Cada época tiene sus modos predominantes de expresión, y cualquier producción, sin importar cómo se configura, refleja un tiempo histórico específico. Esto ocurrió con Macri y su proyecto de una derecha modernizadora que posicionó las redes sociales digitales como eje central de su estrategia comunicacional. Aunque ya en esa propuesta se percibían las tensiones entre la transición de un capitalismo industrial a uno basado en plataformas, todavía era posible interpretar la disputa por el sentido común bajo las claves del siglo XX, con sus referencias e identidades.

Sin embargo, había un elemento que el campo nacional/popular omitió y que, con la distancia del tiempo, podemos analizar: ¿Cómo entendía ese primer macrismo global la articulación entre comunicación y política bajo el modelo neoliberal emergente? ¿Cómo se disputaban la hegemonía narrativa entre el aparentemente local e inofensivo "en todo estás vos" del larretismo y el pretendido eje integral que se manifestaba -aunque averiado- bajo el paraguas de "la Patria es el otro"? ¿Por qué este conflicto entre esos dos órdenes podía ser interpretado también como que ambos eran necesarios para que funcionara ese proceso de transición?

Por un lado, se aceptaba que lo estatal todavía pudiera ser visto como el lugar de lo universal, lo colectivo mientras que, desde lo comunicacional, se buscaba la legitimación de un lugar que aparecía como destinado solamente para unos pocos.

No lo vimos. Mala nuestra. Olvidamos la singularidad y cedimos todo el terreno de la subjetividad a la derecha, que logró instalar eficazmente imágenes revisitadas de las desigualdades, las angustias y los desencantos de los desangelados que -por arriba y por abajo- generaba el sistema. Bienvenidos al terreno del neoliberalismo: a los espíritus de época, la fragmentación de los cuerpos y la crisis de las teorías totalizadoras. Hacer "match" significaba perderse cinco minutos en el universo simbólico de Tik-tok mientras la vida dejaba de ser eterna.

El mileismo replica y perfecciona esa melodía, aunque en ocasiones la sobreactúe o cometa errores no forzados. Es parte del malentendido. Su estrategia pone el acento en términos como "casta", que incluso serán incorporados más tarde por actores de otros espacios políticos y culturales. Pero ¿qué ocurre cuando ese modelo de comunicación empieza a mostrar fisuras? ¿Qué sucede cuando lo tecnológico encuentra sus límites y las redes sociales digitales ya no generan la misma adhesión que antes? ¿El camino es el regreso al discurso vecinal/local que interpela los sentidos instituidos por el modelo comunicacional macrista, o es que simplemente a través de esa maniobra intentamos ocultar la falta de proyectos, horizontes y utopías? ¿O son ambas cosas a la vez? ¿Qué podemos hacer cuando los marcos conceptuales desde donde hablamos pierden conexión con el sentido común socialmente construido y se quedan sin interlocutores? ¿Es un problema exclusivamente de formas desactualizadas de concebir y narrar el mundo, lo que lleva a que los discursos queden invariablemente atrapados entre interpretaciones parciales, algoritmos y ausencias de "likes"?

En la era digital, internet y las redes sociales han transformado la comunicación en algo instantáneo, interactivo y personalizado. Los pokémones lograron la maravilla de despatologizar las alucinaciones, pero las máquinas siguen siendo sociales antes que técnicas.

Quizás comenzar a desandar estos interrogantes sea una forma inteligente de salir de los signos de la crueldad, el odio y el resentimiento que esta narrativa epocal hegemónica permanentemente nos propone.

* Psicólogo. Magister en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales UNLP