Desde Barcelona

UNO Algunas lluvias cayeron, pero no por aquí sino un poco más allá. Y fueron gotas sueltas. Apenas lo muy justo para no olvidar para siempre todo aquello que no se tiene y se desea tanto. El último temporal temperamental en Barcelona fue el 19 de octubre; cuando llovió más que en la primera Blade Runner y muchísimo más que en la segunda. El 25 de noviembre cayó algo, pero se levantó enseguida. Y desde entonces –y desde hace tanto– cielos de un azul cada vez más blue con alguna nube que pasa de largo. Y frío. Mucho. Y Rodríguez, helado por dentro, no puede evitar la culpa de estar duchándose sin apuro mientras noticieros y periódicos no dejan de informar del asunto en los escasos tramos libres que les deja el “Asunto Catalán” (y de los brotes y propagación como hiedra y kudzu de encuestas enredaderas en cuanto a lo que pasará el día después de las elecciones y del ponzoñoso sentimiento nacionalista catalán o español). Así, de catástrofe ecológica a cataclismo de la lógica. Y vuelta a La Grieta en la sociedad y a las grietas en el suelo que esa pisoteada sociedad pisa. De seguir las cosas así (lo de la falta de precipitaciones, aunque en Catalunya sobren los precipitados y los precipicios) lo de estar enjabonado y bajo el agua caliente será una fantasía y un lujo. A corto plazo, por el aumento que ya es de vértigo de las facturas de electricidad y agua. A mediano plazo, porque no habrá liquidez en el sentido elemental de la cuestión. A largo plazo y por tiempo más largo aún, porque se arrastrarán los pies entre médanos arrastrados desde África por vientos de fuego o se estará sitiado por H20 tóxico mientras se va en góndola hasta la esquina a comprar el pan, quién sabe. Qué será, será. O no será nada, si Donald y Kim continúan en su escalada de tweets insultantes y uno de los dos aprieta el botón del inodoro planetario y nos vamos todos por el desagüe de la Historia, piensa Rodríguez. 

DOS Pero todavía no y ahora a ocuparse del ahora: España reseca y la sequía más seca desde 1965 y camino de ser la más larga de la Historia. Tres años de escasez de nubes descargando (entre un 20% y un 65% menos según la región). Y el aire de las medianas y grandes ciudades asfixiante y tóxico y tan necesitado de una buena lavada. Y El Tajo desangrándose. Y los periódicos abundan en esas infografías que tanto les gustan y dan cuenta del aumento del precio de verduras y hortalizas (que no abundan y que, cuando las hay, lucen como en versión zombi) y de la casi desaparición de miel, castañas, setas y, de paso, del fondo de pensiones. Y predicen la subida del calor por el mapa causando –dentro de no mucho– que los mejores vinos sean los ingleses, las mejores aceitunas las francesas y los mejores dátiles los españoles. Y todo luciendo como Almería (ese paraje donde se falsificaron arenas más lejanas de Lawrence de Arabia, de Indiana Jones y de El Bueno y El Malo y El Feo, y donde John Lennon compuso y grabó el primer demo de “Strawberry Fields Forever”); y adiós a Huelva, ahí cerca, como responsable de que España sea el primer país del mundo exportador de fresas. Y todo ese Sur reconvertido, seguro, en territorio distópico y radiactivo donde jugar y perder a los Juegos de la Sed. 

TRES Por el momento, Greenpeace ya define a España como el país más árido de Europa. Y fotos satelitales delatando la mengua de “actividad fotosintética”, embalses por debajo del 40% de su capacidad, trasvases fluviales paralizados y cuencas agonizando, camiones cisterna por caminos secundarios, sembradíos como tierra baldía y cosechas mustias, acuíferos y aguas subterráneas muertas de sed (“stress hídrico”, diagnostican), emisiones rampantes de gases efecto invernadero (“boinas de polución”, les dicen). Y, ah, los sentimientos: porque el clima externo acaba siendo el tiempo interno. Y una reciente columna del escritor Sergio Del Molino entiende a “sentimiento” como palabra deshidratada en el presente panorama español. El sentimiento como coartada y justificación para agrietar un país. Exceso de sentimiento últimamente. Sentimiento como sucedáneo de agua y de lluvia. Tsunami de sentimiento. Sentimiento que todo lo inunda y lo ahoga y lo asfixia. Y, sobre el final de lo suyo, Del Molino concluye que ya está bien de sentimientos y que “Yo tengo una propuesta antifreudiana y muy victoriana: reprimirlos, guardarlos para la alcoba y la hora de cenar. Para que la palabra sentimiento vuelva a hidratarse y deje de ser el hueso seco con el que nos amenazamos”.

CUATRO Pero, claro, cuando uno ya está en los huesos de la convivencia cívica, ciertas teorías son tan difíciles de regar y poner en práctica. Por lo que, en la cada vez más socialmente hecha polvo Barcelona, Rodríguez se entrega al pensamiento mágico. Y no le da el cuerpo para danza de la lluvia pero sí la mente para canciones de la lluvia. Y confecciona mentalmente lista húmeda y lubricada y las canta en voz baja, como quien reza una oración o dice palabras mágicas. Y, sí, las canciones sobre el clima nunca fallan, piensa, porque todo el mundo habla sobre el clima cuando no tiene nada de qué hablar. Así, se canta sobre el clima cuando no se tiene mucho acerca de lo que cantar. Y, en lo que hace a la meteorología rimada y melódica, la lluvia es lo que mejor cae. La lluvia cantarina de Gene Kelly, la lluvia roja de Peter Gabriel y la lluvia púrpura de Prince, la lluvia campesina pero vietnamita de Credence Clearwater Revival, la lluvia bíblica de Violent Femmes, la lluvia llorona de los Everly Brothers, la lluvia ácida y lisérgica de The Beatles, la lluvia depresiva pero bienvenida sea de Randy Newman, la lluvia pesada y la lluvia mujeriega y la lluvia pesada y la que llena cubos de agua de Bob Dylan, la lluvia contemplativa de Led Zeppelin y la lluvia de noviembre de Guns N’ Roses, la lluvia de corazón de Buddy Holly, la lluvia que aquí vuelve de Eurythmics y la lluvia de nuevo de Supertramp y la plegaria llovida de Badly Drawn Boy y la lluvia concedida a R.E.M. y la insoportable lluvia de Ann Peebles pero ahora tan necesaria... 

CINCO ...pero nada. Y Rodríguez de regreso del cine (un poco demasiado grunge y más de Seattle que de la Atlántida el Aquaman de Liga de la Justicia, ¿no?) y lee el nuevo libro de nouvelles de Joe Hill: Strange Weather. Y allí hay una en la que empieza a llover. Mucho. Pero lo que llueve son astillas de cristal. Y no hay paraguas ni impermeable que valga. Y una cosa lleva a la otra y Rodríguez se acuerda –porque Hill es hijo del King Stephen– de esa lluvia tiñéndose de rojo al principio de It. Y de ahí salta a esas novelas climatológicas de Ballard (entre las que había una titulada La sequía). Y si bien no es cierto eso de que no haya mal que por bien no venga, lo cierto es que a Rodríguez le emociona ver, en los noticieros, como van asomando desde las profundidades todos esos pueblos antiguos (más de quinientos) condenados y cubiertos por las aguas desde hace más o menos medio siglo. Cuando a Franco se le dio por construir represas (le gustaba mucho lo de la represión al Generalísimo) a lo largo y ancho del territorio nacional. De pronto, todos esos campanarios otra vez bajo la luz del sol de otoño y las peregrinaciones de ancianos caminando por los lechos secos en los que algunas vez durmieron derramando lágrimas de emoción. Y, viéndolos llorar, deambulando despacio entre calles pasadas por agua, Rodríguez también lloraría pero prefiere no malgastar líquido.

Sobre todo cuando –ahí fuera it’s raining politicians– ya están en procés muchas más ocasiones de llorar ante tanto stormy weather.