Desde Barcelona
UNO Hubo un tiempo de grandes decisiones: ¿Batman o Superman? ¿Este o aquel equipo de fútbol? ¿Izquierda o Derecha? ¿Me caso o no? ¿Cambio de trabajo o no? ¿Tengo hijos o no? ¿Me divorcio o no? Pero ahora las dudas más existenciales para Rodríguez pasan por empezar o no a ver (o incluso seguir o no seguir) esta serie de tv o aquella otra. Y son tantas. Y duran tantos años o quedan inconclusas. Así, de un tiempo a esta parte a Rodríguez todo le suena/siente como episodio/temporada. Ucrania/Rusia, Israel/Gaza, España/China, USA/Resto del Mundo. Y ya pasó el sacro misterio anual de si va a llover o no en Semana Santa y de noticieros con costaleros llorando como Magdalenas porque no pudieron sacar a pasear pesadísimas estatuas que, se supone, están prohibidas en/por la Biblia. Y todavía respira el último aliento para ver quién tiene el Varguitas más largo y más ancho a la altura de la necrológica en acrobacias apenas disfrazadas de reverencias. Y como de costumbre: nada hace escribir más a los vivos sobre ellos mismos que una muerte ajena (y ahí anduvo ese escritor argentino al que Rodríguez no soporta des/arreglándoselas para meter al peruano junto a Hannibal Lecter y a los Beatles). Y Rodríguez se pregunta qué escribiría él al respecto/respeto; pero para que eso ocurriese tendría que haber escrito al menos un libro y mejor no hablar de ciertas cosas y... (Sí, se fue el último miembro del Trío Los Muy Panchos a quien Boomcelona no deja de creerse el haber compuesto e inventado; aunque Rodríguez --admirador de La tía julia y el escribidor-- siempre prefirió entre todos esos a ese tanto más freak cuarto hombre no tan afortunado y poco evocado por estas tierras que fue José Donoso.) Todo sigue y cambia de intensidad/valor como esos aranceles fluctuantes, que de algún modo, son como los que padecen muchos escritores cuando mueren y parecen quedar como en suspenso y limbo; y de, si hay suerte, a la espera de sus propios Domingos de Resurrección cuando se volverá a creer/leer en ellos por los estantes de los estantes y que los amen, amén, a pura obra inmortal y ya sin la distracción de sus impuras vidas mortales.
DOS De ahí que Rodríguez busque refugio en ficción catódica, donde está metido en demasiadas tramas in progress. Por suerte, las seasons de Sonwpiercer y Yellowjackets y Stranger Things serán las últimas... Y por más suerte aún esa agradable e inesperada sorpresa que es El Gatopardo ocupó tan sólo seis episodios y la tan comentada Adolescence duró apenas cuatro... Pero Rodríguez ya se quedó a mitad de camino de Macondo y se va a quedar a mitad de invasión alien de Buenos Aires. Y ya arrancaron las nuevas de The Last of Us y de Hacks. Y en cualquier momento llegará la nueva de The Morning Show, en la que el alguna vez el mad man Jon Hamm hizo de tramposo magnate tecnológico y...
TRES ...Jon Hamm ahora vuelve a hacer de Jon Hamm en la recién iniciada Your Friends and Neighbours. Algo así como Mad Men centrifugado con Breaking Bad. Y, de nuevo, como en las idas y vueltas de aquel publicista mesiánico que antes de irse a Manhattan vivía en Ossining (suburbio en el que gozosamente escribió/sufrió el autor de ¡Oh, esto parece el paraíso!), con un más que evidente perfume cheeveriano. John Cheever: amo y señor del suburb como territorio mítico y miembro más enorme del Trío Los Johns (junto a O'Hara y a Updike) en The New Yorker. Y Hamm haciendo lo mismo de siempre (Hamm apenas se suelta un poco el pelo, se despeina, cuando visita Saturday Night Live y ahí jugó con ¡Sergio!: su inolvidable saxofonista sobrenatural) en una serie que es otra vez lo mismo. Y que arranca con ese recurso muy Double Indemnity/Sunset Boulevard de protagonista en apuros o a punto de dejar de tenerlos para siempre. Sí: todo será un largo flashback hasta alcanzar ese momento en el que el asesor financiero en caída libre Andrew "Coop" Cooper despierta junto a un cadáver. Antes, Coop perdió esposa y trabajo y se pone a robarle a sus muy adinerados vecinos y, ah, como le gustaría dejar de preguntarse en qué momento se jodió su vida que de pronto no vale un Perú y contestarse que qué lindo sería ser Don Draper... Y, sí, Cheever otra vez; y varias de las reseñas a la serie mencionan a su relato "El nadador" pero en verdad el que más la influye directamente es "El ladrón de Shady Hill". Otra --junto a "El marido rural" o "Adiós, hermano mío"-- de esas novelas condensadas de Cheever: uno de los cuentos favoritos de este autor al que, en sus geniales Diarios (¿habrá dejado en algún cajón algo así Vargas Llosa o se lo habrá llevado al ataúd?) se refiere en pasajera tercera-primera persona: "Y vuelves a pensar en 'El ladrón'. Otra vez estás al borde de la puta quiebra. Esta mañana a misa. Creo que voy a confirmarme. Mi idea, esta mañana, es que hay amor en nuestra concepción; que no nos amasó una pareja en celo en un hotel de segunda. Puedo reprocharme el ser neurótico y disimular mis deficiencias litúrgicas, pero eso no me lleva a ninguna parte". Las notas al pie a sus Diarios (tal vez lo único que Rodríguez le agradece al responsable de ellas: ese escritor argentino) consignan que, en la introducción a sus Cuentos, Cheever precisó que "El ladrón de Shady Hill" era uno de sus cuentos preferidos. Y que "son aquellos que fueron escritos en menos de una semana y, a menudo, compuestos en voz alta. Me recuerdo exclamando: '¡Mi nombre es Johnny Hake!'. Esto ocurrió en una casa de Nantucket que pudimos alquilar muy barata por los problemas de sucesión con un testamento'". En una carta a su editor William Maxwell, Cheever se disculpa por las múltiples interpretaciones que pueda llegara tener el relato y por la condición casi inasible de su atípico protagonista: un hombre que no puede evitar la tentación de entrar por las noches a las casas de sus vecinos y amigos para robarles: 'Espero que la historia no te provoque demasiados problemas. Quise que fuera algo vivaz y por momentos me parece que lo conseguí, y, entonces, todo se vuelve opaco y con ese tipo de ruidos de fondo que suelo hacer cuando he estado viviendo'''. Y, sí, nada de todo esto aparece reflejado en Your Friends and Neighbours. Otra de esas tantas series --ni siquiera su título es original, porque ya fue el de una película-- sobre los problemas de la gente más con mucho dinero y allá de la justicia para casi hipnotizado consumo de la ajusticiada gente con el dinero justo pero que cada vez, injustamente, ajusta menos.
CUATRO Y la poca seria serie con muy baja audiencia de Rodríguez no tiene tanto glamour: sus amigos son amigos por ya añeja inercia; sus vecinos son una pareja de ingleses borrachos livin' la vida loca mediterránea; y lo más interesante/creativo a nivel familiar que le ha sucedido en mucho tiempo fue verse obligado a acudir a reunión en el colegio de su hijo, quien fue escuchado diciendo "Algunos se merecen el bullying" y salir en su defensa asegurando que lo que verdad había dicho era "Algunos se merecen El Bulli", porque su hijo quiere estudiar en alguna de esas academias/laboratorios de Ferrán Adrià y, por supuesto, el hombre tiene varios documentales y series en diferentes plataformas: Tus inversores y amigos y clientes o algo así. Y eso es todo, my friends. Y Rodríguez se pregunta qué tendrá/tiene para decir/vender en exclusiva Isabel "¡Hola!" Preysler --amiga y vecina y viuda rosa serial de toda España-- sobre el buen Marito mientras espera a que Julio deje cantar eso de "Me olvidé de vivir" y, de camino a la iglesia, se apague para siempre su televisor y millonario fundido a negro y ¡Adiós!