Las historias extraordinarias a veces comienzan con una frase corriente: “Che, tendríamos que hacer un equipo de fútbol”. Y muy cada tanto, acaso una vez en la historia, ocurre el prodigio.

Este es un grupo de amigos que se propuso participar en los torneos de AFA. Tratar de llegar a Primera División. Jugar, aunque sea en amistosos, contra los equipos grandes. Ganarle alguna vez a uno de ellos. Enfrentar a la selección argentina en el Monumental. Viajar para medirse con selecciones de otros continentes, por ejemplo de Asia. Incluso contra países que se estuvieran preparando para Mundiales o Juegos Olímpicos.

Este grupo de amigos no llegó a Primera A (aunque no le faltó tanto), pero el resto lo consiguió. Milagrosamente lo consiguió.

Es de esas aventuras que brillarían en un documental de Informe Robinson, el programa de la televisión española que cuenta historias en cortos de 25 minutos. La iniciativa comenzó a fines de 1979 en un paisaje alejado de cualquier tradición futbolera: el Náutico San Isidro. Se le ocurrió a uno de los socios, Guillermo Malbrán, ex jugador de rugby del CASI, de 28 años entonces, uno de esos tipos que contagian entusiasmo hasta a una momia, y que todos los domingos miraba el campeonato interno de fútbol del club. Allí jugaban muchos rugbiers del SIC y el CASI, que el día previo participaban en el torneo de la URBA. Y le surgió la idea que desembocaría en el mejor equipo de amigos del mundo.

-Me di cuenta de que varios tenían condiciones –recuerda Malbrán, 38 años después–, así que los reuní y les dije: “Si hacemos una selección del campeonato interno, podemos tener un gran equipo”. Y les ofrecí como caramelo organizar una gira, algo muy del rugby, en este caso por Estados Unidos. Nunca nos instalamos como club, no tuvimos ni sede ni campo de deportes. Siempre fuimos un equipo de amigos. Y como éramos de San Isidro, le pusimos San Isidro Fútbol.

-Era la época de la plata dulce –recuerda Eugenio Maschwitz, uno de los jugadores de San Isidro Fútbol–, así que no era tan difícil viajar. Hicimos rifas y para prepararnos comenzamos a jugar el campeonato de Atalaya, el más fuerte de Zona Norte. Lo ganamos y en 1981 nos fuimos a Estados Unidos. Jugamos contra varias universidades. Fue espectacular.

La historia podría haber terminado ahí (y no hubiese existido historia). Pero Malbrán, convertido en fundador, técnico y dirigente del equipo, visitó la AFA para averiguar las condiciones que debía cumplir un club que quisiera afiliarse al fútbol oficial de Argentina. La respuesta fue demoledora: personería jurídica, mínimo de 600 socios, determinados años de antigüedad del club y un estadio con alambrado. San Isidro Fútbol no cumplía ninguno de esos requisitos; de hecho, ni siquiera tenía estadio. De hecho, ni siquiera era un club.

-No nos podíamos anotar ni en la Primera D –recuerda Malbrán-, pero tampoco me preocupé tanto: subir de la D a la A era imposible. En aquella época había un proceso más rápido. La Primera División tenía dos torneos todos los años, un Metropolitano y un Nacional, en el que los mejores equipos del Interior se clasificaban a través de un Regional. Y apostamos a eso.

-Queríamos jugar el Nacional como Chaco For Ever o San Martín de Tucumán –recuerda Maschwitz-. La clave era clasificarse desde el Interior y Malbrán conoció a gente de Independiente de General Madariaga, una ciudad cercana a Pinamar.

-Un amigo tenía un campo en la zona, había una relación con los Beccar Varela –habla Malbrán- y me hizo el contacto con el presidente de Independiente, que era un club fundador de la Liga de Madariaga, pero que sólo tenía jugadores en inferiores, no en Primera. Ahí surgió la chance de que nosotros jugáramos para ellos. Nos cerraba a todos. Al club, porque jugaría la Liga, y a nosotros, porque el campeón de Madariaga se clasificaba para el Regional, y del Regional salía un equipo para el Nacional. Así que dejamos de ser San Isidro Fútbol y pasamos a ser Independiente de Madariaga.

-Los sábados jugábamos al rugby en el torneo de la URBA –dice Maschwitz-, los domingos al fútbol en Madariaga y en la semana trabajábamos o estudiábamos. Hacíamos 800 kilómetros por fin de semana, era el espíritu del rugby dentro del fútbol. Solidaridad, respeto, generosidad, lo colectivo por sobre lo individual. Siempre amateur, sin cobrar nada. Nos divertíamos muchísimo y además ganábamos. Salimos campeones de la Liga de Madariaga y clasificamos al Regional.

Era una troupe de gitanos de buena clase social (muchachos que estudiaban medicina, administración de empresas o derecho) que cumplía el sueño de miles de grupos de amigos. Ya campeones de Madariaga, el paso siguiente fue jugar el Regional que clasificaría un equipo al Nacional 1983. Entre octubre y diciembre de 1982, a Independiente le tocó la zona 1D junto a los campeones de Mar del Plata (Alvarado, el equipo fuerte de la ciudad junto a Aldosivi), Tandil (también Independiente, el club de donde surgen los mejores tenistas del país, como Juan Martín del Potro), Necochea (un tercer Independiente) y Azul (Tapalqué). Ya era demasiado buen nivel, pero la patrulla de amigos insistió con su impostura amateur: la mañana previa a jugar contra Alvarado se fueron a la playa de Mar del Plata y recién la dejaron una hora antes del partido. Todos quedaron con la piel tan sensibilizada que les dolió cuando se tuvieron que poner la camiseta para jugar.

-Para viajar a Tandil paramos en la ruta -recuerda Maschwitz- y nos olvidamos a uno de los jugadores, Alejandro Crespo. Tuvo que hacer dedo, lo levantó un camión y llegó justo a la cancha.

Independiente de Madariaga terminó tercero en la zona, algo lejos de Alvarado, que pasó a la fase final junto a otros pesos pesados del fútbol bonaerense, como Douglas Haig y Loma Negra, que entonces financiado por Amalia Lacroze de Fortabat y con profesionales como el campeón del mundo Luis Galván había eliminado en su zona a Olimpo de Bahía Blanca y finalmente se clasificaría al Nacional 83. Podría haber sido, otra vez, el final del grupo de amigos, pero a Malbrán siempre se le ocurría una idea. Y, fundamentalmente, no tenía vergüenza.

-En Buenos Aires iba a los entrenamientos de los equipos grandes –dice Malbrán-, les contaba que era de Independiente de Madariaga y les preguntaba si podíamos jugar un amistoso. Los técnicos agarraban siempre. Si sos del interior, te dicen que sí. Jugamos contra Tigre, Platense y varios grandes. Les hacíamos partido, eh. Contra el Independiente de Nito Veiga perdimos 3 a 1, contra River jugamos dos veces, y ellos tenían a Alonso y a Francescoli. Y un día jugamos contra la selección de Bilardo. Fuimos como sparrings.

Ese partido de entrenamiento fue en 1983, al comienzo de la era de Carlos Bilardo. Hay recortes del diario Crónica que informan del ensayo entre la selección argentina e Independiente de Madariaga, en el Monumental; incluso con una foto y algunos hinchas en la platea baja, aunque sin reportar que aquel equipo era, en verdad, un grupo de aventureros.

-Bilardo paró muchas veces el partido –recuerda Maschwitz-, pero cuando jugamos fue muy parejo. Nos ganaron 1 a 0 con un gol de Giusti desde 40 metros. En la selección jugaban Sabella, Trossero, Fillol, Garré, Marangoni y otros monstruos. Fue inolvidable.

-A la semana nos contactó el Bambino Veira, que dirigía San Lorenzo –retoma Malbrán-, para ofrecernos un amistoso y les ganamos 1 a 0. Estábamos muy bien.

En aquel 1983, la pandilla de amigos volvió a jugar la Liga de Madariaga pero esta vez perdió la final contra Juventud Unida y no pudo clasificarse al Regional. Ya había cierto desgaste: eran muchos kilómetros por semana y algunos futbolistas se casaron. Un tercer año sería repetirse. Entonces el alma máter buscó un nuevo desafío. Otra gira. Y lo consiguió.

-Tenía un conocido en la embajada argentina en Tokio –recuerda Malbrán- y conseguí que jugáramos un partido en el estadio Nacional contra la selección juvenil de Japón. Pero solo nos pagaban una noche de hotel, así que intenté sumar a Tailandia y Corea del Sur. Los tailandeses buscaban clasificarse a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 y querían sumar partidos. El fútbol argentino tenía buen nombre en Asia y arreglé que nos pagaran 35 mil dólares, así que viajamos a Bangkok con 33 muchachos y jugamos cuatro partidos a estadio lleno contra la selección de Tailandia. ¿La verdad? Una locura, si hasta el presidente del país nos daba la mano antes de los partidos. Eran cosas de River y Boca que hacíamos nosotros. Algo maravilloso. Y encima después le sumamos un partido contra Corea del Sur, que dos años más tarde jugó contra Argentina en el Mundial de México.

También hubo una gira por Europa para participar en la Copa Granada, junto a Betis y otros equipos de Andalucía. Pero al último capítulo de San Isidro Fútbol e Independiente de Madariaga le faltaba la aridez metropolitana de AFA, algo que conoció en la temporada 1985 de la Primera D.

-Acassuso era un club de la zona –recuerda Maschwitz- y fuimos a probarnos como 20… ¡Y quedamos los 20! Fue muy emotivo. Una revista, Libre, nos hizo una nota muy divertida con el título “El equipo de los chetos”. Hicimos una gran campaña, hasta que perdimos en la semifinal del Octogonal contra Leandro N. Alem, que finalmente ascendió a la C.

-Ya en la D no me gustaba la cosa; algunas canchas eran difíciles –rememora Malbrán-, como la de Midland. Nos escupían, nos tiraban piedras. Nos estigmatizaban, por eso a veces les sacábamos el doble apellido a algunos jugadores: Pereyra Iraola, Pérez Cobo. No era agradable y me pregunté qué estaba haciendo. Yo no había ido para eso. Fue el final de una etapa hermosa, mágica. Yo nunca gané un mango, pero gané cosas mucho más importantes. Por ejemplo, haber formado el mejor equipo de amigos de la historia.