Es absurdo pensar que un Papa transita su día pensando en la provincia de Buenos Aires. Aunque sea tan argentino como lo fue Francisco. Pero también es absurdo creer que pasa por alto un territorio con 17 millones de personas que en su amplia mayoría se autoperciben cristianas.

En la Provincia la Iglesia católica tiene las arquidiócesis de Bahía Blanca, La Plata y nada menos que la de Mercedes-Luján. Y alberga las diócesis de Chascomús, Gregorio de Laferrere, Mar del Plata, Merlo-Moreno, San Justo, San Martín, San Nicolás, Avellaneda-Lanús, Lomas de Zamora, Morón, Nueve de Julio, Quilmes, San Isidro, San Miguel y Zárate-Campana. Varias de esas diócesis, como las del Gran Buenos Aires, están articuladas con el Arzobispado de Buenos Aires, que no es más la sede del cardenal primado de la Argentina, desde 2024 en Santiago del Estero, pero sigue ejerciendo poder. El entramado muestra una altísima densidad institucional.

Cuando Jorge Mario Bergoglio fue entronizado Papa, en 2013, el arzobispo de La Plata era Héctor Aguer, un ultraconservador vinculado a campañas contra la entrega de preservativos, cruzado contra “la cultura fornicaria” y fiador de banqueros bajo acusación judicial como los Trusso. Aguer duró poco en la Era Francisco. En cambio Víctor “Tucho” Fernández, su reemplazo, llegó a decir en una misa frente a sindicalistas en 2018 que no debían resignarse “a una política reducida a las finanzas internacionales, a una economía que apunta más a la especulación que a la producción y al trabajo”. Fernández fue luego llamado por Francisco para ocupar la jefatura del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Lo que alguna vez fue la Inquisición. Hoy está al frente del arzobispado platense Gustavo Carrara, de 50 años. Venía de ser cura villero. En febrero, consultado sobre los discursos de Javier Milei, dijo en una entrevista con Buenos Aires/12 que “cuanto más responsabilidades tenemos más bien podemos hacer, pero también más daño”.

En Mercedes-Luján el actual arzobispo, Jorge Scheinig, situó la cuestión del odio sobre una base real. Dijo en 2024 que “la indiferencia es una forma de desprecio que puede contener un germen de violencia”. Es decir, la práctica horrible como paso anterior al discurso abominable. A los jóvenes les dijo: “Ustedes no son el futuro, son el presente, y necesitamos que nos ayuden a ser una sociedad más justa y fraterna. No se dejen tentar por juicios categóricos y condenatorios hacia los pobres, débiles y sufrientes. No sean agresivos o violentos. Que en sus corazones habite el deseo de bien”.

Jorge Lugones, hermano de un desaparecido, obispo de Lomas de Zamora y jesuita como Bergoglio, aunque de otra generación, porque tiene 72 años, dijo a este medio en octubre que se mantiene alerta porque “a los cartoneros les están pagando con pasta base”. Lugones no atiende casi en la Plaza Grigera, donde está la sede episcopal, sino en Fiorito. Camina el territorio. Suele hablar contra el aumento de las tarifas de servicios públicos y el cierre de las pymes y las micropymes.

En general, la actitud pastoral que permea en las diócesis bonaerenses más importantes es la misma que Francisco explicó en 2022 en carta al juez Alejandro Slokar, presidente de la Asociación Argentina de Profesores de Derecho Penal. Le escribió que los juristas deben “contrarrestar la irracionalidad punitiva”. También se mostró preocupado por “el uso arbitrario de la prisión preventiva, la prisión perpetua, el encarcelamiento masivo, el hacinamiento y las torturas en las cárceles, como también la arbitrariedad y el abuso de las fuerzas de seguridad, la criminalización de la protesta social y el menoscabo a las garantías penales y procesales más elementales”. Antes, en 2014, el Papa ya había registrado el peligro de buscar “chivos expiatorios que paguen con su libertad y con su vida por todos los males sociales” y la tendencia a construir enemigos, “figuras estereotipadas que concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como peligrosas”. Para Bergoglio, estos mecanismos “son los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas”.

Parece ingenuo pensar que los cambios teológicos o pastorales modifiquen la realidad o se basten por sí mismos para inclinar hacia uno u otro lado el sentido común dominante. Pero, al mismo tiempo, es sencillo imaginar qué formidable potencia adicional ganaría la extrema derecha si los obispos santificaran la miseria como algunos dignatarios bendijeron, alguna vez, la tortura. Por algo Javier Milei llamó a Francisco "representante del Maligno en la Tierra".