La española Estrella De Diego es historiadora del arte, ensayista, docente y curadora. Tiene su columna en el diario El País y es autora de libros como La mujer y la pintura en la España del siglo XIX, El andrógino sexuado, Remedios Varo, No soy yo o El Prado inadvertido. Fue galardonada con el XI Premio Periodístico sobre la Lectura de la Fundación Sánchez Ruipérez y recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Hace años tiene un lazo estrecho con Argentina por su rol en el campo académico y cultural. Ahora está de visita en Buenos Aires porque la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) le entregó el Doctorado Honoris Causa.
En el marco de ese evento, De Diego ofreció la conferencia magistral titulada "Los afectos como una suerte de derecho a las lágrimas" y charló con Página/12 sobre su trayectoria y la actualidad de las artes. En relación al reconocimiento –que cataloga modestamente como "inmerecido"–, expresa su agradecimiento y destaca sus lazos con la UNTREF y BIENALSUR: "Cuando me lo dijeron me sentí muy honrada y me pareció fantástico que sea en esta ciudad con la cual tengo tantos vínculos hace 30 años. Hay un enorme afecto". Buenos Aires fue la primera ciudad latinoamericana que visitó en su vida; hoy recuerda que en aquel momento supo que volvería muchas veces. La institución que le otorga el Honoris Causa es pública y De Diego asegura que ese es un asunto importante: "Yo también soy profesora de una universidad pública y, por lo tanto, soy defensora de la educación pública porque crea posibilidades para todo el mundo y es un derecho que todos tienen: asistir a una universidad".
–¿Qué recuerda de aquella primera visita a Buenos Aires?
–La primera vez que fui al Museo Nacional de Bellas Artes no estaba siquiera iluminado. Pasé por ahí y entré. No podía creer que nadie me hubiese comentado nada sobre su existencia porque hay allí una colección extraordinaria. En ese momento no había arte argentino ni porteño prácticamente. Esa salita donde está Cándido López, Los enconchados de la conquista de México... no estaba; era un museo de puro arte europeo. Aquí tengo un gran vínculo no sólo con artistas sino también con escritores.
–Cuando le dijo a su madre que iba a estudiar Historia del Arte hubo cierto temor, ¿no? ¿Cómo ve el campo profesional en la actualidad?
–En honor a mi madre, he de decir que ella me lo contó mucho tiempo después. Cuando me preguntó en qué me había matriculado, ella pensaba que sería Derecho o Económicas y respondí Historia del Arte. Mi madre, que nunca había pensado en esa posibilidad aunque me había llevado mucho al Prado cuando era niña y era una gran lectora, se sorprendió. Tiempo después me confesó que había pensado: "Se va a morir de hambre". Siempre cuento esta anécdota porque creo que es algo importante para los jóvenes. Si uno es ingeniero informático, le va bien desde el minuto uno; si uno es historiador del arte, probablemente tenga que trabajar diez veces más que el resto para lograr algo. Hoy estoy muy contenta con esa decisión y no la cambiaría por nada: encontré un lugar, trabajo como todos y tengo la suerte de hacer algo que me gusta.
Cuando se le consulta por sus múltiples facetas, De Diego asegura que todas configuran una suerte de puzzle. "Me gusta mucho dar clases y enseñar, compartir el conocimiento no sólo con los alumnos de mis cursos sino también con otras personas. Una cosa es aprender y otra cosa es aprender para enseñar. Si uno no está en el mundo, difícilmente pueda enseñar en una clase. Para mí las curadurías, las columnas en el periódico o los libros son facetas que se combinan entre sí, están unidas y se retroalimentan", explica.
–Usted trabaja abordajes como la teoría de género, lo queer o la perspectiva decolonial. En una conferencia aludía a la necesidad de profundizar en los matices para no sustituir un dogmatismo por otro. Es una mirada interesante y, en algún sentido, va a contracorriente.
–Esto es algo que discuto mucho con mis alumnos. Creo que no podemos cambiar un dogmatismo por otro. Por ejemplo: hay que tener sumo cuidado con las cancelaciones porque si en un momento están de un lado, luego habrá un vuelco y estarán del otro. Antes de cancelar habría que volver a mirar los matices porque esta es una cultura sin matices y la verdad es que sin esos matices no vamos a llegar a ningún lado. Los matices son el espacio de la polémica y la discusión seria; si no hay lugar para eso, las posiciones se hacen cada vez más recalcitrantes. Hoy veo que la teoría de género, que hace unos años era un espacio propicio para llevar la discusión más allá, se ha convertido en un lugar para exasperar posiciones y esa no era la idea original.
En relación a los nuevos actores del campo (curadores y sponsors pero también influencers), la académica dice que tiene una "mirada antigua" sobre el asunto y sigue creyendo fervientemente en la formación. "Es importante porque te permite una posición crítica, que es lo que nos salva de los dogmatismos y los extremos para poder enfocarnos en los matices". De Diego asegura que las dinámicas propias del campo artístico han cambiado, la crítica de arte se ha reconfigurado y hoy los formatos tradicionales conviven permanentemente con las redes.
"Hay periodistas e influencers muy buenos que trabajan y se lo piensan, pero hay otros que son superficiales –apunta–. No estoy de acuerdo con estos nuevos gobiernos que se posicionan en contra de la universidad como si la educación formal no sirviera para nada y todo se pudiese aprender por YouTube. Mis profesores me inculcaron una visión crítica sobre las cosas y la discusión colectiva es algo que no se puede resolver en un tuit. A veces noto que los estudiantes no trabajan bien la polémica, entonces propongo ejercicios para reflexionar y argumentar de manera colectiva. No puedo creer que los políticos del mundo hoy den sus anuncios por Twitter".
Otra opinión que va en contra del sentido común es su mirada respecto de los museos. La catedrática dice que últimamente tienen "muy mala fama" y no comparte para nada esa percepción: "Creo que estamos en un momento de adanismo donde parece que no hay pasado, y si no hay pasado volvemos a cometer los mismos errores históricos. Esto es grave. Hoy el museo está cambiando y no solamente porque el arte contemporáneo dialogue con las colecciones clásicas. Es un ente vivo, un lugar dinámico per se porque va la gente con los niños, mira las obras y cada quien puede elegir su propio itinerario".
Establecer una relación profunda con las obras de arte parece un desafío en tiempos tan vertiginosos donde impera la lógica del scroll, pero De Diego cree en ese poder capaz de mantener el tiempo (o el mundo) en suspensión: "Thomas Struth tiene una serie de fotos de niños delante de Las Meninas en El Prado. Hay una niña con un cuaderno que mira fijamente la obra y yo digo siempre en clase: esos somos nosotros. Es todo muy vertiginoso hasta que algo captura profundamente nuestra atención".