba la tierra en su aldea junto al Atlántico.
Recuerdos y preguntas de madrugada en este lado del charco, las más inquietantes.
Carlos A. Solero