En su casa y vestidas con la ropa del casamiento de la madre, las tres hermanas se ven cercadas por la inundación. La hija sin cabeza -texto de Paula Luraschi y dirección de Luciana Di Pietro- propone una premisa que destila varias capas de lectura, a partir de las actuaciones de Paula Luraschi, Sol Falcón y Ornella Rossi. Tuvo su estreno la semana pasada y tendrá funciones durante todos los sábados de abril, a las 21 en Teatro de la Manzana (San Juan 1950).

“Las integrantes del grupo nos conocimos en el Profesorado de Teatro, en una materia coordinada por Cristina Carozza; ella nos invitó a trabajar con vestidos de novia y a recuperar una poeta que nos gustara. Yo conocía a la poeta Estela Figueroa, y en su poesía reunida me encontré con unos poemas sobre la inundación de Santa Fe. Mis bisabuelos se inundaron en Cañada de Gómez, y el poema me hizo recordar aquella noche y todo lo que sucedió. Empecé a investigar, me encuentro con que hubo 158 muertos y con un montón de archivos de imágenes. Comenzamos a trabajar con esas imágenes y con esa poesía, y a partir de allí surgió el proceso de elaboración de esta obra”, comenta Paula Luraschi a Rosario/12.

“Es la historia de tres hermanas, que conviven con una madre que nunca aparece en escena, pero sin embargo está presente en los vínculos entre ellas. Cuando ven llegar la inundación, aparece el conflicto: las hijas quieren huir, básicamente para salvar su vida, pero la madre no quiere abandonar la casa; y surge una paradoja, si quedarse y sucumbir, o irse y abandonar a la madre. La inundación va tomando distintas partes de la casa, como en el cuento ‘Casa tomada’ de Cortázar; de alguna manera, metaforizamos el agua como un desborde de las violencias actuales, entre ellas, la violencia de género. Por otro lado, estas mujeres tampoco tienen un vínculo mesurado, sino que su forma de vincularse es bastante apasionada; y en esa pasión, desbordan como el agua que está a punto de ahogarlas. Hay una relación paralela entre lo que sucede en el exterior de la casa y lo que sucede en el interior; en cómo ellas se ven amenazadas por el exterior, pero también por su propio interior. Y aparece una pregunta sobre qué es la feminidad o cuáles son las feminidades posibles”, continúa la dramaturga y actriz.

-En ese sentido, cada personaje manifiesta una posibilidad.

-Trabajamos sobre diversas cualidades que a veces se le atribuyen a las mujeres; por ejemplo, en el personaje de Sara aparece la cuestión erótica, la mujer como objeto; en María están los mandatos, lo que se hereda sobre lo que significa ser una mujer y una mujer en una casa; y Estela, mi personaje, es quien hereda el cuidado, el cuidado de todas pero sin pedir ser cuidada o sostenida, y en ese cuidar del otro aparece una pregunta, es decir, ¿hasta qué punto puedo cuidar del otro sin cuidar de mí? Por otro lado, esta casa no está en cualquier lugar, no está en la nada, sino que habita los márgenes. Entonces, hay cierta forma de mirar o de dejarse atravesar por la realidad desde estos márgenes, desde un punto de vista periférico.

-Pienso en la figura central de la madre y en la sujeción familiar.

-Son dinámicas familiares que siguen siendo universales. En eso el espectador o la espectadora pueden sentirse fácilmente identificados y empatizar fácilmente con esas posiciones.

-¡Y ellas con los vestidos del casamiento de la madre!

-En un primer encuentro con el agua, logran salvar esos vestidos; y así aparece una pregunta sobre el amor, algo también vinculado a esa pregunta sobre la feminidad; y surgen diferentes ensayos de respuestas. Está esta cuestión de volver sobre esos cuentos de amor que alguna vez escuchamos, cuentos obviamente parodiados en la obra, pero sin irnos tanto a la comedia, sino más bien para poder desdramatizar o reírnos de algunas creencias sobre el amor. A veces, el amor humaniza, y otras no, eso aparece también en los cuentos; hay un cuento adentro de otro, y éste, adentro de otro cuento, hasta que se llega al final. Es una lógica dramatúrgica de repetición, que el espectador puede entender fácilmente. La obra está enmarcada en el absurdo, y en eso hay un reírse del amor, pero también un aferrarse apasionadamente, desbordadamente y locamente, cuando parece que las razones son pocas.

-Siendo dramaturga y actriz, ¿cómo fue el trabajo?

-El trabajo dramatúrgico no fue lineal ni tan estructurado, es decir, en base a lo que sucedía en los ensayos, la directora decía: "Bueno, acá me falta esto o este texto está muy largo" y se retrabajaba la dramaturgia. Esto fue así hasta el último mes de ensayo. Me parece disfrutable contar con esa mirada, cuando alguien puede ver un texto en un cuerpo y decir esto es de tal o cual manera. No fue un texto cerrado, se me fueron ocurriendo más escenas y las fuimos agregando. Me gusta trabajar con directoras como Luciana Di Pietro y Cristina Carozza, quien tuvo un rol más de supervisión general; descansé muchísimo en sus propuestas porque enseguida comprendieron el código de la parodia, y a partir de allí empezamos a trabajar estos personajes. Han sido muy permeables a lo que proponía cada cuerpo en su actuación, pero también han sabido construir una mirada.

La hija sin cabeza cuenta con dirección de Luciana Di Pietro a partir del texto de Paula Luraschi, supervisión de dramaturgia y escena de Cristina Carozza, actuaciones de Paula Luraschi, Sol Falcón y Ornella Rossi, técnica y asistencia de dirección de Virginia Esparza, vestuario de Lorena Fenoglio, escenografía de Ornella Rossi y Aron Bojanich.