En el artículo “Argentina entre realidad y ficción” publicado en este diario el 5 de marzo de 1996, Tomás Eloy Martínez se refería a las rarezas y extravagancias trágico-cómicas lindantes con el surrealismo que suelen adquirir los hechos políticos en Argentina. En ese marco describía, entre otros ejemplos históricos: “Imagínense ustedes, la inverosimilitud de un país donde un general borracho, Leopoldo Fortunato Galtieri, planificó una guerra marítima contra una de las mayores potencias navales del mundo y convenció a la población de que la estaba ganando”.

Esa afirmación de Eloy Martínez es cierta hasta tal punto que, si un investigador quisiera abordar la Guerra de Malvinas y utilizara como fuentes los noticieros televisados, los periódicos, y las revistas de la época, llegaría a la conclusión de que Argentina jamás se rindió y triunfó en el conflicto bélico contra Gran Bretaña. Quizás porque la realidad argentina es de por sí novelesca y alucinada, porque la dimensión del dolor y del horror suele ser inconmensurable y porque los  documentos frecuentemente falsean la realidad, la ficción ha sido uno de los medios más certeros de contar y captar la historia argentina.

“Sansón de las islas”, la obra de teatro escrita por Gonzalo Demaría y que actualmente se exhibe en el Teatro General San Martín, merece un lugar de honor dentro del listado de ficciones y lenguajes de la literatura –“Los pichiciegos” de Enrique Fogwill, “A sus sombras rendido un león” de Osvaldo Soriano, “Las islas” de Carlos Gamerro, “Trasfondo” de Patricia Ratto, entre otras- que captan el pasado argentino de la guerra de Malvinas con más precisión que los discursos de la historiografía.

Situada en esa intersección entre guerra y manipulación mediática de la que escribía Eloy Martínez, “Sansón de las islas” tiene como telón de fondo un hecho televisivo paradigmático que parece salido de un delirio de la imaginación: “Las 24 horas de las Malvinas", un programa especial emitido entre el 8 y 9 de mayo de 1982 por ATC y conducido por Pinky y Cacho Fontana que buscaba recaudar dinero para el “Fondo Patriótico Malvinas”. La colecta televisada contó con la participación de numerosas personalidades artísticas y de la cultura argentina que realizaron donaciones, a la que se sumaba la colaboración de dinero del público que llamaba por teléfono. 

A su vez, toda la farándula se dio cita para montar unos más o menos improvisados espectáculos que motivaran el nacionalismo ciudadano. Estos shows -no exentos tanto de sentimientos sinceros como de patetismo y eventual oportunismo- podrían obtener un rating en un listado kitsch marica: así Mirtha Legrand daba un discurso patriótico y ofrecía su presencia en las islas de ser necesario; Libertad Lamarque recitaba y Lolita Torres cantaba “La hermanita perdida”; Susana Giménez donaba un reloj de oro ganado en la época del ‘shock”, una nonagenaria y conmovedora Pierina Dealessi se quitaba en cámara los pendientes de oro y los entregaba a la causa… 

Lo siniestro fue que el destino del más de millón y medio de dólares recaudado durante el programa nunca fue esclarecido. Lo seguro es que no llegó a quienes estaba dirigido: los jóvenes de dieciocho años a quienes la dictadura militar mandó a sacrificar con el único fin de perpetuarse en el poder político. Un capítulo más de este triste sainete que al decir de Néstor Perlongher culminó con el casamiento de centenares de muchachos con la muerte.

Sansón en “Las 24 horas de Malvinas”

Según la dramaturgia de Gonzalo Demaría, a “Las 24 horas de las Malvinas” es también convocado Sansón (Luciano Castro), un cincuentón luchador de catch que tuvo su época de gloria y que se halla en las antípodas de su mejor momento existencial. Por el contrario, Sansón se siente viejo e imposibilitado luego de resultar herido en una pierna tras un accidente en el colectivo (obvias alusiones a ese gran ídolo popular del box llamado José María Gatica). La convocatoria al evento televisivo parte del coronel Gerardo Garmendía (Manuel Vicente), un militar allegado a la dictadura quien, lejos de querer devolverle a Sansón su fama perdida u ofrecerle una despedida con gloria, tiene otras intenciones: montar un espectáculo donde un Sansón disfrazado de pirata inglés sea derrotado y humillado por el gaucho argentino encarnado por un joven y prometedor luchador de catch que responde al nombre de Jorgito (Gonzalo Gravano).

El artilugio imaginado por Demaría supone un explícito homenaje a la novela “Cuarteles de invierno” de Osvaldo Soriano, donde la lucha programada en el ring por las autoridades militares entre el boxeador popular venido a menos, Tony Tocha, y el joven teniente Marcial Sepúlveda, quiere ser utilizada como instrumento de propaganda del poderío y el triunfo de las Fuerzas Armadas.

Pero, hay dos diferencias notables con la novela de Soriano. La primera es que, no casualmente Demaría elige el género del catch, esa mezcla de boxeo y teatro que exige del público la verosimilitud, la creencia de que las mentiras que se montan en el escenario tienen su viso de verdad y de que inexorablemente el Bien triunfa sobre el Mal (una metáfora que parece ajustarse al alucinado discurso dictatorial en torno a la aventura de Malvinas). A su vez, en tiempos represivos, el catch supuso para generaciones de gays, un espacio único y privilegiado donde contemplar dos cuerpos musculados y semidesnudos de varones envueltos en una tensión erótica y sadomasoquista que podía verse como un sustituto de la cópula, un remedo del  acto sexual.

La segunda, es, que, al mismo tiempo pretende montar en escena un espectáculo de catch que exacerbe los nacionalismos en su estado más puro, Garmendia pretende encumbrar a su joven y bello protegido, su “ahijado”, aquel efebo que conoció en los suburbios oscuros de la ciudad, el que lleva como compañía al Teatro Colón y con quien tiene una relación de quienes se avergüenzan sus camaradas del ejército. Así Demaría introduce los dilemas del erotismo entre varones en el universo castrense en la década del ochenta.

La obra transcurre en dos planos paralelos. Mientras Lea (Vanesa Maja), la mujer de Sansón, suplica piedad ante el coronel Garmendia por su amante, se sucede en otra parte del escenario, la escena de la ópera Tosca donde la artista implora ante el policía villano por la vida de su amado. A su vez, Garmendia y Lea suponen dos existencias que presentan rasgos paralelos: son dos amantes a la sombra, dos seres conflictuados que no pueden mostrar sus pasiones a la luz pública.

Emilio Dionisi parece haber encontrado el elenco a la medida de la magistral dramaturgia y para que todas se luzcan: Luciano Castro inmerso en el universo del boxeo, un mundo y un género que, por experiencia teatral y televisiva y psyque du rol ya le es propio; Vanesa Maja en un rol luminoso, gracioso y melodramático que la convierte en el alma mater del espectáculo; Manuel Vicente haciendo gala de esos papeles de doble faz que le son característicos (violento cómplice del régimen del terror pasible de enjugar lágrimas ante una escena de la ópera); y finalmente Gonzalo Gravano desplegando inefable encanto, sutil erotismo y cierto aire de inocencia y ternura tan bien interpretados que parecen espontáneos. También resultan efectivos Castro y Gravano en la lucha cuerpo a cuerpo que oscila entre la realidad y la ficción que se juega en el ring y en la cual para el personaje de Castro se le va la existencia.

A 43 años de la Guerra de Malvinas, Demaría escribió y Dionisi puso en escena una obra ejemplar que habla sobre diferentes aspectos y facetas de una guerra absurda y sin sentido. Una nueva versión de "Juan López y John Ward" de Jorge Luis Borges, es decir, un relato sobre dos seres que podrían haber sido amigos y cuya relación fue víctima de la incoherencia y la maldad de los hombres; una fábula sobre los destinos de esplendor y caída de los ídolos populares argentinos (así como Sansón termina en el lugar más cercano del infierno, Pierina Dealessi muere en enero de 1983, un poco olvidada y sabiendo que su última ofrenda solo sirvió para aumentar las arcas de la dictadura), una metáfora farsesca del pasado que puede leerse en clave de presente, una historia de pasión homosexual en tiempos siniestros…

"Sansón en las islas" de Gonzalo Demaría. Dirección: Emiliano Dionisi. Con Luciano Castro, Manuel Vicente,Vanesa Maja, Gonzalo Gravano. Cantantes: Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino. Vestuario: Jorge López. Iluminación: Lucía Feijoó. Escenografía: Cecilia Zuvialde. Música original y dirección musical: Manuel de Olaso. Asesor en lucha: Javi Guerrero. Teatro San Martín (Corrientes 1530). Sala Casacuberta Funciones: miércoles a sábados, a las 20.30, y domingos, a las 19.30.