Gracias a la inteligencia y el buen gusto de Paco Porrúa, una especie de mito en la lucha de las editoriales argentinas, cuando no estaban atravesadas por las mesas de negocios, pudimos leer, en su sello “Minotauro”, muchas obras maestras de la llamada “ciencia ficción” cuyos adelantados habían sido en la Argentina Borges y Bioy Casares, más inclinados a lo policial y a lo fantástico. Por cierto, en particular Bioy, retomaban una tradición, de la que fueron eximios iniciadores Lugones y Quiroga, nacida en la era positivista, pero Porrúa siguió otra veta. Hizo conocer novelas de Clarcke, de Bradbury, de Dick, de Azimov, de Stapleton y de muchos otros. Recuerdo, ahora, una de Simak, Ciudad, que me impresionó vivamente cuando tuve contacto con ella, hace décadas.

Me quiero referir a ella pero no puedo dejar de pensar en cómo y por qué surgió la ciencia ficción y cómo y por qué está declinante el interés que suscitó. En cuanto al primer punto es probable que el incipiente desarrollo de la ciencia, desde mediados del siglo XIX, haya generado una especie de fé, acompañada de temor por lo inmanejable, en qué porun lado la ciencia lo arreglaría todoy, por el opuesto, que  nos estaría preparando para la catástrofe; de ahí que imaginar mundos posibles y estructuras derivadas de nuevos conocimientos haya constituido un natural cauce para una literatura siempre en busca de un acuerdo con la realidad y sus posibilidades de máxima; respecto del segundo, la idea, creciente, de que la ciencia se legitima por sus aplicaciones y su utilidad haya enfriado los viejos entusiasmos de imaginarios siempre a la pesca de nuevas emociones; de este modo, la recuperación de remotos terrores –Lovecraft o Stephen King– le fue ganando terreno a la utopía científica e impresionen, más que los viajes por el gran espacio sideral, los miedos a lo desconocido, los muertos-vivos, los exorcismos, las monstruosidades de los sueños y esas otras delicadezas de la novela de máxima difusión.

Ciudad, novela a la que quiero referirme, publicada en 1952, en plena “guerra fría”, o sea cuando las nuevas armas, tecnológicamente más avanzadas, parecían ser el resultado de un desarrollo científico muy sofisticado pero que auguraba el fin del mundo, puede ser considerada de ciencia ficción no porque imagine productos impensados de la ciencia sino por lo contrario, porque pone en cuestión el saber humano hasta un punto tal que quienes se valían de esa riqueza para conducir el mundo son ya incapaces de hacerlo: las grandes ciudades son invivibles y sus habitantes se retiran, los gobiernos y los gobernantes se reconocen impotentes para conducir y neutralizar los efectos de la dispersión y de la nueva ignorancia y no ofrecen resistencia a una especie más sabia y bondadosa que asume la dirección del mundo sin vacilaciones y con un alto sentido moral.

Esa especie es la canina, los perros son los nuevos amos pero necesitan de los humanos, no tanto de su caduco saber –pero sí de lo que queda de ello–, sino de sus manos puesto que ellos no han logrado desarrollarlas para valerse por sí mismos. Ya no recuerdo, ni me animo a regresar al libro para verificarlo, cómo es la organización que han puesto en marcha ni cuánto dura su reinado pero en cambio recuerdo que también fracasan y son sustituidos, a su vez, en cumplimiento de una tenaz ley histórica, por otra especie, más feroz y destructiva, las hormigas, que acasoni siquiera tienen voz, como los perros, aunque sí capacidad organizativa, cosa que no se les puede negar aunque no se les haya ocurrido, todavía, tomar el poder.

Pocas veces las novelas de “ciencia-ficción” preconizan un futuro amable; prefieren, obedeciendo a reminiscencias bíblicas o a las apolilladas profecías de Nostradamus, advertirnos acerca del fin del mundo o de otros penosos porvenires. Simak no se priva de esa perspectiva y de alguna manera profetiza el abandono de las ciudades que conocemos y la llegada de otras especies, temibles y destructoras; cabe preguntar, recordando 1984, de Orwell –el mundo siguió siendo más o menos el mismoen esa fecha– si su profecía se cumple, no si se va a cumplir, ¿cómo imaginar el mundo no ya en 2584, por decir algo tan remoto como pudo ser 2017 para 1517, sino aún en 2084?

Sobre la primera cuestión, creo que algo se puede decir: es bastante evidente que vivir en las grandes ciudades es cada vez más difícil. Dejando de lado el hecho, nuevo y terrible del terrorismo que, justamente en las ciudades, ha arrasado y arrasa vidas y monumentos que las expresan y caracterizan, no es ningún misterio que las nuevas formas del capitalismo generan estructuras inabordables y lejanas y las anteriores, las viejas, se ceban en lo más inmediato, vivienda, salud, educación. Los alquileres en las ciudades suben precipitada y extorsivamente, los impuestos a la propiedad son cada vez mayores, el desplazamiento cada vez más penoso y caro, la salud pública en riesgo, la privada inabordable para enormes sectores de la población, la nerviosidad en aumento, los servicios cada vez menos accesibles, la inseguridad ordinaria, verdadera o inventada, es incontrolable.

Todo ello, y más, si no todavía notorios movimientos de abandono a tierras más hospitalarias, donde una vida humana puede concebirse y realizarse, provoca o convoca a una posibilidad, a un deseo impreciso de abandono,contrastado en este país donde para muchos la gran ciudad permite soñar todavía con un futuro y engañarse con sus luces en un presente de hacinamiento, villas miseria, cartonería, el ominoso hotel, la falta de trabajo, los precios de los alimentos y todo el inventario de fuerzas que tienden de muchos modos a expulsar pero que no terminan de hacerlo. 

Es muy probable que políticas estatales, desde el gravamen económico –impuestos, tarifas, costo de los alimentos– a la generación de la incomodidad, más controles, más exigencias rutinarias, estimulen el movimiento todavía indeciso de fuga, ya sea hacia el lugar de origen que fuera abandonado, ya a lo inexplorado y prometedor. La resultante, que se observa en ciudades norteamericanas y europeas, es, por ahora, que sean para pocos o bien que sean abandonadas: los barrios privados son ya un evidente y declarado comienzo. En la ciudad de Buenos Aires hay una zona este-noreste-norte en la cual todo es posible como vida, y una oeste-sur-oeste, donde todo es mezclado, lo vivible con lo invivible. Así, cada vez con menos encanto, pueden haber comenzado las ciudades vacías del libro de Simak.

En cuanto a las especies que podrían sustituir a los humanos no se podría pensar en un sentido literal en los términos de Simak, ni siquiera por esa metáfora que brota cuando un gobierno comete errores y se lo califica de “animal”, o “bruto”, que viene a ser lo mismo. Los perros no expresan ningún deseo de manejar a sus amos, las hormigas insisten pero en sus propios rituales, no se trata de eso, pero, tal vez, otra clase de especies tiende ya a precipitarse sobre las aparentemente fatigadas que durante siglos guiaron al mundo.

¿No es una especie nueva, que se lanza con dientes afilados y garras implacables sobre el mundo, la de los financistas, banqueros y gerentes? La analogía no es tan forzada como podría parecer: si antes intentaban gobernar desde la sombra, presionando, desestabilizando, mintiendo, desde hace muy poco tiempo lo hacen a cara descubierta, desestabilizando y mintiendo pero requieren, porque les faltan órganos, de políticos, periodistas y sindicalistas, como los perros necesitaban en Ciudad de las manos de los humanos sometidos. No los arredra el hecho de que carezcan casi de lenguaje, les basta con tener avidez y al mismo tiempo arrogancia, el satisfecho de sí mismo Trump, o avidez y al mismo tiempo mediocridad, el deslizante Macri.

La existencia de esta especie no es una novedad: nació con el capitalismo y el instinto de la propiedad pero creció a la sombra de la política y la cultura. En su momento primitivo asomaba la cabeza pero no pretendía hacerse del poder sino sólo beneficiarse con él: cuando no lo lograba del todo protestaba, pataleaba, hasta conspiraba; cuando lo conseguía se tranquilizaba pero no por eso dejaba de prepararse para un asalto que parecía inconcebible hasta hace veinte o treinta años. Trump parece encabezar las tropas agresivas de la especie; detrás de él una cohorte, en América Latina es notoria pero también existe en Europa y en Asia. El asalto ya lo produjeron, lo que ahora queda por verse es cuánto durará y si no se está preparando otra para reemplazarla cuando, inevitablemente, fracase. ¿Será mejor, será peor? En el libro de Simak hay una respuesta; la de Marx, si se escuchara, es otra, no se puede saber.