M.B.M. había salido de la escuela el 13 de noviembre con lo puesto, pero llegó a su casa cuatro días después. Durante esas 72 horas en blanco, sus padres, compañerxs y personal de la ENS N° 4 Estanislao Zeballos, donde cursa el primer año, y la Red de docentes y familias del Bajo Flores la buscaron por todo el barrio, volantearon calles y las casas, cortaron avenidas y difundieron la imagen de ese rostro sonriente que ya está de regreso, aunque no se sabe de dónde. Su nombre es el más reciente de un derrotero que va construyendo el listado de esas ausencias temporarias. Las que faltan de sus casas y vuelven al tiempo. Sus alejamientos desesperan, pero los regresos, que deberían obsequiar alivio, sólo conceden un silencio que confunde e inquieta tanto o más que esas desapariciones, muchas veces impulsadas por un deseo de libertad que en la mayoría de los casos es captado por retenciones, abusos y explotación. Padecimientos que se asfixian en un vacío de políticas públicas entre las que emergen policías y agentes judiciales que siguen encuadrando “los casos” bajo la lógica de fuga de hogar y viejas categorías del sistema tutelar. “Lo que hace todo ese encuadre es perder de vista que hay un conjunto de circunstancias precedentes de vulneración de derechos de las niñas y adolescentes, pero también colectivamente hay algo que no está pudiendo ser satisfecho porque las condiciones de vida estructural no lo permiten, y entonces las intervenciones institucionales que las encuadran como víctimas de delitos siempre tienen el costo de que si no respondieron al estándar de víctimas el caso no tiene otro tipo de intervención”, subraya la abogada Ileana Arduino, integrante del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (Inecip), docente y experta en políticas de seguridad y perspectiva de género, que entre sus muchas batallas intenta desarmar las tramas de las violencias en los territorios.

“Deberíamos empezar a comprender que las situaciones de explotación o de esclavización física, afectiva o sexual que pueden producirse durante las ausencias de esas chicas no siempre están precedidas de una situación de engaño o de captación tramposa, o de aprovechamiento en términos de la configuración del delito de trata. Estas historias ponen en evidencia que lo que falla siempre es la respuesta adulta y del Estado frente a la condición adolescente.”

¿Qué no se está poniendo en valor para dar una respuesta eficaz?

–Los modos de construcción de la responsabilidad colectiva del mundo adulto y que a lo sumo pasa a una responsabilización formal de padres, madres y otros adultos que aparecen como primeras referencias, pero que nunca es reintegrativa de derechos, es decir que nunca se ocupa del contexto estructural que hace que alguien esté en condiciones de vulnerabilidad para ser captado o para querer irse a un determinado lugar. Claro que hay algo en relación con la transgresión adolescente, todo el mundo juega con la fantasía de irse a pasarla bien, y todxs hemos estado en esa situación. El problema es que en los territorios donde se ausentan esas niñas hay peligros y violencias dando vueltas, y lo que en otros casos puede ser una travesura con menos costos o incluso satisfactoria, aquí está mediada por unos conflictos en el sentido de que esas vidas ya no importan tanto, entonces también están expuestas a riesgos adicionales.

¿Qué significan las respuestas reintegrativas de derechos?

–Me refiero a lo que ha planteado un poco Tamar Pitch cuando hablando de los reclamos de justicia desde el feminismo, alerta sobre una sobredeterminación de las respuestas simbólicas de castigo de tipo punitivista, y de un retraso respecto de las respuestas reparadoras dadoras de derechos, lo que ella llama reconocimiento. Tenemos una ausencia de formas concretas de reintegración de derechos cuando avanzamos en la comprensión del carácter estructural de las asimetrías de género, diciendo que sabemos que el caso es expresivo de una violencia sostenida más colectivamente pero luego sólo obtenemos como respuestas políticas públicas ensañadas con algunos agresores y perpetuadoras del rol de ciertas formas aceptables de la victimización, que se ocupan de los daños individuales pero no de las reparaciones y mucho menos de los correlatos sociales, económicos, etcétera,  que son condiciones de posibilidad de esas violencias.   

Las reapariciones son un dato central para pensar qué pasa y ponen en conflicto la idea de trata.

–Pienso en una red de trata y digo cómo alguien que puede captar a alguien, lo deja ir y volver, si puede contar todo lo que vivió y dónde estuvo, como si fuera sólo eso la lógica de la trata y el secuestro. Por qué no observar movilidades hacia otros lados, por qué pensar que no hay nada de decisión autónoma, que por supuesto no es una decisión orientada al abuso, no es un consentimiento a esas situaciones extremas sino la posibilidad de la diversión, de encontrar cosas que son atractivas, consumos de bienes, de ropa, de estética, música, de lugares de esparcimiento. El Bajo Flores es un territorio en el que no hay donde ir, los chicos tienen la esquina y una cierta ocupación del espacio público que es riesgosa, pero las chicas no tienen ese circuito, aunque tampoco debiéramos estandarizarlas: hay un universo femenino en los sectores populares con lugares y posiciones que se ocupan, prácticas que jerarquizan o desvalorizan, al igual que en cualquier otro lugar. En el mismo espacio hay chetas y villeras, más la condición migrante.

Muchas veces flota una mirada condenatoria: cuando se ausentó N.R., la adolescente del barrio de Lugano que hoy vive con su madre en un refugio, las vecinas de la comunidad boliviana se enojaron con la mujer por considerarla una mala madre que no cuidó bien a su hija.

–Hay una transferencia de la responsabilidad en general, precisamente una mirada que parte de la socialización y tiene que ver con ese cuidado extremo que es asfixiante también y con que las mejores formas de cuidado a veces tienden a cierto grado de encierro limitante para el contacto con otros pares del juego y el ocio. En este sentido pienso que esos casos ponen en tensión esta cuestión de “si se fue voluntariamente”, en el aspecto judicial. Esa que no está es sacada de la percepción de la buena víctima, y eso inmediatamente la pone en una situación de desprotección, porque si no califica como víctima ni siquiera va a ser sujeta de garantías o de protecciones de derechos básicos. Hay todavía un tránsito de no reconocimiento de estatus de derechos frente a la adolescencia, de no encontrarle la vuelta en cuanto a cómo se construyen condiciones de responsabilidad. Porque lo que decís de estas madres es cierto en el sentido de que son sindicadas como responsables, pero trabajan todo el día en la feria o fuera de sus casas cuidando a otros. En la medida que no haya soluciones estructurales de entorno geográfico, barrial, comunitario que permitan sostenes y garantías mínimas de seguridad en cuanto a seguridad de derechos, no de seguridad judicial de esas chicas y chicos, la posibilidad de desprotección es infinita.

Y a eso se le suma el manto criminalizante sobre la familia, qué hay en ese nido que se abandonó.

Claro, como si las condiciones de cuidado fueran las mismas que en otro lado. Hay cantidad de cosas de las que una adolescente podría estar escapando. ¿Pero entonces uno se contenta con ejercer sanciones sobre ese núcleo familiar? ¿Con institucionalizarla por si vuelve a escapar? ¿O es hora de pensar esto como una expresión concreta de lo que llamamos tan corrientemente la asimetría en términos de género, en la posibilidad de igualarse en el acceso a la diversión, al placer o a lo que sea? El solo hecho del cuidado que el propio ámbito familiar despliega, la restricción a salir o a la diversión porque no hay dónde, porque no hay quién acompañe, porque hay hermanos para cuidar y por lo tanto una asignación de tareas domésticas, pone en situación de fuga. Eso no lo puede resolver un esquema familiar. Se debe cambiar por entero el modo en que el mundo adulto es colectivamente responsable frente a la niñez y la adolescencia. 

¿Pero qué se está esperando en concreto de esa intervención? 

–Me pregunto cuál es el pedido cuando se dice “el Estado es responsable”, no en el sentido de quitarle responsabilidad, sino de poder descomponer esa demanda tan abstracta, porque en la medida que hay institucionalización y hay intervención del sistema punitivo, esa intervención va a ser crecientemente cercenadora de una libertad que esas adolescentes están dispuestas a concebir de otra forma. Supongamos que si hubiera habido algún grado de voluntariedad en ese irse, la respuesta que encuentra con sus reapariciones es el encierro y no hay ninguna intervención dirigida a ver cuáles son las razones estructurales por las que alguien se va de un lugar, o es captado tan sencillamente o está expuesto a la posibilidad del engaño o a la posibilidad del uso por parte de otrxs. Porque quizá haya voluntariedad en la ida pero por supuesto no hay voluntariedad con el sometimiento a las condiciones de explotación. 

No debería discutirse en términos de consentimiento. 

–Esa discusión está saldada por la ley, no hay consentimiento. Y está saldada en un sentido de proteger derechos y no de eliminar responsabilidades respecto de chicas o chicos. Pero una vez que la situación de explotación aparece sí tenemos que poner en discusión en qué condiciones se produce esa desaparición. Si en efecto son desapariciones, si hay un grado de voluntariedad en la ida que luego será neutralizado porque aparece la vejación, la explotación y situaciones que no pueden considerarse consentidas, sobre todo cuando hay que pensar políticas públicas. Y también hay que hacerse cargo de que puede haber una búsqueda de otras cosas que habría que empezar a pensar cómo satisfacer en términos de derechos, para evitar que por conseguirlas alguien se ponga en riesgo de semejante manera. Me parece que a veces no tiene que ver con la intervención sobre esos cuerpos adolescentes sino con las condiciones de posibilidad del entorno en el que van a vivir, del mundo adulto que va a hacerse responsable de ellos.

Poder generar otras intervenciones destinadas a garantizar derechos.

–Más allá de algunos avances normativos, sigue pendiente un modo de relación que dé respuesta a formas de existir propias de las adolescencias. En muchos casos hay una atención que parte de la concepción problemática de las adolescencias, antes que como sujetxs de derechos. La reducción de las adolescencias populares a esa expresión ideológica tan negadora del otro, como es el “ni ni” -ni trabajan ni estudian-, es elocuente. 

Es precisamente en ese universo donde el mundo adulto tiene responsabilidades específicas.

–Si la situación diaria es de encierro, si no hay espacio para el derecho al ocio, si el contexto de falta de redes para sus familias conduce a que el cuidado se vuelva esclavizante, hay que ocuparse de las condiciones materiales y sociales de la existencia de los sectores populares en su conjunto, de los lugares del consumo, de la distribución de los bienes materiales y simbólicos. En fin, de cómo actuar frente a esas múltiples expresiones de la desigualdad, que se vuelven acuciantes cuando las expresiones de libertad, de resistencia, de desobediencia se despliegan en el marco de territorios y relaciones signados por formas muy crueles de violencia.

En la nota sobre el femicidio de Lucía Pérez, “No son monstruos”, que publicó en la revista Anfibia, planteaba cómo se juegan esos deseos y voluntades adolescentes.

–Y esa especie de propuesta de hipersexualidad desde cada vez más pequeñas y todas las campañas de no respeto cuando eso es planteado como el ejercicio de un derecho por parte de las adolescentes, y al mismo tiempo una invitación permanente a cruzar la frontera de la transgresión entre comillas en esos términos. Además con todas las imprecisiones de clase que hacen que aún cuando aparezcan hipersexualizadas, algunas van a ser objeto de protección y otras de disposición. Me parece que el dato recurrente es la fuga. No desaparecen, se van. Esa idea de fuga las pone en un plano de responsabilidad y de su propia suerte, porque entonces no te buscan y dicen “ya va a aparecer”, “se fue con el novio” y todo lo demás.

Las chicas se siguen yendo aun a riesgo de quedar sometidas a otras opresiones.

–En el tema de la trata, aunque haya una captación voluntaria sigue habiendo explotación. Aun si no hay tal situación de engaño no importa a qué edad, siempre hay captación. Si alguien se está yendo, habrá que hacerse cargo de esa dimensión individual, pero no significa negar que pueda estar sometido a explotación después. Y si el único horizonte posible es la alternativa de una opresión por otra, eso es lo que hay que resolver con la intervención. En tanto en esa escena no sea puesta la decisión de salir de esa situación no pueden pensarse respuestas, porque va a haber siempre condiciones de producción de esa opresión. En una edad en la que el mensaje de consumo es otro, la exigencia no tienen que ver con algunas de las formas más o menos endebles de participación que andan dando vueltas: la disputa en el sentido de lo que les interesa a las adolescentes es políticamente un desafío enorme.